Convictos de su majestad
Primero fue una rastrojera transformada en carromato,
después vino el telón con montañas coloradas pintadas a mano,
por último el cactus de plástico de dos brazos y el lagarto embalsamado.
Aunque olía y escuchaba a las ratas que solían pasar,
un impedimento visual instaló con naturalidad su firme existencia.
Oscasionalmente los roedores comían algún resto de comida,
movían de lugar el cactus, e incluso a veces llegaba a formarse
alguna débil imagen del volumen de sus cuerpos.
Pero la certeza de que nunca habitarían el decorado
hacía de su bastarda realidad una infinita serpentina de vacío
en donde la perturbación que ocasionaban o podían ocasionar
extirpaba toda posible conjetura sobre la culpabilidad que se les adjudicaría
en un mundo con mayor variedad de especies que las que vivían en ese patio.
El señor de la maqueta no gobernaba pero, sin lugar a duda, reinaba.
Darío Rojo (Eduardo Castex, 1964), Emblemata, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires,2008
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