Residencias invernales
(Fragmento)
I
Nuestras almas deberían dormir
como duermen los cuerpos sutiles
estar entre sábanas como una hoja
los cabellos detrás de las orejas
las orejas abiertas
capaces de escuchar. Carne
afilada y frágil, cava
en la oscuridad del cuarto. Hueso leve.
Así la membrana sostiene
la pluma en la espalda del ángel.
Transparentes son las orejas de los enfermos
del mismo color que los vidrios
y así igualmente oyen
el balanceo de los lechos
movidos por los brazos de los vivos.
A las cuatro, los días feriados
terminan las visitas. Lentas
las frentes se vuelven hacia las paredes.
En los corredores vacíos se enciende una paz de acuario.
Luces azules altas y bajas
sobre el dintel de las puertas
sobre el borde de los escalones.
Luces nocturnas.
Los enfermos duermen unos
cerca de los otros acostados
en camas iguales.
Solo es distinto el modo
de doblar las rodillas
si es que pueden
doblar las rodillas, distinta
la onda de sus cobertores.
Pocos llegan a levantarse sobre la espalda
como en las enfermedades caseras
y cada cama tiene grandes ruedas de metal dentado
muelles que de golpe
doblan el colchón
o de golpe lo levantan.
La cama chirría, se aplaca.
Luces de Navidad.
La sala es una llanura con imperceptibles túmulos.
Con qué silenciosas reverencias se encuentran los pensamientos de los
muertos.
Luces de invierno.
En la sala de los enfermeros brilla el papel plateado
el olor del vino flota en el aire.
Si los vivos acercaran el rostro a los vidrios empañados
si estirasen apenas las lenguas
el vapor les sabría a vino.
Un momento antes de la muerte
la noche gira como una llave.
Qué misteriosas señales hacen las lámparas a los moribundos,
cuántas sombras dejan los cuerpos.
Las diez. Sobre el mantel un conejo puesto de costado
papas hervidas, espárragos a la cacerola.
En la habitación reina una solemne miseria.
Los vivos se llaman como desde barcas lejanas.
Antonella Anedda (Roma, 1958), Residenze invernali, Crocetti, Milán, 1992
Versión de Jorge Aulicino
Foto: Bloodaxe Books
I
Le nostre anime dovrebbero dormire
come dormono i corpi sottili
stare tra le lenzuola come un foglio
i capelli dietro le orecchie
le orecchie aperte
capaci di ascoltare. Carne
appuntita e fragile, cava
nel buio della stanza. Osso lieve.
Così la membrana stringe
la piuma alla spalla dell’angelo.
Trasparenti sono le orecchie dei malati
dello stesso colore dei vetri
eppure ugualmente sentono
il rullio dei letti
spostati dalle braccia dei vivi.
Alle quattro, nei giorni di festa
hanno fine le visite. Lente
le fronti si voltano verso le pareti.
Nei corridoi vuoti scende una pace d’acquario.
Luci azzurre in alto e in basso
sulla cima delle porte
sul bordo degli scalini.
Luci notturne.
I malati dormono gli uni
vicini agli altri posati
su letti uguali.
Solo diverso è il modo
di piegare le ginocchia
se le ginocchia
possono piegare, diversa
l’onda delle loro coperte.
Pochi riescono ad alzarsi sulla schiena
come nelle malattie di casa
e ogni letto ha grandi ruote di metallo dentato
molle che di scatto
serrano il materasso
o di colpo lo innalzano.
Il letto stride, si placa.
Luci di Natale.
La corsia è una pianura con impercettibili tumuli.
Con quali silenziosi inchini s’incontrano i pensieri dei
morti.
Luci d’inverno.
Nella sala degli infermieri luccicano carte di stagnola
l’odore del vino sale nell’aria.
Se i vivi accostassero il viso ai vetri appannati
se allungassero appena le lingue
il vapore saprebbe di vino.
C’è un attimo prima della morte
la notte gira come una chiave.
Quali misteriosi cenni fanno i lampioni ai moribondi,
quante ombre lasciano i corpi.
Le dieci. Sulla tovaglia un coniglio rovesciato di fianco
patate bollite, asparagi passati in casseruola.
Nella stanza regna una solenne miseria.
I vivi si chiamano come da barche lontane.
(Fragmento)
I
Nuestras almas deberían dormir
como duermen los cuerpos sutiles
estar entre sábanas como una hoja
los cabellos detrás de las orejas
las orejas abiertas
capaces de escuchar. Carne
afilada y frágil, cava
en la oscuridad del cuarto. Hueso leve.
Así la membrana sostiene
la pluma en la espalda del ángel.
Transparentes son las orejas de los enfermos
del mismo color que los vidrios
y así igualmente oyen
el balanceo de los lechos
movidos por los brazos de los vivos.
A las cuatro, los días feriados
terminan las visitas. Lentas
las frentes se vuelven hacia las paredes.
En los corredores vacíos se enciende una paz de acuario.
Luces azules altas y bajas
sobre el dintel de las puertas
sobre el borde de los escalones.
Luces nocturnas.
Los enfermos duermen unos
cerca de los otros acostados
en camas iguales.
Solo es distinto el modo
de doblar las rodillas
si es que pueden
doblar las rodillas, distinta
la onda de sus cobertores.
Pocos llegan a levantarse sobre la espalda
como en las enfermedades caseras
y cada cama tiene grandes ruedas de metal dentado
muelles que de golpe
doblan el colchón
o de golpe lo levantan.
La cama chirría, se aplaca.
Luces de Navidad.
La sala es una llanura con imperceptibles túmulos.
Con qué silenciosas reverencias se encuentran los pensamientos de los
muertos.
Luces de invierno.
En la sala de los enfermeros brilla el papel plateado
el olor del vino flota en el aire.
Si los vivos acercaran el rostro a los vidrios empañados
si estirasen apenas las lenguas
el vapor les sabría a vino.
Un momento antes de la muerte
la noche gira como una llave.
Qué misteriosas señales hacen las lámparas a los moribundos,
cuántas sombras dejan los cuerpos.
Las diez. Sobre el mantel un conejo puesto de costado
papas hervidas, espárragos a la cacerola.
En la habitación reina una solemne miseria.
Los vivos se llaman como desde barcas lejanas.
Antonella Anedda (Roma, 1958), Residenze invernali, Crocetti, Milán, 1992
Versión de Jorge Aulicino
Foto: Bloodaxe Books
I
Le nostre anime dovrebbero dormire
come dormono i corpi sottili
stare tra le lenzuola come un foglio
i capelli dietro le orecchie
le orecchie aperte
capaci di ascoltare. Carne
appuntita e fragile, cava
nel buio della stanza. Osso lieve.
Così la membrana stringe
la piuma alla spalla dell’angelo.
Trasparenti sono le orecchie dei malati
dello stesso colore dei vetri
eppure ugualmente sentono
il rullio dei letti
spostati dalle braccia dei vivi.
Alle quattro, nei giorni di festa
hanno fine le visite. Lente
le fronti si voltano verso le pareti.
Nei corridoi vuoti scende una pace d’acquario.
Luci azzurre in alto e in basso
sulla cima delle porte
sul bordo degli scalini.
Luci notturne.
I malati dormono gli uni
vicini agli altri posati
su letti uguali.
Solo diverso è il modo
di piegare le ginocchia
se le ginocchia
possono piegare, diversa
l’onda delle loro coperte.
Pochi riescono ad alzarsi sulla schiena
come nelle malattie di casa
e ogni letto ha grandi ruote di metallo dentato
molle che di scatto
serrano il materasso
o di colpo lo innalzano.
Il letto stride, si placa.
Luci di Natale.
La corsia è una pianura con impercettibili tumuli.
Con quali silenziosi inchini s’incontrano i pensieri dei
morti.
Luci d’inverno.
Nella sala degli infermieri luccicano carte di stagnola
l’odore del vino sale nell’aria.
Se i vivi accostassero il viso ai vetri appannati
se allungassero appena le lingue
il vapore saprebbe di vino.
C’è un attimo prima della morte
la notte gira come una chiave.
Quali misteriosi cenni fanno i lampioni ai moribondi,
quante ombre lasciano i corpi.
Le dieci. Sulla tovaglia un coniglio rovesciato di fianco
patate bollite, asparagi passati in casseruola.
Nella stanza regna una solenne miseria.
I vivi si chiamano come da barche lontane.
Cada vez más lejanas las barcas de los vivos y más imperceptibles sus llamadas, para vivos e incluso para moribundos.
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