Existo
Yo existo aún ante el miedo
golpeteando cascabeles de verano.
Yo existo.
Que el mármol resguarde
mis blasones de harapo,
porque transcurro.
Mi canto entrelaza jirones de asfalto
y estoy, o me voy,
o me quedo,
o naufrago.
La lámpara hilvana cansancio de luz
en su gesto callado.
Quedo atrapada en tus ojos maduros y blandos.
Recorro la medular tristeza
de tus calles noctámbulas
y el viento es un mito desnudo
que rasguña apenas
la desolada piel de los faros.
Mi vida de hojaldre está quieta.
Mi cabeza de pájaros nocturnos
se deja caer, se derrumba.
Se abandonan mis manos
a su mudo destino de símbolos.
Pero yo sé que existo.
Aún ante el horario repetido
de los atardeceres mundanales y tiesos,
contagio un latigazo oscuro,
un rasgo gastado,
la impotencia brutal de mi destierro.
Mudanzas, 1974
*
El mundo se desmorona en inestables
pétalos de aroma oscuro.
Estos trapos estos adornos que se aprietan con tan poco
calor
esta ilusión de flores dispersas, flotantes en un estanque de
aguas sombrías
estos adornos digo para mí, para mi corazón perro que
olfatea las galochas del muerto
esta ilusión de belleza en el desastre vía atravesada por
un infante de rojos cabellos terribles (el infante espera su
tren, su máquina negra su triunfo) esa ilusión digo a mi
corazón, a mi memoria ópalo sensible a la fugacidad de los
cadáveres
ese deterioro palabras zona donde los idiotas mueven
sus cuadernos.
La enagua cuelga de un clavo en la pared, 1993
*
y de la fiebre, entonces, ese color de faros
fugitivos en la curva de la ruta
esa necesidad de hallar un páramo abierto. Mi respiración
no pide otra caricia que un vidrio frío
ventanal de La Matanza
y el pantano que resguarda sus flores de desborde, los
lagartos blancos se deslizan en pastos azules banderas
de la fiebre.
Son equívocas las sombras del alambre en la tierra
bordes de un lugar ingrato ¿llovía contra el
ventanal dejado abierto con descuido? ¿Se humedecían
los muebles y después las puertas dejaban de cerrar
con las maderas hinchadas como algo vivo y golpeado?
No era la fiebre quien anunciaba destrucción y
demora. Sólo marcaba contornos como un rouge delata
una boca agotada palabras de comisuras blancas
tus sábanas ocultan el cuerpo vendado por trapos de
algodón
pequeña momia
mínimo dibujo de cal
ningún telón cubre lo abatido e insomne
y de entre esos huesos de ballena en el arenal vacío,
el mito se reduce a una gota de aceite en la mano lavada
de anillos.
lámpara de uñas cortas llama antigua que
no termina de sospechar un pasaje, un estrecho posible
aguas que comen catedrales
luz temblorosa de los que acercan sus frentes a una
página:
papeles amarillos cruzados de insectos, ciudades con
puentes sobre los canales,
fiebre y desdén
nada para aferrarse más que una sábana por momentos
demasiado pesada
nada para evitar
un resguardo húmedo más peligroso que la caída
más vulgar los sensuales roces de las pesadillas que la
mirada atónita en la ventana abierta,
o apartarse en aguas de un pantano hermético.
¿No escuchas el roce del agua en las rodillas?
¿no está el peso de la orilla en tu cerebro blanco?,
con sus árboles de un verde oscuro perfumado
ese paisaje de reptiles y follajes en un turbio temblor
memoria que transpira
espejo acumulado junto a la chimenea de piedra
y entonces pedir otro fuego que aumente el incendio
entre paredes
pedir otro terror
que fije al amigo derramado en la calle y a la madre
seca en un umbral de cenizas.
fiebre, ¿qué me has quitado
más que esa apariencia de salud? mi sangre no
tiene recursos
fiebre que brillas como un cuchillo al que se limpia en
un montón de estopa
o en pastos
o bajo el chorro del agua en los lavaderos.
El brillo de la hoja se repite en el brillo de la
herida sobre el muslo opaco
y entonces renuncias a todo trapo que impida la condena.
Recuerdas el alimento escaso: la porción de arroz blanco y
las oscurísimas hojas de laurel
y te inclinas sobre la herida
como un huérfano sobre los vidrios de la casa de expósitos.
Se mira la calle tras un jardín de escombros un cielo
intranquilo, velado de humos ajenos.
Una musiquita de feria insiste como un dolor de muelas
cielo de fiebres continuas e iluminación escasa.
Mi madre se mueve con un mechero de hierro donde
hervirán jeringas.
Van a ver mi sangre como cine mudo en una palangana
oxidada
y hablarán en susurros desapacibles mientras arden
plumas, cuentas de vidrio, esas orillas de terciopelo
verde que duran en mi boca hambrienta de objetos
amables.
fiebre intranquila
que es saber y pedir no haberse enterado nunca
y atrás y escurridiza como algas la inocencia
se retira dejando una huella de talco sobre los muebles.
El peso inestable de la fiebre, el pulso que late apenas
en un animal que hiberna
y son rancias las puntillas del camisón
son desganadas las agujas del pequeño reloj con tres
mínimos rubíes en su máquina
es avara la luz que penetra entre cortinas
y la fiebre es ese pez de ojos estúpidos que fulgura
alrededor de un vidrio rajado.
El cansancio de los materiales, 2001
Fotografía
(Casamiento en la Boca)
Las novias,
los paisajes brumosos,
la luz incierta de los puertos
todos caerán a llorar sobra la casa,
“La estudiantina” gira como una bailarina enferma por el patio.
La desolación es un país habilitado de murmullos.
Las novias lloran al anochecer cuando la muerte viene a golpear sus flores pálidas.
Podría anotar otros hechos:
La sidra se enfría en el piletón del fondo.
A medianoche estallará su espuma junto a los grandes dolores humanos
y las novias lloran
lloran
se desgarran.
Todo se detiene junto a las escaleras.
Las copas quiebran la luz que cae desde el ventanal.
las novias tiemblan
tiemblan.
La muerte cae sobre la casa sus guirnaldas.
El mundo es un escenario abandonado.
No hay función por esta noche.
[inédito]
Leonor García Hernando (San Miguel de Tucumán, Argentina, 1955-Buenos Aires, 2001)
Ediciones en Danza,
Buenos Aires, 2022
Otra Iglesia Es Imposible - Ediciones en Danza - Años Luz Editora - Excéntrica - El Ortiba - Laura Giordani - La Caína - Garúa x 2 - El Telégrafo Luminoso - Casapaís - Caras y Caretas - Silva
Foto: Leonor García Hernando (detalle) Carlos Romero/Excéntrica
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