Sen Rikyu amaba el té
porque le complacía el espíritu del té.
Alma tranquila y noble del amanecer y del atardecer.
El humo era más amado aún que el té.
Mantener la sutileza en la apariencia
equivale a purificar el alma con sutileza.
Por eso Rikyu permanecía sentado
y le sonreía al sol tenue bajo el pabellón del té.
Kitahara Hakushu (Yanagawa, Japón, 1885- Kamakura, Japón, 1942), Antología de la poesía moderna del Japón, 1868-1945, Material de Lectura n° 77, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, 2010
Traducción de Atsuko Tanabe
Foto: Yoshizuka Bunko LLC
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