La lluvia que nace con el día trae un manso anuncio de reposo. El afán ha desplegado la cortina e indica que el mundo está en clausura, que a todos por igual el agua dio respiro, a cada bestia un refugio, a cada sapo una charca.
Llueve. Se ha atenuado la luz y los sueños, en revuelo de despido, retornan cansinos; desprolijos se empujan y organizan la entrada.
Sin embargo algunos se avergüenzan, se anublan y se fugan… Es en vano el arredro, es vana la campaña.
A punto de erguirme me abandono a la calma y que llueva, que llueva, hasta que el mundo se hunda. Le tomará varios días, porque duermo a nivel de las copas más altas.
Pudiera sospecharse que la soledad me agrada pero no, ese no es el punto: me cansé de ahuyentarla.
Es la lluvia ahora la que por fin me ampara, me inhibe de batallas, me libra de derrotas, me retiene en la casa: está certificada.
Luego calzaré botas, empuñaré paraguas, daré pienso al caballo, maíz a las gallinas y volveré a la cama.
Amanece constante; la tarde es solidaria, si no escampa.
La pitanza no es óbice: pasas, bananas; huevo, pan y yerbeado, que para un diluvio alcanza.
El agua trae la paz como el dinero que abunda; la cama es una cesta a la que entibia el aliento y en la que nada falta. Derivaré por sueños entre algodón y lana, más allá del oro, en la marea baja, de la mañana gris.
Salvador Héctor Tortosa (San Francisco, Argentina, 1955)
Foto: Salvador Tortosa FB
Ref.:
Salvador Héctor Tortosa Blog
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