martes, enero 18, 2011
Silvina Ocampo / Fantasmas de las glicinas
Fantasmas de las glicinas
Soy muy seria. Me llamo Beatriz. Tengo doce años.
Tengo una falda azul y cintas en el pelo.
A través de estas flores como a través de un velo
veo confusamente los detalles extraños
de un infierno en el cielo.
Si es cierto que son flores ¡qué mal pueden hacerme!
Penden sobre los muros en el patio tranquilo
de esta casa amarilla donde no encuentro asilo,
donde llegan las ráfagas del campo azul que duerme
con fragancia de silo.
Una voz persuasiva me cuenta cada noche
de esas flores un cuento que me ha desesperado:
fragmentario y oscuro, de mí se ha apoderado
y al oírlo yo siento que me lleva en un coche
a un infierno privado:
"Antiguamente no era las glicinas, glicinas.
Eran el agua clara de unas grandes montañas
que bajaba entre piedras con violencias extrañas
mostrando con furor en ondas cristalinas
sus líquidas entrañas.
"Nacieron del milagro de Jazán aquel día
que transformó las aguas de una alta catarata
en flores suspendidas con reflejos de plata,
sobre un niño travieso, que buscaba la fría
muerte en el agua grata.
"Oyeron los lamentos del niño revivir
y dieron a un milagro, solamente tristeza:
¿Por qué eres vida igual a la muerte? Me pesas.
Qué horribles son tus flores. No me dejan morir.
¡Vanas son tus promesas!"
¿Qué fue del contristado Jazán entre la sombra?
¿Qué fue del niño intrépido mientras se creyó muerto?
¿Huyó de los fantasmas en un mundo desierto?
¿Se vengó del milagro? ¡Ah, nadie ya los nombra!
Yo sola sé que es cierto.
Con qué perversidad invisible florecen
sobre el portón austero de las quintas dormidas,
engañando las tórtolas que en la ciudad perdidas
buscan pacientemente vuelos que favorecen
horas agradecidas.
Son ellas, ellas solas las que extienden en las rejas
y en las columnas vínculos lisonjeros de flores,
en las abandonadas casas donde hay señores
severos, en mármol, nimbos de oro y de abejas
sobre los corredores.
Son ellas que vigilan mientras reposa el día
en los cóncavos atrios de la noche y resuelven
el destino terrible de mi vida y me envuelven
como lentos gusanos con la caricia fría
de mis penas que vuelven.
Vedlas caer sinuosas como cintas mojadas,
con luminosidad terrible de pupilas,
con podridas corolas, como flores tranquilas,
como una lluvia azul, extintas, desmayadas,
tratando de ser lilas.
Ved cómo se transforman en rememorativas
formas, en laberintos, en peces, en insectos,
en prisiones de espejos, en monstruosos proyectos.
Ved cómo me torturan con almas vengativas
crueles y desleales.
Cuando me hayan matado desaparecerán
buscando las distantes formas hexagonales
de las oscuras rocas de los bosques natales;
volverán a ser de agua y cantando bañarán
sus piedras tropicales.
Silvina Ocampo (Buenos Aires, 1903-1993), "Poemas de amor desesperado", 1949, Poesía completa, Emecé Editores, Buenos Aires, 2002
Ilustración: La selva, 1943, Wilfredo Lam
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