De mis viejos amigos no recuerdo los nombres.
A unos los vi caer en el maelstrom
devorados por oscuras fiebres de la selva,
a otros los despedí en el límite de mi patria
y más allá no pude seguirlos, bienaventurados
que pudieron decir adiós como quien apura un café,
a otros se los llevó el viento del Pacífico
que abate las palmeras o las alza a las cimas,
allí donde arden juntos la nieve y el volcán.
Eran jóvenes y valientes como las grandes olas
y como ellas ignoraban contra qué habrían de estrellarse.
Y por supuesto morían, y de maneras tan prodigiosas
que los otros, allá en las torres, sólo a medias podíamos describir.
Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 1927-1983), La piedra movediza, Ediciones del Mediodía, Buenos Aires, 1968
Envío de Jonio González
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Foto: Jorge Cappato/Aromito
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