Un autor olvidado
No hay emoción ahora. El cigarrillo
humea en la penumbra. (¿Quién habrá
hecho esta sinfonía? La fanfarria
que cierra el movimiento, la tragedia
que abre el siguiente, no me lo revelan.)
Pasa un auto a lo lejos. Amanece
muy lentamente y la ciudad
se pone a trabajar. Dolor
de espalda. Desperté a las dos,
pero de ayer. La gata está comiendo
del balanceado. Puede que me duerma
sin más. Me tomo un vaso de agua
helada, transparente, refrescante,
un Lizarazu que degusto a solas.
(Por hoy no hay maquinita de escarbar
secos escombros: nadie se lamenta,
y menos yo, que nombro lo que tengo.)
El amuleto
Al modo en que Giannuzzi paladeaba
cierta palabra porque no sabía
qué quería decir, y no apelaba
adrede al diccionario, yo decía
cada tanto tu nombre, y me enteraba
con conmoción y espanto que no había
nada de vos ahí, que no moraba
tu ser en esas letras. Me aturdía
esa falta de vos, en vano andaba
con las palabras, de tu nombre hacía
un amuleto muerto, y más penaba
cuanto menos de vuelta te tenía.
Hoy me quedo callado, y no contemplo
sino las fotos: otro inútil templo.
Pablo Seguí (Córdoba, Argentina, 1973), Naturaleza muerta, Ediciones del Copista, Córdoba, 2011
Foto: Pablo Seguí en Facebook
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