"Leo con inquietud que todo discurso, modo, imagen o palabra debe hallar una justificación o servir de justificación", dijo Garbeld. "Lo que usted dice es muy general, no sabría decirle si tiene usted razón", respondió el bibliotecario. "Tal vez quiera darme ejemplos", añadió. "Pareciera que una razón nos excede", dijo Garbeld. "Si hablamos, nunca lo hacemos porque nos deleita o somos en ello, sino porque algo debe encontrar a su vez legitimidad en lo que decimos". "Prefiero ignorar que sea de ese modo", respondió el bibliotecario. "Yo cargo libros todo el día, de las mesas a los estantes, y al revés. No pienso que nadie haya consultado un libro para justificarse, pues eso me aniquilaría en esta abstracta función de servicio", agregó el bibliotecario. "Pues arrastra usted palabras de otros para otros, y es agente de motivos que desconoce, cómplice voluntario de iniquidades ajenas", le espetó Garbeld. "Y digo que lo hace voluntariamente porque en la propia omisión de la pregunta sobre el objeto de su trabajo -continuó- está su justificación. Nadie, estimado señor, nadie en absoluto hace las cosas sólo -y fíjese bien lo que le digo, esto es un adverbio de modo-, sólo porque cumple órdenes". "¡No me agravie!", exclamó el bibliotecario. "¿Ve que la ley existe para usted también?", dijo Garbeld.
Gustav Who, Anfibologías en el polvo, La Tunita, 1967.
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