III -
-¿Qué hacéis, señora? -Mírome al espejo.
-¿Por qué desnuda? -Por mejor mirarme.
-¿Qué veis en vos? -Que yerro en no lograrme.
-¿Pues por qué no os lográis? -No hallo aparejo.
-¿Qué os falta? -Uno que fuere en amor viejo.
-¿Pues qué sabrá ese hacer? -Sabrá obligarme.
-¿Cómo os ha de obligar? -Con empeñarme
sin esperar licencia ni consejo.
-¿Y vos resistiréis? -Muy poca cosa.
-¿Qué tanto? -Poco más de lo que digo,
que él me sabrá vencer si es avisado.
-¿Y si os deja por veros rigurosa?
-Tenerle yo he después por mi enemigo,
vil, zafio, necio, flojo y apocado.
IV -
Dícenme, Don Jerónimo, que dices,
que me pones los cuernos con Ginesa;
yo digo que me pones cama y mesa;
y en la mesa, capones y perdices.
Yo hallo que me pones los tapices
cuando el calor por el octubre cesa;
por ti mi bolsa, no mi testa, pesa,
aunque con molde de oro me la rices.
Este argumento es fuerte y es agudo;
tú imaginas ponerme cuernos; de obra
yo, porque lo imaginas, te desnudo.
Más cuerno es el que paga que el que cobra;
ergo, aquel que me paga, es el cornudo,
lo que de mi mujer a mí me sobra.
Diego Hurtado de Mendoza (Granada, España, 1503-Madrid, 1575), Sonetos, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2005
Ramón García González, ed.
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