miércoles, mayo 19, 2010

Robert Lowell / Dos poemas




Para Harpo Marx

Harpo Marx, como blanca pluma tu mano en el arpa;
las solas palabras que dijiste fueron sonido.
El cine no es siempre el arte más endeble,
tus películas alcanzaban las estrellas; Harpo, tu cambiante
imagen es una naturaleza inmutable, no naturaleza muerta.
Tontamente memorizabas un guión no escrito...
Te vi dos años antes que murieras
en el Central Park, cerca de la Quinta Avenida, en el frágil otoño;
viejos cabellos rubios, demasiado rubios,
viejos ojos, demasiado jóvenes.
Dos camiones de filmación y cinco coches policiales estaban
dispuestos en círculo como carromatos. Algo de gente alrededor.
Hubiera querido arrodillarme; yo envejecí en la mueca de tu sonrisa.
Películas dantescas, sus grupos de dolor en acción:
el género festivo es un actor genérico.


Dios de nuestros padres

Dí que es únicamente el viaje de ida,
el vuelo en una sola dirección,
y despoja el significado de "viaje" y de "vuelo"
de lo que tiene de peor:
entonces podría afirmar que te hallas
en la fría luz de la ciencia,
viendo como eres visto, ligado a la realidad.
Extraño, una vida es el fuego y el combustible; nosotros,
los animales, los objetos, debemos permanecer aquí
sin ningún título que acredite
que nunca nada dejó de vivir
sino que vuelve a vivir cuando la vida cesa.
Más maravilloso es el Dios relojero
de Descartes y Paley; Él diseñó e instaló
para nosotros el Mecanismo. Le gustaba trajinar,
y habiendo perfeccionado lo que debía hacer,
se mantuvo aparte envuelto en su soledad.

Robert Lowell (Boston, 1917-Nueva York, 1977), Stevens, Williams, Lowell, Poemas, versiones y notas por Alberto Girri; Corregidor, Buenos Aires, 1982

Ilustración: Harpo Marx, 1939, Salvador Dalí Theatre Arts Monthly/The Marx Brothers

De Lowell en este blog:
El retorno del desterrado

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