jueves, diciembre 23, 2010

Louis MacNeice / "Diario de otoño", 3


Diario de otoño

III

Agosto ya casi termina, los que vuelven
de las vacaciones están bronceados
con los pulgares ampollados y una billetera con fotos y una pequeña
Joie de vivre de contrabando;
la resistencia de quién es suficiente para hacerle frente a la espera
anual para la juerga anual,
los recuerdos de quién están marcados por salpicaduras de sol
como ajadas fleurs de lys.
Ahora el cajón y la máquina de escribir llaman a los dedos,
el trabajador reúne sus herramientas
para el día de ocho horas pero después de eso el solaz
de películas o quinielas
o de los chismes o abrazos, los momentos de vanagloria
o autoindulgencia, anteojeras en los ojos de la duda,
el humo azul que asciende y la franja marrón de la bebida
hundida en el vaso vacío de la cerveza negra.
La mayoría acepta, nacidos y criados para llevar arnés,
y tomar las cosas como vienen,
pero algunos que rechazan el arnés y otros que son rechazados
rezarán por otro Reino mejor
que ahora se esboza en el aire o se parodia en consignas
escritas con tiza o alquitrán sobre estuco o yeso
pero quizás alguna vez encuentre cuerpo en el cuerpo de los hombres,
su ley y orden en la concordia de su corazón,
donde ya no menguará la habilidad ni la energía sufrirá traba
para competir y entrometerse,
empleada en servilismo pero sin lealtad
para un sistema absolutamente perdido
y estúpido que les da a unos pocos a precio de lujo
sus vidas de lujo
mientras el noventa y nueve por ciento que nunca va al banquete
debe limpiar de los cuchillos la grasa de los siglos.
Y susurra ahora aquel que tienta: “También tienes
la mente de quien posee esclavos,
querrás dormir en un colchón de fáciles ganancias,
chasquear los dedos o una fusta y encontrar
sirvientes y huríes dispuestos al sobresalto y la lisonja
que construyan con su degradación tu autoestima;
lo que quieres no es un mundo de los libres en función
sino un nicho en la cima, la espuma de la crema”.
Y respondo que eso es mayormente así porque la costumbre me hace
pensar que la victoria de uno entraña la derrota de otro,
que libertad significa el poder de mandar y que para preservar
los valores apreciados por la élite
la élite debe seguir siendo reducida. Es muy difícil imaginar
un mundo en que la mayoría tuviera su oportunidad
sin caer en las convenciones de la vida intelectual
y sin nada de lo que a los intelectuales les interesa.
Qué miedos habrá que suprimir. No hay razón para pensar
que, si se le da a la gente una oportunidad de pensar o de vivir,
las artes del pensamiento o de la vida sufrirán y se harán chabacanas
y no devolverán más de lo que alguna vez podrías dar.
Y ahora vuelvo a caer en el sueño, en sueños quizás y en la reacción
donde seré el gángster o el jeque,
mataré por amor a matar, haré del mundo mi sofá,
desvestiré a las mujeres e insultaré al manso.
Fantasías que, sin duda, se deben a mi historia privada,
material para el analista,
pero la cura final no está en sus dedos que examinan el pasado
sino en un futuro de acción, la voluntad y el puño
de quienes abjuran del lujo de la autoconmiseración
y prefieren arriesgar un movimiento sin estar seguros
de si el movimiento será mejor o peor en cien
o mil años cuando su corazón es puro.
Nuestros corazones no son puros, siempre tenemos razones mezcladas,
Son autoembaucadores, pero de todos los engaños
el peor es murmurar: “Señor, no soy digno”
y, yaciendo cómodos, volver el rostro a la pared.
Pero quizás cure esa costumbre, alce la vista y mire hacia fuera
y ojalá mis pies sigan esa mirada amplia
primero sin duda para tropezar, luego para caminar con los demás
y al final –con tiempo y suerte– para bailar.

Louis MacNeice (Belfast, 1907-Londres, 1963)
Traducción de Jorge Fondebrider


III

August is nearly over, the people/ Back from holiday are tanned/ With blistered thumbs and a wallet of snaps and a little/ 
Joie de vivre which is contraband;/ Whose stamina is enough to face the annual/ Wait for the annual spree,/ Whose memories are stamped with specks of sunshine/ Like faded fleurs de lys./ Now the till and the typewriter call the fingers,/ The workman gathers his tools/ For the eight-hour day but after that the solace/ Of films or football pools/ Or of the gossip or cuddle, the moments of self-glory/ Or self-indulgence, blinkers on the eyes of doubt,/ The blue smoke rising and the brown lace sinking/ In the empty glass of stout./ Most are accepters, born and bred to harness,/ And take things as they come,/ But some refusing harness and more who are refused it/ Would pray that another and a better Kingdom come,/ Which now is sketched in the air or travestied in slogans/ Written in chalk or tar on stucco or plaster-board/ But in time may find its body in men's bodies,/ Its law and order in their heart's accord,/ Where skill will no longer languish nor energy be trammelled/ To competition and graft,/ Exploited in subservience but not allegiance/ To an utterly lost and daft/ System that gives a few at fancy prices/ Their fancy lives/ While ninety-nine in the hundred who never attend the banquet/ Must wash the grease of ages off the knives./ And now the tempter whispers 'But you also( Have the slave-owner's mind,/ Would like to sleep on a mattress of easy profits,/ To snap your fingers or a whip and find/ Servants or houris ready to wince and flatter/ And build with their degradation your self-esteem;/ What you want is not a world of the free in function/ But a niche at the top, the skimmings of the cream.'/ And I answer that that is largely so for habit makes me/ Think victory for one implies another's defeat,/ That freedom means the power to order, and that in order/ To preserve the values dear to the elite/ The élite must remain a few. It is so hard to imagine/ A world where the many would have their chance without/ A fall in the standard of intellectual living/ And nothing left that the highbrow cared about./ Which fears must be suppressed. There is no reason for thinking/ That, if you give a chance to people to think or live,/ The arts of thought or life will suffer and become rougher/ And not return more than you could ever give./ And now I relapse to sleep, to dreams perhaps and reaction/ Where I shall play the gangster or the sheikh,/ Kill for the love of killing, make the world my sofa,/ Unzip the women and insult the meek./ Which fantasies no doubt are due to my private history,/ Matter for the analyst,/ But the final cure is not in his past-dissecting fingers/ But in a future of action, the will and fist/ Of those who abjure the luxury of self-pity,/ And prefer to risk a movement without being sure/ If movement would be better or worse in a hundred/ Years or a thousand when their heart is pure./ None of our hearts are pure, we always have mixed motives,/ Are self deceivers, but the worst of all/ Deceits is to murmur 'Lord, I am not worthy'/ And, lying easy, turn your face to the wall./ But may I cure that habit, look up and outwards/ And may my feet follow my wider glance/ First no doubt to stumble, then to walk with the others/ And in the end–with time and luck–to dance.

Ilustración: Granjero leyendo junto al hogar, 1881, Vincent Van Gogh

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