Helada en Auxonne
El campo gélido, asfixiado por una luz transfija.
Escoriados los surcos, falto de nieve todo, / crispado en el ahogo.
Por los canales un brillo de venas congeladas,
dedos artríticos el filo de los árboles.
El terral un cuerpo glauco cubierto por un gel transparente.
Fosforecencia de calcio la grava,
molida por la ausencia del aire.
Una saliva metálica, un polvo helado la arada.
Emanan apenas el barro, la paja, el ramerío,
grumos ocre y marrón.
Abajo, abajo, como aliento ventral,
el valle, un cuenco de madera,
y muy adentro, el apretado corazón de un pino,
como una irradiación de manos húmedas.
Desagüe
En una espiral sin sol voy descendiendo,
no peldaños, vapores, entresijos,
aguas turbias de ciegas atarjeas,
tubos rotos que ofrecen la palpitante mierda.
Hay que pasar una y otra vez por esa cañería abierta,
desmadejar los piojos y larvas luminosas
para que no se pringuen los deseos.
Todo el ordeñadero queda ventilando
los despojos azules y ennegrecidos.
Ah, esta oscuridad oscilante,
este abrasadero para limpiar el alma, la cloaca.
Pedro Serrano (Montreal, 1957), Nueces, Trilce Ediciones, México, 2009
Ilustración: Paisaje con anacoreta y ruinas clásicas, Jean Lemaire, siglo XVII
De Serrano en este blog:
Cardenal / Cuervo y niño
Tuscania, 5
El campo gélido, asfixiado por una luz transfija.
Escoriados los surcos, falto de nieve todo, / crispado en el ahogo.
Por los canales un brillo de venas congeladas,
dedos artríticos el filo de los árboles.
El terral un cuerpo glauco cubierto por un gel transparente.
Fosforecencia de calcio la grava,
molida por la ausencia del aire.
Una saliva metálica, un polvo helado la arada.
Emanan apenas el barro, la paja, el ramerío,
grumos ocre y marrón.
Abajo, abajo, como aliento ventral,
el valle, un cuenco de madera,
y muy adentro, el apretado corazón de un pino,
como una irradiación de manos húmedas.
Desagüe
En una espiral sin sol voy descendiendo,
no peldaños, vapores, entresijos,
aguas turbias de ciegas atarjeas,
tubos rotos que ofrecen la palpitante mierda.
Hay que pasar una y otra vez por esa cañería abierta,
desmadejar los piojos y larvas luminosas
para que no se pringuen los deseos.
Todo el ordeñadero queda ventilando
los despojos azules y ennegrecidos.
Ah, esta oscuridad oscilante,
este abrasadero para limpiar el alma, la cloaca.
Pedro Serrano (Montreal, 1957), Nueces, Trilce Ediciones, México, 2009
Ilustración: Paisaje con anacoreta y ruinas clásicas, Jean Lemaire, siglo XVII
De Serrano en este blog:
Cardenal / Cuervo y niño
Tuscania, 5
Increíbles.
ResponderBorrarPedro Serrano escribe cada vez mejor. Es un verdadero placer leerlo.
ResponderBorrarEs un gusto leer a este querido Pedro. Buenos ambos poemas. Mi abrazo sincero, queridísimo Jorge.
ResponderBorrarIgnacio
Bonitos poemas.
ResponderBorrarSaludos...