Adiós al Mezzogiorno
(para Carlo Izzo)
Desde el gótico norte, pálidos hijos
de una cultura de papas, cerveza o whisky,
cargados de culpa, nos comportamos como nuestros padres y venimos
al sur, a un otraparte soleado
de viñedos, barroco, la bella figura,
a estos femeninos pueblos donde los hombres
son machos y hermanos no entrenados en la despiadada
batalla verbal tal cual se enseña
en las rectorías protestantes en lluviosas
tardes de domingo, ya no como sucios
bárbaros en busca de oro, ni como acaparadores
ansiosos por los Viejos Maestros, aunque para rapiñar
de todos modos, algunos porque creen que el amore
es mejor en el sur y más barato
(lo que es dudoso), otros convencidos de que exponerse
a un sol más fuerte es fatal para los gérmenes
(lo que decididamente es falso), y otros, como yo,
en la mediana edad esperando extraer de lo
que no somos lo que podríamos ser, una cuestión
que el sur nunca se plantea. Quizás
una lengua en que Néstor y Apemantus,
Don Octavio y Don Giovanni hacen
brotar sonidos igualmente bellos no esté equipada
para formularla, o quizá con este calor
resulte tonta: el mito del Camino Abierto
que pasa junto al portal del huerto y hace señas
a los tres hermanos, uno por vez, para que traspongan las colinas
y se aventuren lejos, sea la invención
de un clima donde es un placer caminar
y el paisaje es menos poblado
que éste. Aun así, a nosotros nos parece muy raro
no ver nunca a un único hijo ensimismado
en un juego inventado por él, ni a un par de amigos
divirtiéndose en su jerga privada,
ni alguien que solo se pasea
sin desear nada, si bien sí extraña
a nuestros oídos que a un gato se llame Gato y a los perros
Lupo, Nerón o Bobby. La forma en que comen
hace que nos avergoncemos: sentimos envidia por un pueblo
de naturaleza tan frugal que no les cuesta
ningún esfuerzo dejar de engullir vorazmente. Sin embargo (si
leo bien los rostros después de diez años)
no tienen salvación. Los griegos llaman al Sol
"El que castiga desde lejos", y desde aquí, donde
las sombras tienen borde de puñal, y el mar es azul todos los días,
vero lo que querían decir: su ojo imperturbable
y ultrajante ríe y desprecia toda noción
de cambio o huída, y un silencioso
ex volcán, sin ríos ni pájaros,
se hace eco de esa risa. Esta podría ser la razón
de por qué les quitan los silenciadores a sus Vespas,
suben la radio al máximo del volumen,
y un santo pequeñísimo puede esperar que los cohetes (el ruido
como contramagia, una forma de sacarle
la lengua a las Tres Hermanas: "Podemos ser mortales,
pero aún estamos aquí") les hagan ansiar
las proximidades; en calles atestadas
de carne humana, su alma se siente inmune
a toda amenaza metafísica. Nos escandalizamos.
pero necesitamos escandalizarnos: aceptar el espacio, reconocer
que las superficies no necesitan ser superficiales
ni los gestos vulgares, no son cosas que
puedan enseñarse cerca del rumor del agua corriente,
de la vista de una nube. Como discípulos
no somos malos, pero pésimos como maestros: Goethe,
que llevaba el compás de los hexámetros homéricos
sobre el hombro de una romana, es
(ojalá fuera otro) la figura
de nuestra estampa: sin duda la trataba bien,
pero uno debería fijarse límites, y no llamar
a la Helena engendrada en aquella ocasión,
a esa reina de su Segundo Walpurgisnacht,
su bebé: entre quienes quieren hacer de su vida
un Bildungsroman y aquéllos para quienes la vida
significa "ser visible ahora", hay un abismo
que los abrazos no pueden trasponer. Si intentamos
"convertirnos en sureños", nos echamos a perder en seguida, nos volvemos
fláccidos, lascivos de una manera sucia, y
olvidamos pagar nuestras cuentas: que nadie haya oído
que ellos hacen una promesa solemne o se convierten al yoga
es un consuelo. En cualquier caso, a pesar de todo
el saqueo espiritual que efectuamos,
no les hacemos daños, y eso nos da derecho, creo,
a un pequeño grito de A piacere,
no a dos. Irme debo, pero me voy agradecido (inclusive
a cierto Monte) e invocando
mis sagrados nombres meridianos: Vico, Verga,
Pirandello, Bernini, Bellini,
para que bendigan a esta región, sus vendimias, y a quienes
le llaman hogar: si bien no siempre se puede
recordar con precisión por qué se ha sido feliz,
no hay forma de olvidar que uno lo fue.
Septiembre de 1958
W. H. Auden (York, 1907- Viena, 1973), Los Estados Unidos, y después. Poesía selecta 1939-1973, selección y traducción de Rolando Costa Picazo, Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2009
Good-Bye to the Mezzogiorno
(for Carlo Izzo)
Out of a gothic North, the pallid children
Of a potato, beer-or-whisky
Guilt culture, we behave like our fathers and come
Southward into a sunburnt otherwhere
Of vineyards, baroque, la bella figura,
To these feminine townships where men
Are males, and siblings untrained in a ruthless
Verbal in-fighting as it is taught
In Protestant rectories upon drizzling
Suunday afternoons no more as unwashed
Barbarians out for gold, nor as profiteers
Hot for Old Masters, but for plunder
Nevertheless some believing amore
Is better down South and much cheaper
(Which is doubtful), some persuaded exposure
To strong sunlight is lethal to germs
(Which is patently false) and others, like me,
In middle-age hoping to twig from
What we are not what we might be next, a question
The South seems never to raise. Perhaps
A tongue in which Nestor and Apemantus,
Don Ottavio and Don Giovanni make
Equally beautiful sounds is unequipped
To frame it, or perhaps in this heat
It is nonsense: the Myth of an Open Road
Which runs past the orchard gate and beckons
Three brothers in turn to set out over the hills
And far away, is an invention
Of a climate where it is a pleasure to walk
And a landscape less populated
Than this one. Even so, to us it looks very odd
Never to see an only child engrossed
In a game it has made up, a pair of friends
Making fun in a private lingo,
Or a body sauntering by himself who is not
Wanting, even as it perplexes
Our ears when cats are called Cat and dogs either
Lupo, Nero or Bobby. Their dining
Puts us to shame: we can only envy a people
So frugal by nature it costs them
No effort not to guzzle and swill Yet (if I
Read their faces rightly after ten years)
They are without hope. The Greeks used to call the Sun
He-who-smites-from-afar, and from here, where
Shadows are dagger-edged, the daily ocean blue,
I can see what they meant: his unwinking
Outrageous eye laughs to scorn any notion
Of change or escape, and a silent
Ex-volcano, without a stream or a bird,
Echoes that laugh. This could be a reason
Why they take the silencers off their Vespas,
Turn their radios up to full volume,
And a minim saint can expect rocket’s noise
As a counter-magic, a way of saying
Book to the Three Sisters: “Mortal we may be,
But we are still here!” might cause them to hanker
After proximities – in streets packed solid
With human flesh, their souls feel immune
To all metaphysical threats. We are rather shocked,
But we need shocking: to accept space, to own
That surfaces need not be superficial
Nor gestures vulgar, cannot really
Be taught within earshot of running water
Or in sight of a cloud. As pupils
We are not bad, but hopeless as tutors: Goethe,
Tapping homeric hexameters
On the shoulder-blade of a Roman girl, is
(I wish it were someone else) the figure
Of all our stamp: no doubt he treated her well,
But one would draw the line at calling
The Helena begotten on that occasion,
Queen of his Second Walpurgisnacht,
Her baby: between those who mean by a life a
Bildungsroman and those to whom living
Means to-be-visible-now, there yawns a gulf
Embraces cannot bridge. If we try
To go southern, we spoil in no time, we grow
Flabby, dingily lecherous, and
Forget to pay bills: that no one has heard of them
Taking the Pledge or turning to Yoga
Is a comforting thought in that case, for all
The spiritual loot we tuck away,
We do them no harm – and entitles us, I think
To one little scream at A piacere,
Not two. Go I must, but I go grateful (even
To a certain Monte) and invoking
My sacred meridian names, Vico, Verga,
Pirandello, Bernini, Bellini,
To bless this region, its vendages, and those
Who call it home: though one cannot always
Remember exactly who one has been happy,
There is no forgetting that one was.
September 1958
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Ilustración: Ragazza alla finestra, 1893, Plinio Nomellini
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