miércoles, noviembre 17, 2021

Mario Ortiz / De "Tratado de iconogénesis"




La apertura de un taller

Hacia 1950, Francis Ponge escribió un ensayo para la UNESCO en el que reflexiona acerca de la condición y destino de los artistas. La época era ciertamente compleja: Europa comenzaba la reconstrucción luego del desastre de la Segunda Guerra mientras el mundo se dividía en dos hemisferios enfrentados por una guerra fría y permanente que amenazaba pulverizar el planeta. Ponge rechazaba por igual las diversas teorías que pretendía definir las características y funciones del productor literario: bufón o ingeniero soviético de almas; alquimista del verbo intelectual comprometido. Lejos de eso, para el poeta francés, "la misión del artista es muy clara, debe abrir un taller". Si suspendemos la frase en este punto, podría pensarse que los escritores tienen la misión pedagógica de abrir laboratorios y clínicas de escritura para formar otros escritores, algo tan frecuente en nuestra época. Pues no: ante los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Ponge declara que el artista

          debe abrir un taller y reparar el mundo tal como le llega, por fragmentos. Solamente un mecánico. Reparador atento del cangrejo y del limón, del cántaro o de la compotera. Irreemplazable en su función. Su papel es modesto, como vemos, pero no se podría prescindir de él.

En diciembre de 2011 descubrí los restos de un televisor marca ZENITH que alguien había arrojado en la esquina de Liniers y Edison. El marco plástico de la pantalla se había desprendido; lo cargué en la bicicleta y lo instalé en el patio de mi casa. Imaginé que se transformaba en un homoscopio, aparato que permite contemplar lo que aparece ante nuestros ojos y analizarlo con una nitidez insuperable, sin modificar, ampliar ni reducir los objetos. A partir de esas observaciones, escribí un cuaderno que lleva el número VIII de la serie.
     El encuentro de una persona con pedazos de un televisor arrojado en una esquina puede ser un hecho azaroso. Cinco años más tarde, el encuentro de la misma persona (o sea, yo) con otro televisor arrojado exactamente en la misma esquina, debe ser analizado como un mensaje de otro mundo.
     O como decir: el reflejo gris sobre el cristal de una pantalla salpicada por gotas de lluvia es también una imagen del cielo.

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Esta época también es compleja e injusta, por momentos insoportable.
     Los largos canales de mar que penetran hasta nuestro puerto están llenos de cangrejos; no sé cómo podría repararlos si alguno pierde una patita o una pinza. En las lagunas que quedan sobre la playa cuando la marea se retira, he visto cangrejitos recién nacidos que se deshacían entre los dedos apenas tocarlos.
     No tenemos cántaros. Lo más parecido que hay en nuestra ciudad son jarras de vidrio o plástico que se guardan llenas de jugo en la heladera junto a los limones y alguna compotera con ensalada de frutas.
     Pero es un hecho que hay artefactos y monitores destrozados, completamente irreparables.

Mario Ortiz (Bahía Blanca, Argentina, 1965)


Tratado de iconogénesis. Cuadernos 
de lengua y literatura volumen XI,
Leteo Edito, 
Buenos Aires, 2021










Foto: Télam

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