viernes, enero 16, 2009

Leopoldo Marechal / A un domador de caballos




















1
Cuatro elementos en guerra
forman el caballo salvaje.
Domar un potro es ordenar la fuerza
y el peso y la medida;
es abatir la vertical de fuego
y enaltecer la horizontal de agua;
poner un freno al aire, dos alas a la tierra.

¡Buen domador el que armoniza y tañe
las cuatro cuerdas del caballo!
(Cuatro sonidos en guerra
forman el potro salvaje.)
Y el que levanta las manos de músico y las pone
sobre la caja del furor
puede mirar de frente a la Armonía
que ha nacido recién
y en pañales de llanto.
Porque domar un potro
es como templar una guitarra.

2
¡Domador de caballos y amigo que no pone
fronteras a la amistad,
y hombre dado al silencio
como a un vino precioso!
¿Por qué vendrás a mí con el sabor
de los días antiguos,
de los antiguos días abiertos y cerrados
a manera de flores?
¿Vienes a reclamar el nacimiento
de un prometido elogio,
domador de caballos?

(Cordajes que yo daba por muertos resucitan:
recobran en mi mano el peligroso
desvelo de la música.)

3
Simple como un metal, metal de hombre,
con el sonido puro
de un hombre y un metal;
oscuro y humillado
pero visible todavía el oro
de una nobleza original que dura
sobre tu frente;
hombre sin ciencia, mas escrito
de la cabeza hasta los pies con leyes
y números, a modo
de un barro fiel;
y sabio en la medida
de tu fidelidad;
así vienes, amigo sin fronteras,
así te vemos en el Sur:
y traes la prudencia ceñida a tus riñones.
Y la benevolencia
como una flor de sal en tu mirada
se abre para nosotros, domador.

4
¡Edificada tarde!
Su inmensa curva de animal celeste
nos da la tierra;
somos dos hombres y un domador de caballos,
puestos en un oficio musical.
Hombre dado al silencio como a un vino precioso,
te adelantas ahora:
en tu frente la noble costumbre de la guerra
se ha dibujado como un signo,
y la sagacidad en tu palabra
que no deshoja el viento.

5
¿Qué forma oscura tiembla y se resuelve
delante de nosotros?
¿Qué gavilla de cólera recoge
tu mano, domador?
(Cuatro sonidos en guerra
forman el potro salvaje.)
Somos dos hombres y un domador de caballos
puestos en un oficio musical.

Y el caballo es hermoso: su piel relampagueante
como la noche;
con el pulso del mar, con la graciosa
turbulencia del mar:
hecho a la traslación, a la batalla
y a la fatiga: nuestro signo.

6
El caballo es hermoso como un viento
que se hiciera visible,
pero domar el viento es más hermoso
y el domador lo sabe.

Y así los vemos en el Sur: jinete
del río y de la llama;
sentado en la tormenta
del animal que sube como el fuego
que se dispersa como el agua viva;
sus dedos musicales afirmados
en la caja sonora
y puesta su atención en la Armonía
que nace de la guerra, flor de guerra.

7
Así lo vimos en el Sur. Y cuando,
vencedor y sin gloria,
hubo estampado en el metal caliente
de la bestia su sello y nuestras armas,
¡amigo sin riberas! lo hemos visto
regresar al silencio,
oscuro y humillado,
pero visible todavía el oro
de una realeza antigua que no sabe
morir sobre su frente.

Su nombre: Domador de Caballos, al Sur.
Domador de caballos,
no es otra su alabanza.

Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900-1970), "Poemas australes", 1937, Poesía (1924-1950), edición y prólogo de Pedro Luis Barcia, Ediciones del 80, Buenos Aires, 1984

Ilustración: Marechal, por Hermenegildo Sábat. Clarín

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