Mi abuelo expiró ante mí,
el más pequeño de los nietos
que pensó mirándolo morir:
¡cómo se parece a la tía Márgara!
La tía Márgara y las otras tías se encontraban
en otra habitación,
yo entré de puntas en el cuarto del abuelo
y ahí, sin decir nada, mirándome apenas
(pero tal vez fue sólo una impresión),
me hizo el regalo de su muerte,
a mí, el único de la familia
que no traía ningún rumor de afuera
y no contaba ningún chiste.
Ante el abuelo muerto,
mientras mis tías charlaban en el otro cuarto,
tenía por fin una noticia
y me guardé su muerte,
no descubrí mi juego
cuando fui al cuarto de mis tías
y me paré bajo el dintel
mirándolas tomar café, empequeñecidas,
tan miserables en su costumbre de ignorarme
y me di el lujo de volver con el abuelo
a ver una vez más su parecido con mi tía
y descubrir que en menos de un minuto
ya no era él sino un extraño
que no se parecía a ninguno de los míos.
Se me cayó mi juego de las manos,
volví bajo el dintel con otra cara
y Márgara, con verme, se dio cuenta.
Las cuatro se pararon con un grito.
Jamás me preguntaron nada,
pero una envidia, aunada a cierto miedo,
les impedía el desdén de antes.
El viejo había escogido al más pequeño,
le había ofrecido a él su última cara
y era la mía la que lo despidió del mundo.
Mi cara estaba en algún lado entre los muertos,
le oí decir un día a Márgara.
Nunca le dije que era la suya
la que el abuelo se llevó consigo.
el más pequeño de los nietos
que pensó mirándolo morir:
¡cómo se parece a la tía Márgara!
La tía Márgara y las otras tías se encontraban
en otra habitación,
yo entré de puntas en el cuarto del abuelo
y ahí, sin decir nada, mirándome apenas
(pero tal vez fue sólo una impresión),
me hizo el regalo de su muerte,
a mí, el único de la familia
que no traía ningún rumor de afuera
y no contaba ningún chiste.
Ante el abuelo muerto,
mientras mis tías charlaban en el otro cuarto,
tenía por fin una noticia
y me guardé su muerte,
no descubrí mi juego
cuando fui al cuarto de mis tías
y me paré bajo el dintel
mirándolas tomar café, empequeñecidas,
tan miserables en su costumbre de ignorarme
y me di el lujo de volver con el abuelo
a ver una vez más su parecido con mi tía
y descubrir que en menos de un minuto
ya no era él sino un extraño
que no se parecía a ninguno de los míos.
Se me cayó mi juego de las manos,
volví bajo el dintel con otra cara
y Márgara, con verme, se dio cuenta.
Las cuatro se pararon con un grito.
Jamás me preguntaron nada,
pero una envidia, aunada a cierto miedo,
les impedía el desdén de antes.
El viejo había escogido al más pequeño,
le había ofrecido a él su última cara
y era la mía la que lo despidió del mundo.
Mi cara estaba en algún lado entre los muertos,
le oí decir un día a Márgara.
Nunca le dije que era la suya
la que el abuelo se llevó consigo.
[inédito]
Fabio Morábito (Alejandría, Egipto, 1955)
Fabio Morábito (Alejandría, Egipto, 1955)
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