viernes, febrero 08, 2008
En el principio la suspicacia
El primer peinado Leyendecker
En el principio la suspicacia dio nombre a los seres.
Después, en la perfecta conjetura del presente
perdimos el don del impedimento y alzamos este muro
contra el que hoy se agolpan las más feroces banalidades. Desde entonces
una consumada incapacidad comenzó a destinar nuestros mejores trajes
a minuciosos baños de inmersión, los mismos con los que presenciábamos
colosales partidas de bochas
con el único objetivo de ocultar nuestra verdadera tarea en las ciudades:
la de acumular imágenes de asnos que empujan objetos de un lugar a otro.
Fue ahí donde escuché decir: “El compás previsto por Von Schwedler
se cerró”; entonces supe de inmediato
que el único privilegio que arrastraría hacia la costa era el de la imposibilidad;
pero no precisamente la suprema,
más bien la de perfil torpe y operativa en el desdén.
Por eso, aunque me entretenga observando
desde un periscopio de juguete el resplandor de un horizonte artificial,
debo disculparme y decirte en lengua muerta:
vete; no tengo más hielo para ti.
Darío Rojo (Castex, 1964), de Emblemata
Vía Atmósfera
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