jueves, septiembre 02, 2021

Cesare Pavese / Indisciplina




El borracho deja atrás las casas perplejas.
No todos, bajo la luz del sol, se atreven
a caminar borrachos. Cruza tranquilo la calle,
y podría ensartarse los muros, que ahí están los muros.
Sólo un perro pasa de este modo, pero un perro se para
cada vez que huele a la perra, y la olfatea con cuidado.
El borracho no mira a nadie, ni siquiera a las mujeres.

Por la calle la gente, turbada al verlo, no ríe
y no quiere que haya un borracho, pero muchos tropiezan
por seguirlo con los ojos, y vuelven a mirar adelante,
imprecando. Después de que pasó el borracho,
toda la calle se mueve más lenta
en la luz del sol. Si alguno corre,
como antes, es uno que no será nunca el borracho.
Los otros miran, sin distinguir, el cielo y las casas
que continúan estando, aunque ninguno los vea.

El borracho no ve ni casas ni cielo,
pero sabe que están, porque con paso inseguro recorre un espacio
nítido como las estrías del cielo. La gente, confusa,
no comprende para qué están las casas allí,
y las mujeres no miran a los hombres. Todos
tienen una especie de miedo de que en un instante la voz
ronca estalle en una canción y los siga por el aire.

Cada casa tiene una puerta, pero es inútil entrar.
El borracho no canta, pero tiene un camino
donde el único obstáculo es el aire. Suerte
que de este lado no hay mar, porque el borracho,
caminando tranquilo, entraría en el mar
y, desaparecido, seguiría en el fondo el mismo camino.
Afuera, la luz sería la misma, siempre.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino


Foto: Cesare Pavese en una difundida foto de 1945 La Repubblica 29 de mayo de 2021

Indisciplina

L'ubriaco si lascia alle spalle le case stupite.
Mica tutti alla luce del sole si azzardano
a passare ubriachi. Traversa tranquilo la strada,
e potrebbe infilarsi nei muri, ché i muri ci stanno.
Solo un cane trascorre a quel modo, ma un cane si ferma
ogni volta che sente la cagna e la fiuta con cura.
L'ubriaco non guarda nessuno, nemmeno le donne.

Per la strada la gente, stravolta a guardarlo, non ride
e non vuole che sia l'ubriaco, ma i molti che inciampano
per seguirlo con gli occhi, riguardano innanzi
imprecando. Passati che c'è l'ubriaco,
tutta quanta la strada si muove più lenta
nella luce del sole. Qualcuno che corre
come prima, è qualcuno che non sarà mai l'ubriaco.
Gli altri fissano, senza distinguere, il cielo e le case
que continuano a esserci, se anche nessuno li vede.

L'ubriaco non vede né case né cielo,
ma li sa, perché a passo malfermo percorre uno spazio
netto como le striscie di cielo. La gente impacciata
non comprende più a cosa ci stiano le case, 
e le donne non guardano gli uomini. Tutti
hanno come paura a un tratto la voce
rauca scoppi a cantare e li segua nell'aria.

Ogni casa ha una porta, ma è inutile entrarci.
L'ubriaco non canta, ma tiene una strada
dove l'unico ostacolo è l'aria. Fortuna
che di là non c'è il mare, perché l'ubriaco
camminando tranquillo entrerebbe anche il mare
e, scomparso, terrebbe sul fondo lo stesso cammino.
Fuori, sempre, la luce sarebbe la stessa.

Poesie, Mondadori, 1969

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