lunes, junio 07, 2010

Mark Strand / Cuatro poemas




La poesía narrativa

Ayer, en el supermercado, alcancé a oír a un hombre y a una mujer que discutían acerca
de la poesía narrativa. Decía ella: “A lo mejor todos los poemas llamados narrativos no
pasan de ser irónicos y sus acontecimientos revelan nada más lo empobrecidos que estamos,
en qué medida vivimos, como utopistas sin esperanzas, para el fin. Muestran que
a nuestras vidas las invalidan nuestras necesidades, sobre todo la necesidad de continuar.
He acabado creyendo que la narrativa nace del aborrecimiento a uno mismo.”

Dijo él: “Lo que me inquieta es la narrativa que no proporciona un marco coherente
para medir la transición temporal o espacial, la narrativa donde el héroe viaja, creyendo
avanzar cuando que en verdad esta quieto. El se vuelve el único empalme, la encarnación
de la narración, su terrible autoengaño, la pesadilla de su propia irrealidad.”

Quise recordarles que el poema narrativo ocupa el puesto de un relato ausente y se
la pasa absorbiendo la ausencia de éste, por así decirlo, y al mismo tiempo abandonando
su propia presencia a las atroces soledades del olvido. El relato ausente es aquel, quise
decirles, en el cual nuestro destino está escrito. Pero antes de que pudiera hablar ya
se habían ido.

Al llegar a casa, mi hermana me estaba esperando, sentada en la sala. Le dije: “Sabes, manita, se me acaba de ocurrir que algunos poemas narrativos se mueven tan de prisa
que no hay manera de guardar su paso y no queda sino imaginar su marcha. Parecen
los más vivos y son los menos reales.”“Sí -contestó mi hermana-, pero ¿no has pensado
que algunos poemas narrativos van tan despacio que nos la pasamos adelantándonosles,
imaginando lo que podrían ser? ¿ni se te ha ocurrido que éstos tienden a ser escritos
en la juventud?”

Luego recordé aquel verano en Roma, cuando me convencí de que los relatos en que
interviene la memoria se frustran solos. Hacía calor y me di cuenta de que la memoria es
un monumento en memoria de sucesos que no lograron sostenerse hasta el presente;
de ahí que la memoria esté teñida de lástima y que su música siempre suene a endecha.

Entonces sonó el teléfono. Era mi madre, para preguntarme qué hacía. Le conté que
estaba trabajando en una narración negativa: la que se niega a empezar porque el comienzo
carece de sentido en un universo infinito, y se niega a acabar por la misma razón.
Toda ella es un tramo central reprimido, una conjunción inenunciable e inagotable. “Fíjate,
mami -dije-, es como la narrativa que se rehúsa a enmascarar la esencial y universal
quietud, de modo que restringe sus comentarios a lo que nunca sucede.”

Mi madre dijo entonces: “Tu papi me hablaba mucho de la poesía narrativa. Decía que
era una mujer vestida de largo y que llevaba flores. La roja cabellera caía leve sobre sus
hombros. Decía que la poesía narrativa solía pasar en primavera y hacía intervenir a un
hombre. La mujer se acercaba a su casa, hacía una seña al hombre con la mano y dejaba
caer las flores. Esto -continuó mamá- parecía indicar la falta de objeto de la poesía narrativa.
Dondequiera que estuviese la mujer, sembraba simientes de desapego.”

“Mami -arriesgué-, lo que llamamos narrativa no es más que sumisión a las
insufribles pretensiones del predicado con respecto al futuro; fomenta la prolongación,
florece en otro predicado. ¿No crees que las nociones de cierre descansan en
nuestro anhelo de un predicado yermo?” “Tienes toda la razón -dijo mi madre-,
no hay otra manera de ver esto.” Y colgó.


Miedo a la noche

según Leopardi

Alceto: Déjame contarte, Meliso,
pues ahora, al ver la luna,
recuerdo lo que soñé anoche.
Estaba en la ventana, mirando al cielo
y de pronto la luna se caía.
Directa, sobre mí, más cerca siempre
y más, hasta estrellarse
como un tazón, al lado de la casa.
Entonces echó a arder, luego silbó
como un ascua que tirases al agua.
Ennegreció, se achicharró la hierba
y así se apagó la luna.
Pero no fue esto sólo,
pues al mirar a lo alto vi un boquete en lo negro.
Era el agujero dejado por la luna
al caer desde el cielo.
Como te lo cuento, Meliso.
Me aterraba, y aún sigo.
Meliso: ¿Y cómo no has de estarlo? Al fin y al cabo,
la luna pudiera caerse cualquier día.
Alceto: Es verdad, ahí tienes las estrellas;
todo el verano están cayéndose.
Meliso: Pero es que estrellas hay montones
y si caen unas cuantas nada importa.
Quedan siempre millares.
Sólo que luna no hay más que una en el cielo
y nadie la vio caer si no fue en sueños.



Se la vita è sventura...?

para Charles Wright

¿Dónde estaba escrito que hoy
me asomaría a la ventana y, por ser verano,
pensaría en aire tibio llenando altas salas flotantes de árboles
con los olores mal casados de hierba y alquitrán; que dos abejas alocadas
darían vueltas persiguiéndose a la sombra, que un muro
de nubes borrascosas se elevaría al este,
que hoy -precisamente hoy- un hombre, afuera, recobraría aliento.
donde pudo ser visto y, echando atrás la cabeza,
dejaría escurrirle dorada luz por la cara vuelta a lo alto
y que un desconocido que surgió quién sabe de dónde, de súbito
sacando una navaja lo rajaría, del vientre al esternón,
haciendo que aquel momento ante mi casa le fuera el último? ¿Dónde estaba escrito
que el mundo, apiadador a fin de cuentas, se abriría
para dejar pasar la forma borrosa del asesino
que huía de allí, en tanto la víctima, caída
de rodillas ya, sentiría el calor de su ser entero volverse
una nube breve, traslúcida, deshilachándose apenas formada?
¿Que dos ojos sin vista sustituirían su mirada de asombro;
que pese a su voluntad -me pareció- de sobrevivir, entrar
nuevamente en la inalcanzable esfera de la luz, continuaría
cayendo y los vecinos, empezando a llegar,
acecharían lo oscuro de su cuerpo, al mirarlo desplomarse
en su herida, como una mosca o mota, tornarse
parte infinitesimal de la noche, donde la deriva
de sueños y las ruinas de estrellas, con el mismo destino,
obedeciendo iguales reglas, al descender, se asemejan?
¿Dónde estaba escrito que aquella noche se extendería
inscribiéndose oscuramente por doquier o, puesta así la cosa, dónde
estaba escrito que nacería a mí mismo una y otra vez,
como ahora mismo, como todo en este instante,
y sentiría el caer de la carne en el tiempo, la sentiría girar
sin ruido, lenta, como enderezándose, hasta quedar como es debido?


Cento Vergilianus

Y así, pasando bajo la bóveda del ancho cielo,
empujados por tormentas y mares encrespados, llegamos,
preguntándonos a cuál orilla del mundo
éramos arrojados. Un aullar de perros
se oía entre el crepúsculo,
y sobre las tumbas el ruido mugiente
que hace un fuego de hierbas cuando el viento lo azota;
y más tarde, desde patios gélidos,
se alzaron los lamentos agudos de mujeres
hacia las calladas estrellas de oro.
Primero no echamos a faltar las ciudades de que partimos-
las casas pintadas de rosa y verde, los cisnes comiendo
entre las cañas del río, los aguaceros de luz veraniega
barriendo las tierras de pastos.
¿Y si hubiésemos esperado hallar a Apolo aquí,
entronizado al fin, y si un frío crispante
nos helara hasta el hueso? Habíamos llegado
adonde todo llora por cómo marcha el mundo.

Mark Strand (Summerside, Isla Prince Edward, Canadá, 1934 - Nueva York, 2014), Revista Vuelta 140, México, 18 Julio de 1988
Traducción de Gerardo Deniz, 
Gentileza de Liliana García Carril

Foto: Timothy Greenfield-Sanders/WBUR

2 comentarios:

  1. ¡Llave maestra! Gracias, Liliana y Jorge; Irene

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  2. Lo que dice Mark Strand en su "La poesía narrativa", lo copio y lo enmarco.
    Zanja cualquier polémica acerca del objetivismo en poesía, la poesía de los '90, toda esa bibliografía que me he leído con cierto fervor y alguna incomodidad y que este sujeto con recursos minimalistas resuelve en pocos, radiantes y definitivos conceptos.La "mami" de la ficción ensayística de M.S., dice lo que hay que decir y que uno escucha como revelación, aunque lo haya sabido intuitivamente: "¿No crees que las nociones de cierre descansan en nuestro anhelo de un predicado yermo?”.

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