La última cena
Fue María, postrada por el dolor y de rodillas
en el polvo, la que confundió a un hombre recién levantado
de entre los muertos, el único
hombre que amó de verdad, con un jardinero. Señor,
si te lo has llevado, imploró, dime a dónde lo has dejado, y lo buscaré.
Es verdad: lo que observamos
a veces nos traiciona. Llovía,
fuerte, lentamente, haciendo que las hojas plateadas del fresno
en mi ventana se inclinaran en reverencia;
y el espejo de mi cómoda con su esbelta
deshonestidad reflejaba y traía cosas a la habitación
cosas fuera de mi vista: algunos botes
acercándose a los resistentes brazos de entrada
del puerto, una tanda de ropa
abandonada colgando de la soga en la casa de al lado, y la lluvia
cerrándose alrededor de la bandera amarilla y la fucsia.
Siempre sospeché que la lluvia estaba llena
de este tipo de espacios y cerramientos. Me había despertado
con jet-lag, hacia el final de la tarde, en la cama angosta en la que dormía
cuando era chica; me desperté sintiéndome triste y sola
aunque no estaba ni triste
ni sola —era nada más la que fui, el pasado
y sus muchos disfraces. Había estado soñando
con un poeta en Nueva York que vaga
por las calles más concurridas durante todo el día, anotando,
en una libreta de bolsillo con espiral, ninguna otra cosa
que el mundo visible. Hacerlo, decía,
lo mantenía honesto, y jamás fue seducido
por sus propias ideas. Es extraño, siempre he pensado que el arte
era una serie de pequeñas decepciones
realizadas al servicio de la verdad. La lluvia
y el final de la tarde ya se movían
hacia el momento de luz cuando la mansa
benevolencia que nos ha observado el día entero como un padre
se marcha, y supe que debía estar afuera
caminando, resistiendo mi presentimiento del fin,
de otro modo me sentiría abandonada toda la tarde, o bien
me volvería a dormir abandonada.
Pero era casi la hora de la cena y yo
permanecía retenida,allí donde estaba, por la música de mi madre
golpeando su carrillón de sartenes con fondo de cobre,
por el suave deslizamiento de cajón
después de que el cajón se abriera y se cerrara, se abriera y se cerrara;
por los cuchillos cabalgando
a través de la tabla de picar de mármol.
Mis padres me pasaban las cosas que, insistían,
ellos no podían terminar: un magro puñado de verduras,
más guarnición que comida, puerros hervidos y medallones de cerdo,
algunos glaceados, zanahorias cortadas, brillando
como un puñado de monedas. Y lo que arruinó
mi corazón no fue la delgadez de los muslos de mi padre,
o las venas marcadas en los tobillos de mi madre;
no fue la manera en que ellos se olvidaban o recordaban cosas
que aún no habían ocurrido. Era lo poco
que comían; era lo mucho que mi madre corría durante todo el día
en la cocina y luego llegaba a la mesa
con fuentes y grandes platos que siempre estaban
casi vacíos. Era el modo en que las porciones se perdían
en las vastas, pálidas arenas de sus platos.
Si observar al mundo nos mantiene honestos, ¿qué verdades
recogemos mirando cómo un cuerpo que amamos
se hunde en la tierra? El cuerpo es al mismo tiempo todo
y nada.
Era la manera en que ellos habían llegado a necesitar tanto
tan poco del mundo. Y de cómo esto, quizá, era suficiente.
Jude Nutter (North Yorkshire, Inglaterra, residente en los Estados Unidos desde 1980), The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión de Silvia Camerotto
The last supper
It was Mary, felled by grief and on her knees /in the dirt, who mistook a man newly risen /from the dead, the only /man she’d ever really loved, for a gardener: Sir, /if you have carried him away, she cried, tell me /where you have laid him, and I will take him away. /So it’s true: what we observe /sometimes betrays us. It was raining, //heavily, slowly, making the leaves of the silver ash /outside my window genuflect and bow down; /and the mirror on the dresser with its slender /dishonesty reflected and carried into the room /things from outside my field of vision: a few boats //approaching the hard, welcome arms /of the harbour, a short run of laundry /left hanging on the line next door, and the rain /closing its lips around the yellow flag and the fuchsia. /I’d always suspected the rain to be full //of such rooms and enclosures. I’d woken /jet-lagged in the late afternoon in the tin bed I’d slept /in when I was a child; woken feeling sad and lonely /even though I was neither sad //nor lonely —that was just my old self, the past/and its various disguises. I’d been dreaming /of that poet in New York city who wanders /through the busiest streets all day, recording, /in a spiral-bound, pocket-sized notebook, nothing /but the observable world. To do so, he said, /keeps him hones, and he’s never seduced /by his own ideas. Strange, I’d always thought art /was a series of small deceptions /performed in the service of the truth. Already //the rain and the late afternoon were moving /toward that time of light when the quiet /benevolence that has watched us all day like a parent /turns away, and I knew I should be outside /walking, resisting any intimation of ending, /otherwise I’d feel abandoned all evening, otherwise /I’d fall back into sleep abandoned. /But it was nearly dinnertime and I //was held where I was by the music my mother made /striking her carillon of copper-bottomed saucepans, /by the breathy glide of drawer /after drawer opening then closing, opening then closing; /by the galloping knives /across the marble cutting block. //My parents slipped me the things they insisted /they could not finish: a thin sheaf of greens, /more garnish than meal, boiled leeks and pork medallions, /a few glazed, sliced carrots, glowing /like a handful of change. And what ruined /my heart was not the thinness of my father’s thighs, /or the inlay of veins around my mother’s ankles; /it was not how they forgot things or remembered /what had not yet happened. It was how little //they ate; it was how my mother rallied all day /in the kitchen and then arrived at the table /with platters and great dishes that were always /almost empty. It was the way their portions became lost /in the vast, pale arenas of their plates. /If observing the world keeps us hones, what truths /do we glean watching a body we love /going into the ground? The body is both everything
and nothing. /It was the way they’d come to need so much/less of the world. And how this, perhaps, was enough.
Ilustración: Puberty, 1894, Edvard Munch
Gracias, Camerotto, y al editor, por este poemazo. Gracias, Irene
ResponderBorrares un poemazo sin duda alguna.
ResponderBorrargracias a usted, i.
Es un hachazo este poema. No dejo de leerlo. Mi corazón agradecido, Jorge.
ResponderBorrarIgnacio
Qué fuerte!!! Me dejó sin habla
ResponderBorrarLa virtud de la poeta: hablar de un desastre que sucede ante nuestros ojos, sin hincarnos antes del estruendo.
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