Dejó la pala todavía fría en el gancho
-era el alba- y nadie quiso seguirlo:
se habrá tirado sobre alguna colina. Un muchacho,
de la edad en que se comienza a escupir juramentos
no sabe hacer discursos. Nadie
quiso seguirlo. Era un alba quemada
de febrero, cada tronco color de sangre
coagulada. Nadie sentía en el aire
la tibieza futura.
La mañana pasó
y la fábrica libera mujeres y obreros.
En el buen sol alguno -regresa al trabajo
dentro de media hora- se tiende a comer, hambriento.
Pero hay una humedad dulce que muerde la sangre
y le da a la tierra escalofríos verdes. Se fuma
y se anota que el cielo está sereno, y a lo lejos
las colinas son violetas. Sería bueno
quedarse un tiempo largo sobre el suelo, bajo el sol.
Pero, finalmente, se come, ¿quién sabe si comió
ese muchacho testarudo? Dice un obrero flaco:
está bien, uno se rompe el lomo trabajando,
pero comer se come. Incluso, se fuma.
El hombre es como un animal, querría no hacer nada.
Son los animales los que sienten el tiempo, y el muchacho
lo sintió desde el alba. Y hay perros
que terminan podridos en un pozo: la tierra
agarra todo. ¿Quién sabe si el muchacho no termina
dentro de un pozo, hambriento? Escapó en el alba
sin hacer discursos, con cuatro juramentos,
alta la nariz en el aire.
Piensan todos en eso
esperando el trabajo, como un rebaño desganado.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908- Turín, Italia, 1950), Trabajar Cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Ediciones del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino
Otra Iglesia Es Imposible - Griselda García Editora - Ediciones del Dock - Cartografías - Op. Cit. - De Sibilas y Pitias - Eterna Cadencia - La Nación - El Litoral - Página 12 - Otra Parte
Foto: Cesare Pavese, 1950 Fanpage
Esterno
Quel ragazzo scomparso al mattino, non torna.
Ha lasciato la pala, ancor fredda, all'uncino
-era l'alba- nessuno ha voluto seguirlo:
si è buttato su certe colline. Un ragazzo
dell'età che comincia a stacare bestemmie,
non sa fare discorsi. Nessuno
ha voluto seguirlo. Era ul'alba bruciata
di febbraio, ogni tronco colore del sangue
aggrumato. Nessuno sentiva nell'aria
il tepore futuro.
Il mattino è trascorso
e la fabbrica libera donne e operai.
Nel bel sole, qualcuno -il lavoro riprende
tra mezz'ora- si stende a magiare affamato.
Ma c'è un umido dolce che morde nel sangue
e alla terra dà brividi verdi. Si fuma
e si vede che il cielo è sereno, e lontano
le colline son viola. Varrebbe la pena
di restarsene lunghi per terra nel sole.
Ma a buon conto si mangia. Chi sa se ha mangiato
quel ragazzo testardo? Dice un secco operaio,
che, va bene, la schiena si rompe al lavoro,
ma mangiare si mangia. Si fuma persino.
L'uomo è come una bestia, che vorrebbe far niente.
Son le bestie che sentono il tempo, e il ragazzo
l'ha sentito dall'alba. E ci sono cani
che finiscono marci in un fosso: la terra
prende tutto. Chi sa se il ragazzo finisce
dentro un fosso, affamato? È scappato nell'alba
senza fare discorsi, con quattro bestemmie,
alto il naso nell'aria.
Ci pensano tutti
aspettando il lavoro, come un gregge svogliato.
Lavorare stanca, Einaudi, 1952
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