Nada se gana con que yo, un ocioso
rey junto al fuego quieto del hogar,
rodeado de estériles peñascos,
emparejado a una mujer ya vieja,
sea el encargado de regir y darle
leyes injustas a este pueblo tosco
que acumula y engorda y que se duerme,
y que no me conoce. Yo no puedo
renunciar a viajar, voy a beberme
hasta la última gota de la vida.
Siempre hondamente disfruté y sufrí,
ya fuera con aquellos que me amaron
o a solas, en la orilla, y también cuando
las consteladas ninfas de la lluvia
con ráfagas violentas agitaban
el mar opaco. Hice mi nombre célebre;
de tanto andar con corazón hambriento
mucho vi y conocí: muchas ciudades
y costumbres, y climas, gobernantes,
y no fui despreciado, sino honrado
en todas ellas, y probé el licor
de la feroz batalla, entre mis pares,
lejos, en las llanuras resonantes
de la ventosa Troya. Pertenezco
a todo lo que he visto, y sin embargo
mi experiencia es un arco en el que brilla
ese mundo al que no he viajado aún
y que se aleja siempre que yo avanzo.
¡Qué tedioso poner punto final,
hacer un alto y oxidarse, opaco,
sin relucir brillante por el uso!
¡Como si simplemente respirar
fuera vivir! Cuando una vida, y otra,
y otra después, sería insuficiente.
Ya de la mía va quedando poco,
pero cada hora nueva queda a salvo
del eterno silencio, y además
siempre trae algo nuevo; mala cosa
sería que ocultara esta alma gris
pero que se consume en el anhelo
de seguir aprendiendo, como quien
una estrella persigue más allá
del último confín del pensamiento.
Este es Telémaco, mi propio hijo;
queda a cargo del cetro y de la isla;
siempre lo quise bien, y es criterioso
para llevar a término la empresa
de hacer de este salvaje pueblo un pueblo
apacible, de a poco, conduciéndolo
a lo que es bueno y útil. Intachable,
abocado a la esfera de lo público,
él no descuidará los dulces ritos
y adorará los Lares de mi casa
cuando yo me haya ido. Que haga él
lo suyo, su trabajo. Yo lo mío.
Ahí está el puerto; esperan, desplegadas,
las velas de la nave. Ahí brilla oscuro
el ancho mar. ¡Tripulación! Ustedes,
almas que se esforzaron, trabajaron
y pensaron conmigo, almas que siempre
recibieron con júbilo los truenos
o los rayos del sol, siempre oponiéndoles
sus corazones y sus frentes libres
–ustedes ya son viejos, como yo.
Pero hay honor en la vejez, y retos;
la muerte cubre todo, pero antes
algún trabajo noble puede hacerse,
algo que no sea indigno de los hombres
que lucharon con dioses. Ya comienzan
a titilar las luces en las rocas,
termina el día, asciende ya la luna,
gime rodeándonos con su honda voz
cambiante el mar… No es nunca tarde, amigos,
para buscar un mundo nuevo, ¡vamos!,
soltemos las amarras, castiguemos
bien dispuestos las ondas murmurantes;
deseo navegar aun más allá
de donde cae el sol, donde se baña
la multitud de estrellas del oeste
hasta que muera. A lo mejor el mar
nos hunde en sus abismos, o tal vez
lleguemos a las Islas Venturosas
y veamos de nuevo al gran Aquiles.
Aunque mucho se ha ido, queda mucho,
y aunque ya no seamos esa fuerza
que en los días pasados sacudió
cielos y tierra, esto que somos, somos:
un mismo ardor de heroicos corazones
menguado por el tiempo y el destino
pero determinado a combatir,
a buscar y encontrar, y no rendirse.
Alfred Tennyson (Somersby, Inglaterra, 1809- Aldworth, Inglaterra, 1892)
Browning y Tennyson. Once personas,
traducción de Alejandro Crotto,
Editorial Bajo la Luna,
Buenos Aires, 2015
El Administrador agradece a Salvador Tortosa
rey junto al fuego quieto del hogar,
rodeado de estériles peñascos,
emparejado a una mujer ya vieja,
sea el encargado de regir y darle
leyes injustas a este pueblo tosco
que acumula y engorda y que se duerme,
y que no me conoce. Yo no puedo
renunciar a viajar, voy a beberme
hasta la última gota de la vida.
Siempre hondamente disfruté y sufrí,
ya fuera con aquellos que me amaron
o a solas, en la orilla, y también cuando
las consteladas ninfas de la lluvia
con ráfagas violentas agitaban
el mar opaco. Hice mi nombre célebre;
de tanto andar con corazón hambriento
mucho vi y conocí: muchas ciudades
y costumbres, y climas, gobernantes,
y no fui despreciado, sino honrado
en todas ellas, y probé el licor
de la feroz batalla, entre mis pares,
lejos, en las llanuras resonantes
de la ventosa Troya. Pertenezco
a todo lo que he visto, y sin embargo
mi experiencia es un arco en el que brilla
ese mundo al que no he viajado aún
y que se aleja siempre que yo avanzo.
¡Qué tedioso poner punto final,
hacer un alto y oxidarse, opaco,
sin relucir brillante por el uso!
¡Como si simplemente respirar
fuera vivir! Cuando una vida, y otra,
y otra después, sería insuficiente.
Ya de la mía va quedando poco,
pero cada hora nueva queda a salvo
del eterno silencio, y además
siempre trae algo nuevo; mala cosa
sería que ocultara esta alma gris
pero que se consume en el anhelo
de seguir aprendiendo, como quien
una estrella persigue más allá
del último confín del pensamiento.
Este es Telémaco, mi propio hijo;
queda a cargo del cetro y de la isla;
siempre lo quise bien, y es criterioso
para llevar a término la empresa
de hacer de este salvaje pueblo un pueblo
apacible, de a poco, conduciéndolo
a lo que es bueno y útil. Intachable,
abocado a la esfera de lo público,
él no descuidará los dulces ritos
y adorará los Lares de mi casa
cuando yo me haya ido. Que haga él
lo suyo, su trabajo. Yo lo mío.
Ahí está el puerto; esperan, desplegadas,
las velas de la nave. Ahí brilla oscuro
el ancho mar. ¡Tripulación! Ustedes,
almas que se esforzaron, trabajaron
y pensaron conmigo, almas que siempre
recibieron con júbilo los truenos
o los rayos del sol, siempre oponiéndoles
sus corazones y sus frentes libres
–ustedes ya son viejos, como yo.
Pero hay honor en la vejez, y retos;
la muerte cubre todo, pero antes
algún trabajo noble puede hacerse,
algo que no sea indigno de los hombres
que lucharon con dioses. Ya comienzan
a titilar las luces en las rocas,
termina el día, asciende ya la luna,
gime rodeándonos con su honda voz
cambiante el mar… No es nunca tarde, amigos,
para buscar un mundo nuevo, ¡vamos!,
soltemos las amarras, castiguemos
bien dispuestos las ondas murmurantes;
deseo navegar aun más allá
de donde cae el sol, donde se baña
la multitud de estrellas del oeste
hasta que muera. A lo mejor el mar
nos hunde en sus abismos, o tal vez
lleguemos a las Islas Venturosas
y veamos de nuevo al gran Aquiles.
Aunque mucho se ha ido, queda mucho,
y aunque ya no seamos esa fuerza
que en los días pasados sacudió
cielos y tierra, esto que somos, somos:
un mismo ardor de heroicos corazones
menguado por el tiempo y el destino
pero determinado a combatir,
a buscar y encontrar, y no rendirse.
Alfred Tennyson (Somersby, Inglaterra, 1809- Aldworth, Inglaterra, 1892)
Browning y Tennyson. Once personas,
traducción de Alejandro Crotto,
Editorial Bajo la Luna,
Buenos Aires, 2015
El Administrador agradece a Salvador Tortosa
Fotografía: Alfred Tennyson por Julia Margaret Cameron, 1865 National Portrait Gallery
Ulysses
It little profits that an idle king,
By this still hearth, among these barren crags,
Match'd with an aged wife, I mete and dole
Unequal laws unto a savage race,
That hoard, and sleep, and feed, and know not me.
I cannot rest from travel: I will drink
Life to the lees: All times I have enjoy'd
Greatly, have suffer'd greatly, both with those
That loved me, and alone, on shore, and when
Thro' scudding drifts the rainy Hyades
Vext the dim sea: I am become a name;
For always roaming with a hungry heart
Much have I seen and known; cities of men
And manners, climates, councils, governments,
Myself not least, but honour'd of them all;
And drunk delight of battle with my peers,
Far on the ringing plains of windy Troy.
I am a part of all that I have met;
Yet all experience is an arch wherethro'
Gleams that untravell'd world whose margin fades
For ever and forever when I move.
How dull it is to pause, to make an end,
To rust unburnish'd, not to shine in use!
As tho' to breathe were life! Life piled on life
Were all too little, and of one to me
Little remains: but every hour is saved
From that eternal silence, something more,
A bringer of new things; and vile it were
For some three suns to store and hoard myself,
And this gray spirit yearning in desire
To follow knowledge like a sinking star,
Beyond the utmost bound of human thought.
This is my son, mine own Telemachus,
To whom I leave the sceptre and the isle,—
Well-loved of me, discerning to fulfil
This labour, by slow prudence to make mild
A rugged people, and thro' soft degrees
Subdue them to the useful and the good.
Most blameless is he, centred in the sphere
Of common duties, decent not to fail
In offices of tenderness, and pay
Meet adoration to my household gods,
When I am gone. He works his work, I mine.
There lies the port; the vessel puffs her sail:
There gloom the dark, broad seas. My mariners,
Souls that have toil'd, and wrought, and thought with me—
That ever with a frolic welcome took
The thunder and the sunshine, and opposed
Free hearts, free foreheads—you and I are old;
Old age hath yet his honour and his toil;
Death closes all: but something ere the end,
Some work of noble note, may yet be done,
Not unbecoming men that strove with Gods.
The lights begin to twinkle from the rocks:
The long day wanes: the slow moon climbs: the deep
Moans round with many voices. Come, my friends,
'T is not too late to seek a newer world.
Push off, and sitting well in order smite
The sounding furrows; for my purpose holds
To sail beyond the sunset, and the baths
Of all the western stars, until I die.
It may be that the gulfs will wash us down:
It may be we shall touch the Happy Isles,
And see the great Achilles, whom we knew.
Tho' much is taken, much abides; and tho'
We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are;
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek, to find, and not to yield.
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