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miércoles, abril 27, 2022

Mark Strand / La predicción




Esa noche la luna flotaba sobre el estanque,
convirtiendo el agua en leche, y bajo
las ramas de los árboles, los azules árboles,
una mujer joven caminaba, y por un instante
el futuro la alcanzó:
la lluvia caía sobre la tumba de su esposo, la lluvia caía
sobre el jardín de sus hijos, su propia boca
llena de aire frío, extraños que se movían por su casa,
un hombre en su habitación escribiendo un poema en el que la luna flotaba
una mujer paseaba bajo los árboles, pensaba en la muerte,
pensaba en él pensando en ella, y el viento que se levantaba
y se llevaba la luna y dejaba el papel a oscuras.

Mark Strand (Summerside, Canadá, 1934-Nueva York, 2014), Selected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1990
Traducción: © Jonio González


Foto: Mark Strand en la galería Steven Kasher, Nueva York, 2010 Patrick McMullan/ Shaun Mader/Getty Images

THE PREDICTION

That night the moon drifted over the pond,   
turning the water to milk, and under   
the boughs of the trees, the blue trees,   
a young woman walked, and for an instant 
the future came to her: 
rain falling on her husband’s grave, rain falling   
on the lawns of her children, her own mouth 
filling with cold air, strangers moving into her house,
a man in her room writing a poem, the moon drifting into it,   
a woman strolling under its trees, thinking of death, 
thinking of him thinking of her, and the wind rising 
and taking the moon and leaving the paper dark.

viernes, septiembre 03, 2021

Mark Strand / Siete poemas (para Antonia)



1

En el borde
del cuerpo de la noche
diez lunas están saliendo

2

Una cicatriz recuerda la herida.
La herida recuerda el dolor.
Otra vez estás llorando.

3

Cuando caminamos bajo el sol
nuestras sombras son como barcazas silenciosas.

4

Mi cuerpo se acuesta
y oigo mi propia
voz acostándose cerca de mí.

5

La roca es placer
y se abre
y entramos en ella
como entramos en nosotros mismos
cada noche.

6

Cuando hablo con la ventana
digo todo
es todo.

7

Tengo una llave
así que abro la puerta y entro.
Está oscuro y entro.
Está más oscuro y entro.

Mark Strand (Summerside, Canadá, 1934-Nueva York, Estados Unidos, 2014), Collected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 2014
Versión de Jonio González



Foto: Mark Strand por Jack Mitchell, 2004 Poetry Foundation/Getty Images


SEVEN POEMS (For Antonia)

1

At the edge
of the body’s night
ten moons are rising.

2

A scar remembers the wound.
The wound remembers the pain.
Once more you are crying.

3

When we walk in the sun
our shadows are like barges of silence.

4

My body lies down
and I hear my own
voice lying next to me.

5

The rock is pleasure
and it opens
and we enter it
as we enter ourselves
each night.

6

When I talk to the window
I say everything
is everything

7

I have a key
so I open the door and walk in.
It is dark and I walk in.
It is darker and I walk in.

martes, septiembre 29, 2020

Mark Strand / Comiendo poesía

















La tinta corre por las comisuras de mis labios.
No hay felicidad como la mía.
He estado comiendo poesía.

La bibliotecaria no puede creerse lo que ve.
Tiene una mirada triste
y camina con las manos pegadas al vestido.

Los poemas se han ido.
La luz es tenue.
Los perros están subiendo por las escaleras del sótano.

Los ojos les dan vueltas,
sus rubias patas arden como hojarasca.
La pobre bibliotecaria empieza a patear el suelo y a llorar.

No entiende.
Cuando caigo de rodillas y le lamo la mano,
grita.

Soy un hombre nuevo.
Le gruño y le ladro.
Brinco con alegría en la libresca oscuridad.

Mark Strand (Summerside, Canadá, 1934-Nueva York, Estados Unidos, 2014), The New York Review of Books, vol. 7, n.º 5, octubre de 1966 / Selected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1979
Versión de Jonio González


Foto: Mark Strand en Casa de América, Madrid, 2013 El Espectador


EATING POETRY

Ink runs from the corners of my mouth.
There is no happiness like mine.
I have been eating poetry.

The librarian does not believe what she sees.
Her eyes are sad
and she walks with her hands in her dress.

The poems are gone.
The light is dim.
The dogs are on the basement stairs and coming up.

Their eyeballs roll,
their blond legs burn like brush.
The poor librarian begins to stamp her feet and weep.

She does not understand.
When I get on my knees and lick her hand,
she screams.

I am a new man.
I snarl at her and bark.
I romp with joy in the bookish dark.

miércoles, octubre 16, 2019

Mark Strand / De "Puerto oscuro. Un poema"













VII

Ah, podés burlarte de los esplendores de la luna,
pero ¿qué sería del corazón humano si deseara
sólo oscuridad, si no deseara nada en la tierra
salvo la tinta del mar o la sombra negra de la roca?
Lanzarte, en medio de una noche de verano, al vacío
plateado del aire y observar los campos pálidos
descansando bajo la mirada hosca de la luna,
y permanecer en las profundidades de tu visión y preguntarte
cómo en esta blancura lo que amás es pena
pasada, y cómo en el largo valle de tu mirada
crece la esperanza, y ahí, bajo el fuego
distante de las estrellas, apenas perceptible,
sentirte despertar al cambio, como si tu cambio
fuera inmenso y contara en la nostalgia de los cielos.
Y sin embargo todo lo que querés es salir de la sombra
de vos mismo, hasta la fría llama de la noche de verano,
cuando la luna brilla y la tierra misma
está cubierta y silenciosa en las rocas de su sueño.

Mark Strand (Summerside, Prince Eduard Island, Canadá, 1934-Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, 2014)
Traducción de Adalber Salas Hernández

Puerto oscuro. Un poema
[Dark Harbor. A Poem, Alfred A. Knopf, 1993],
Zindo & Gafuri,
Buenos Aires, 2019








Otra Iglesia Es Imposible - Zindo & Gafuri - La Razón - Jámpster - Poéticas - Paris Review - Best Poems - The Poetry Archive (audio)

Foto: Carolyn Contino/BEI/REX/THE GUARDIAN

martes, octubre 15, 2019

Mark Strand / Manteniendo las cosas íntegras















En un campo
soy la ausencia
de campo.
Esto es lo que
siempre ocurre.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.

Cuando camino
divido el aire
y siempre
el aire se mueve para
llenar espacios
donde mi cuerpo ha estado.

Todos tenemos motivos
para movernos.
Me muevo
para mantener las cosas íntegras.

Mark Strand (Summerside, Prince Eduard Island, Canadá, 1934 - Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, 2014), Selected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 2002
Versiones © Silvia Camerotto

Poetry Foundation - The New Yorker - El País - Círculo de Poesía - Letras Libres - Eterna Cadencia - Verseando - El Estado Mental - Otra Iglesia Es Imposible

Foto: Mark Strand, 2013 Sarah Shat/El País

Keeping Things Whole

In a field
I am the absence
of field.
This is
always the case.
Wherever I am
I am what is missing.

When I walk
I part the air
and always
the air moves in
to fill the spaces
where my body’s been.

We all have reasons
for moving.
I move
to keep things whole.

domingo, noviembre 17, 2013

Mark Strand / Llegar a esto





















Hemos hecho lo que queríamos.
Hemos desechado sueños y preferido nuestra mutua
industria pesada, y hemos dado la bienvenida a la aflicción
y llamado ruina al inaguantable hábito de la ruptura.

Y ahora henos aquí.
La cena está servida y no podemos comer.
La carne se asienta en el blanco lago de su plato.
El vino espera.

Llegar a esto
tiene su recompensa: nada se promete, nada se quita.
No tenemos confianza ni mérito,
ningún lugar al que ir, ninguna razón para quedarnos.

Mark Strand (Summerside, Canadá, 1934-Nueva York, 2014), Selected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1990
Versón de Jonio González


Coming to This

We have done what we wanted. 
We have discarded dreams, preferring the heavy industry   
of each other, and we have welcomed grief 
and called ruin the impossible habit to break. 

And now we are here. 
The dinner is ready and we cannot eat.   
The meat sits in the white lake of its dish.   
The wine waits.

Coming to this 
has its rewards: nothing is promised, nothing is taken away.   
We have no heart or saving grace, 
no place to go, no reason to remain.
---

miércoles, junio 05, 2013

Poemas elegidos, 8


Eduardo Mileo
(Buenos Aires, 1953)

Mantener las cosas enteras, de Mark Strand
El corte de versos es el que corresponde a la respiración con que yo lo digo; no tengo la traducción a mano, pero lo sé de memoria.
La elección de este poema tiene una pequeña historia. En el año 1990 estábamos representando junto a Alberto Muñoz nuestra obra Misa negra en el ya desparecido teatro Babilonia, frente al Abasto. Me invitaron a un programa de radio para conversar sobre la obra y, como sucede con bastante frecuencia, en un momento la periodista me hizo la pregunta imposible: ¿para qué sirve la poesía? Le respondí con este poema y agregué: “Creo que si la poesía sirve para algo, será para esto: mantener las cosas enteras”.
El poema de Mark Strand me dio la respuesta en ese momento a una pregunta circunstancial, pero iluminó un espacio siempre oscuro, esquivo, y me permitió un modo de ver la poesía.


Mantener las cosas enteras 

En un campo
soy la ausencia de campo.
Siempre sucede así:
dondequiera que esté
soy aquello que falta.

Si camino
parto el aire, mas
siempre
el aire vuelve
a ocupar el sitio
donde mi cuerpo estuvo.

Todos tenemos razones
para movernos:
yo me muevo
para mantener las cosas
enteras.

Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, 1934-Nueva York, 2014)
Versión de Reynaldo Jiménez y Violeta Lubarsky

domingo, marzo 17, 2013

Mark Strand / Me va a encantar el siglo veintiuno





Me va a encantar el siglo veintiuno

La cena se enfriaba. Los invitados, con la expectativa de que los encuentros
fuesen de la manera acostumbrada -rápidos, impersonales, azarosos-, estaban
tirados por los cuartos. Las papas estaban duras y las chauchas,
blandas. La carne... No había carne. El sol de invierno había
                         teñido de amarillo los olmos y las casas;
los ciervos iban calle abajo como refugiados; y en la entrada, los gatos
se estaban calentando en el capot de un auto. Un hombre, entonces,
vino y me dijo: "Aunque el pasado me encantaba, su oscuridad,
su peso que nada nos enseña, su pérdida, su todo
que no nos pide nada, me va a encantar aun más el siglo veintiuno,
porque en él veo a alguien en pantuflas y bata, pobre y de ojos marrones
que marcha por la nieve sin dejar detrás suyo ni siquiera una huella".
                        "Ah", dije yo poniéndome el sombrero. "Ah".


Mark Strand (Summerside, Isla Prince Edward, Canadá, 1934), Me va a encantar el siglo XXI, traducción de Ezequiel Zaidenwerg, Gog y Magog, Buenos Aires, 2011


I Will Love the Twenty-First Century

Dinner was getting cold. The guest, hoping for quick,
Impersonal random encounters of the usual sort, were sprawled
In the bedrooms. The potatoes were hard, the beans soft, the meat -
there not was the meat. The winter sun has turned the elms and houses yellow.
Deer were moving down the road like refugees; and in the driveway, cats
Were warming themselves on the hood car. Then a man turned.
And said to me: "Although I love the past, the dark of it,
The weight of it teaching us nothing, the loss of it, the all
Of it asking for nothing, I will love the twenty-first century more.
for in it I see someone in bathrobe and slippers, brown-eyed and poor,
walking throught snow without leaving so much as footprint behind".
"Oh", I said, putting my hat on, "Oh".

Ilustración: Complejo presentimiento, 1928-32, Kazimir Malevich

lunes, junio 07, 2010

Mark Strand / Cuatro poemas




La poesía narrativa

Ayer, en el supermercado, alcancé a oír a un hombre y a una mujer que discutían acerca
de la poesía narrativa. Decía ella: “A lo mejor todos los poemas llamados narrativos no
pasan de ser irónicos y sus acontecimientos revelan nada más lo empobrecidos que estamos,
en qué medida vivimos, como utopistas sin esperanzas, para el fin. Muestran que
a nuestras vidas las invalidan nuestras necesidades, sobre todo la necesidad de continuar.
He acabado creyendo que la narrativa nace del aborrecimiento a uno mismo.”

Dijo él: “Lo que me inquieta es la narrativa que no proporciona un marco coherente
para medir la transición temporal o espacial, la narrativa donde el héroe viaja, creyendo
avanzar cuando que en verdad esta quieto. El se vuelve el único empalme, la encarnación
de la narración, su terrible autoengaño, la pesadilla de su propia irrealidad.”

Quise recordarles que el poema narrativo ocupa el puesto de un relato ausente y se
la pasa absorbiendo la ausencia de éste, por así decirlo, y al mismo tiempo abandonando
su propia presencia a las atroces soledades del olvido. El relato ausente es aquel, quise
decirles, en el cual nuestro destino está escrito. Pero antes de que pudiera hablar ya
se habían ido.

Al llegar a casa, mi hermana me estaba esperando, sentada en la sala. Le dije: “Sabes, manita, se me acaba de ocurrir que algunos poemas narrativos se mueven tan de prisa
que no hay manera de guardar su paso y no queda sino imaginar su marcha. Parecen
los más vivos y son los menos reales.”“Sí -contestó mi hermana-, pero ¿no has pensado
que algunos poemas narrativos van tan despacio que nos la pasamos adelantándonosles,
imaginando lo que podrían ser? ¿ni se te ha ocurrido que éstos tienden a ser escritos
en la juventud?”

Luego recordé aquel verano en Roma, cuando me convencí de que los relatos en que
interviene la memoria se frustran solos. Hacía calor y me di cuenta de que la memoria es
un monumento en memoria de sucesos que no lograron sostenerse hasta el presente;
de ahí que la memoria esté teñida de lástima y que su música siempre suene a endecha.

Entonces sonó el teléfono. Era mi madre, para preguntarme qué hacía. Le conté que
estaba trabajando en una narración negativa: la que se niega a empezar porque el comienzo
carece de sentido en un universo infinito, y se niega a acabar por la misma razón.
Toda ella es un tramo central reprimido, una conjunción inenunciable e inagotable. “Fíjate,
mami -dije-, es como la narrativa que se rehúsa a enmascarar la esencial y universal
quietud, de modo que restringe sus comentarios a lo que nunca sucede.”

Mi madre dijo entonces: “Tu papi me hablaba mucho de la poesía narrativa. Decía que
era una mujer vestida de largo y que llevaba flores. La roja cabellera caía leve sobre sus
hombros. Decía que la poesía narrativa solía pasar en primavera y hacía intervenir a un
hombre. La mujer se acercaba a su casa, hacía una seña al hombre con la mano y dejaba
caer las flores. Esto -continuó mamá- parecía indicar la falta de objeto de la poesía narrativa.
Dondequiera que estuviese la mujer, sembraba simientes de desapego.”

“Mami -arriesgué-, lo que llamamos narrativa no es más que sumisión a las
insufribles pretensiones del predicado con respecto al futuro; fomenta la prolongación,
florece en otro predicado. ¿No crees que las nociones de cierre descansan en
nuestro anhelo de un predicado yermo?” “Tienes toda la razón -dijo mi madre-,
no hay otra manera de ver esto.” Y colgó.


Miedo a la noche

según Leopardi

Alceto: Déjame contarte, Meliso,
pues ahora, al ver la luna,
recuerdo lo que soñé anoche.
Estaba en la ventana, mirando al cielo
y de pronto la luna se caía.
Directa, sobre mí, más cerca siempre
y más, hasta estrellarse
como un tazón, al lado de la casa.
Entonces echó a arder, luego silbó
como un ascua que tirases al agua.
Ennegreció, se achicharró la hierba
y así se apagó la luna.
Pero no fue esto sólo,
pues al mirar a lo alto vi un boquete en lo negro.
Era el agujero dejado por la luna
al caer desde el cielo.
Como te lo cuento, Meliso.
Me aterraba, y aún sigo.
Meliso: ¿Y cómo no has de estarlo? Al fin y al cabo,
la luna pudiera caerse cualquier día.
Alceto: Es verdad, ahí tienes las estrellas;
todo el verano están cayéndose.
Meliso: Pero es que estrellas hay montones
y si caen unas cuantas nada importa.
Quedan siempre millares.
Sólo que luna no hay más que una en el cielo
y nadie la vio caer si no fue en sueños.



Se la vita è sventura...?

para Charles Wright

¿Dónde estaba escrito que hoy
me asomaría a la ventana y, por ser verano,
pensaría en aire tibio llenando altas salas flotantes de árboles
con los olores mal casados de hierba y alquitrán; que dos abejas alocadas
darían vueltas persiguiéndose a la sombra, que un muro
de nubes borrascosas se elevaría al este,
que hoy -precisamente hoy- un hombre, afuera, recobraría aliento.
donde pudo ser visto y, echando atrás la cabeza,
dejaría escurrirle dorada luz por la cara vuelta a lo alto
y que un desconocido que surgió quién sabe de dónde, de súbito
sacando una navaja lo rajaría, del vientre al esternón,
haciendo que aquel momento ante mi casa le fuera el último? ¿Dónde estaba escrito
que el mundo, apiadador a fin de cuentas, se abriría
para dejar pasar la forma borrosa del asesino
que huía de allí, en tanto la víctima, caída
de rodillas ya, sentiría el calor de su ser entero volverse
una nube breve, traslúcida, deshilachándose apenas formada?
¿Que dos ojos sin vista sustituirían su mirada de asombro;
que pese a su voluntad -me pareció- de sobrevivir, entrar
nuevamente en la inalcanzable esfera de la luz, continuaría
cayendo y los vecinos, empezando a llegar,
acecharían lo oscuro de su cuerpo, al mirarlo desplomarse
en su herida, como una mosca o mota, tornarse
parte infinitesimal de la noche, donde la deriva
de sueños y las ruinas de estrellas, con el mismo destino,
obedeciendo iguales reglas, al descender, se asemejan?
¿Dónde estaba escrito que aquella noche se extendería
inscribiéndose oscuramente por doquier o, puesta así la cosa, dónde
estaba escrito que nacería a mí mismo una y otra vez,
como ahora mismo, como todo en este instante,
y sentiría el caer de la carne en el tiempo, la sentiría girar
sin ruido, lenta, como enderezándose, hasta quedar como es debido?


Cento Vergilianus

Y así, pasando bajo la bóveda del ancho cielo,
empujados por tormentas y mares encrespados, llegamos,
preguntándonos a cuál orilla del mundo
éramos arrojados. Un aullar de perros
se oía entre el crepúsculo,
y sobre las tumbas el ruido mugiente
que hace un fuego de hierbas cuando el viento lo azota;
y más tarde, desde patios gélidos,
se alzaron los lamentos agudos de mujeres
hacia las calladas estrellas de oro.
Primero no echamos a faltar las ciudades de que partimos-
las casas pintadas de rosa y verde, los cisnes comiendo
entre las cañas del río, los aguaceros de luz veraniega
barriendo las tierras de pastos.
¿Y si hubiésemos esperado hallar a Apolo aquí,
entronizado al fin, y si un frío crispante
nos helara hasta el hueso? Habíamos llegado
adonde todo llora por cómo marcha el mundo.

Mark Strand (Summerside, Isla Prince Edward, Canadá, 1934 - Nueva York, 2014), Revista Vuelta 140, México, 18 Julio de 1988
Traducción de Gerardo Deniz, 
Gentileza de Liliana García Carril

Foto: Timothy Greenfield-Sanders/WBUR