Geriátrico
Y la muerte hará ¡gulp! La vida te da una de sus últimas patadas y… ¡ya estás en el geriátrico!
*
Antes a vos la muerte no te iba a llevar así nomás.
En cada etapa de tu existencia planeaste enfrentarla según un autor diferente:
Primero, imbuido de Sartre, proyectabas recibirla amenazándola con el puño en alto;
Después, ibas a tener preparado, para espetárselo, un verso de Mallarmé;
Y hasta poco antes de llegar aquí, todavía andabas buscando una frase similar a la
célebre “¡Veo luz negra!”
Para murmurarla hasta que asomara… ¡el otro cabo de la piola!
¡No no! ¡Antes a vos la muerte no te iba a llevar así nomás!
Y siempre que la nombrabas, te indignaba que los otros humanos se cruzaran los
dedos o pidieran cambiar de tema.
¡Le volvían la cara, siendo que ella era el harapo universal!
En tus soliloquios los llamabas “autómatas”.
¡Ah! Si alguno de ellos te hubiera pedido un consejo, ¡con qué gusto le hubieras
dicho: “Cada mortal debe morir de su propia muerte¡”;
Y en las tertulias acechabas las pausas en que, para recordarles su condición de
humo,
pudieras exclamar: “¡Humo, polvo, sombra, nada!”.
Hacerlo era indispensable.
*
Pero la vida te dio una de sus últimas patadas y…. ¡ya estás en el geriátrico!
¡Ahora te las ves vos con la lisa sustancia!
Ahora te arrastrás por salas donde yacen viejos despatarrados
y en ellas no hay día que no se te pierda algún remedio
ni que algún enfermero no te rete a los gritos hasta hacerte temblar.
El mismo impulso que antes te investía atalaya de la muerte
ahora se endereza a que consigas que te cambien más veces de pañal,
a que seas más diestro que nadie en esconder comida bajo la sábana,
a que te apropies antes que los otros viejos de las revistas del corazón,
a que roces durante más segundos las piernas de la médica,
¡y a que siempre se vea el canal que elegís vos!
(Un monje microscópico
que se extravió en tu sangre
Y que hace sus asanas
En un glóbulo rojo
te pide que prediques:
“Ahora y aquí no se recomienda
estar en el aquí y el ahora”).
Los lentos pensionistas
quieren saber por qué ya no clamás que los humanos son fantasmas,
ni los comparás ya con rosas, -¡antes lo hacías aunque se tratara sólo de varones!-,
ni les sugerís ya epitafios,
ni susurrás más al oído del agonizante: “¡Es sólo una zambullida!”.
Se amontonan a tu alrededor y enderezan las orejas como perros.
¡Decíles algo! Pensá que estos viejos son la primera fila de la gran batalla.
Son, de todas las ristras de humanos que se formaron y deshicieron durante tu vida,
aquella a la que le tocará atisbar el color desconocido de tu muerte.
¡Son los que apagarán la televisión! ¡Los que soltarán las revistas!
*
¡Despertá…! Si no a vos la muerte te va a llevar así nomás…
[inédito]
Rubén Reches (Buenos Aires, 1949-2018)
Ilustración: Ayax prepara su muerte, pintura sobre crátera, c.540 a.C., atribuida a Exekias
as-houston.ad.uky.edu
[inédito]
Rubén Reches (Buenos Aires, 1949-2018)
Ilustración: Ayax prepara su muerte, pintura sobre crátera, c.540 a.C., atribuida a Exekias
as-houston.ad.uky.edu
Por razones que desconozco, un comentario a este poema no aparece publicado. Puede el autor intentar de nuevo.
ResponderBorrarJorge:
ResponderBorrarLe decía que la lectura de este poema me produjo un gran asombro, no conocía siquiera el nombre del autor. También me resultó asombroso que en 1949 existieran geriátricos en Buenos Aires y, sobre todo, que su sensibilidad del poeta hubiera detectado todo lo que allí dice.
Pero si algo faltaba para redondear la entrada era el título de la pintura sobre el ánfora y el nombre de su autor: ¡Exekias! El círculo se ha cerrado por completo.
Desde Isfahan (disculpas por la humorada) le envío estas sinceras: ¡Felicitaciones!