a Isabel Yumatle
Cuando nos dibujamos las muñecas y brazos
esos tatuajes improvisados que nos hacemos con lo que atente y sellan con pasta de luz lo que aparenta falso sobre la piel
en cada brindis de brasa líquida cuando golpeamos vidrios
con los ojos descalzos sobre esos cielos con grandes olas
cuando salimos a buscar el sol
sin importarnos la hora de la noche
en todas las lunas que ya desovillamos juntos
y vamos amontonando sobre los techos de Colegiales
en nuestro escondite que es el peor del mundo y quien quiera ver que se enamore
en mi auto girando en espiral por Acceso Norte o en la esfera de la muerte del Clown Art
o si no en cualquier auto que nos haya tocado por azar de la calle o del teléfono
estacionado sobre la avenida Juan B Justo con las balizas puestas
esperando que nunca te bajes del auto pero diciéndote hasta mañana mientras afuera nos raspan veloces los que zumban
debajo del toldo destartalado a la vuelta de la sensatez casi al reparo de la lluvia
con una botella de vino en el pico de la noche
también en el umbral de la casa de Vicente López entreverada con la puerta intentando ingresar con dificultad ante el ángulo del instante donde todo se despeja
en aquél picnic lleno de barro y cervezas sobre el pasto de la plaza Armenia
en las cenas siempre inconclusas
porque somos echados de todas las cantinas a la hora del toque de queda
en la plaza Clemente y en la Mafalda sentados con las rodillas en el mentón
escuchando el canto de los gorriones desafinados
aquél mediodía tardío almorzando
en la cápsula cuadrada entre drogas vencidas por el recuerdo y aquellas que solo nos hicieron carretear entre escombros
en la parrilla abandonada del canal
ante la indiferencia de una colonia de gatos negros
mucho en la oficina de Maradona
en cada dibujo tuyo que hacés frente a mí y que yo guardo en un cajón
por si algún día todos esos rostros desgarran el papel
cuando nuestras risas andan sueltas por los pasillos
acostados en la caja de lápices de colores entre ellos hacinados
casi como si fuésemos dos más
en el momento que dibujaste a oscuras un tren y te subiste a él hasta el día siguiente
la primera vez que me escribiste ilegalmente los ojos
a veces trabajando
concentrados cada uno en lo suyo
armando estrategias de cómo encarar cual cosa
cuando me leés
todas las veces que te escribo
en el silencio de las palabras
y en los gritos de nuestras miradas estrellándose unas a otras salpicando lo que se avecina
todas las veces que jugamos a tantas cosas
sobre todo cuando nos desafiamos a vencer o morir
en nuestras charlas de aljibe y en las rasantes
honradas unas y otras
las veces que acomodamos las piezas de nuestra confianza frente al otro para que las mueva y haga su jugada
cuando nos esquivamos cuando nos hacemos trampa
cada momento en que alguno de los dos juega sucio
cuando pasa que nos espiamos
y cada cual conversa con sus fantasmas unos buenos tintos de estación
en los temores que invitamos a que sean parte en las conclusiones erradas
en los presagios y los conjuros
y cuando le charlo rezos al gauchito Gil
claramente aquella noche que te llamé desde la Península San Pedro
y aniquilamos al tiempo a puros decires y botellazos
en los puchitos y sus rincones
y en todo lo que el humo nos cementa
cuando tenemos a mano un café o una mandarina
en los miles de nombres de mujeres
que uso para nombrarte cada mañana para llegar siempre a vos
en mis regalos de tus nacimientos hasta alcanzarte
escuchando a Lucio Dalla sintiendo el dolor de la música a Charly o C. Tangana
también paseando por la urbe de la armónica de Hugo Díaz
aquella vez que bailamos tan apretujados en ciudades distintas Paraná Buenos Aires
y aprovechaste para inyectarme de esas ilusiones como heroína y ya no pude dormir en todo el viaje
recorriendo las cuerdas de nuestros pensamientos en pequeñas letras atadas al cerebro como vinchas
haciendo malabares con nuestras creencias como si fuesen naranjas
y haciéndolas cruzar por el aire
de tus manos a las mías y viceversa
cuando se nos cae al piso alguna naranja del otro
a orillas de todos los días que se nos anuncian incluso los ausentes y los escondidos
y los que estarán hoy como ninguno
en las mareas de cerveza bajo los zapatos y en los vinos que llevamos en los bolsillos
yendo a comprar whisky
en la otra cuadra de todos los martes
y en la petaca moscovita que es nuestra lámpara a frotar
cuando nos escapamos
a caminar por ahí por los alrededores de nosotros mismos
o cuando estamos sentados en lugares que inventamos para estar un rato más juntos
en nuestros planes diminutos
también en nuestras peleas
en cada minuto en que me odiás
y en todos los que no hay disculpas posibles
por supuesto en los peligros que fueren en nuestras discusiones serias
y en las que diseñamos sólo para molestar al otro
mientras el frío nos azota sin piedad también
entre artistas de varieté periodistas
computadoras tachos de luces y cámaras de televisión
cuando nos mostramos fotos pedazos de vida de antes
y los quiénes son
en los cuadros de tu infancia los hermosos culpables
que aún tienen pegados cientos de tus dedos y tus miles de ojos de aquellos años
en el rostro grande que dibujaste aquella madrugada sobre un lienzo que robé
y tengo colgado en el camino de la escalera que va
en los sueños que soñamos cada uno en su noche más cercanos que de otra manera
al borde de la tarde
y en la forma de tu boca
en los embates del deseo
cuando no hace falta
y cuando ponemos a rodar el corazón como si fuera una pelota en una pendiente
cada vez que nos damos cuenta todas las veces que no
en el equilibrio forzado que nos pretendemos
y en los pasos de los besos que escuchamos acercarse.
Villa Luro - julio de 2021 / corregido en agosto de 2024
[Inédito]
Gerardo Foia (Buenos Aires, 1967)
Libros de Gerardo Foia en Ediciones en Danza
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Foto: Gentileza del autor
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