Bajo los chaquetones el corazón ardiente.
barro en las duras botas, oscuro barro duro
y el rostro de turbia barba de combatiente,
la varonil sonrisa y el instinto seguro.
Olla de los hogares lejana, transhumante
mula de arriero, todo perdido en la distancia,
detrás de las cortinas de acero llameante
de pólvora y encina mezclada la fragancia.
Fraile carirraído, silencioso sollastre
de curtidos mesones, mujeres encorvadas,
el buhonero, el médico, la comadrona, el sastre,
y un sol terrible sobre las llanuras peladas.
O el invierno, o la luna, o la fuente, o el huerto
o el brasero que estalla la castaña sabrosa,
todo perdido, todo borrado, todo muerto...
Piensa el soldado bajo la pelambre roñosa.
En las frías murallas de los desfiladeros
o sobre las colinas, por entre los peñascos
y la nieve y la muerte de pasos embusteros
y el relámpago súbito de sonoros chubascos,
la gloria sus cabezas calientes ilumina,
la tierra les descubre su profundo secreto.
Cuando todo termine donde todo termina,
aún estarán de pie, vestidos de esqueleto.
La Catedral
Ved cómo arde la tierra en donde estaba amontonado un tiempo conocido,
un silencio de vetas diferentes vaciadas como en los cementerios clausurados
y bajo los escombros un lento río amanecido oscuro
y un perfume amarillo en las estatuas amanecido oscuro
¡ninguna actividad de muerte sobre las solas frías construcciones!
Alguna vez hemos amado esto que estaba solo y ha despertado ahora,
que estaba seco y ahora está conmovido acompañado,
que estaba con raíces vencidas y ahora está con aceite, con acero,
con ácidos, con sangre, con arena, con vida, con relojes,
habitado por la muerte distinta, activa muerte, cercana, súbita, despierta,
por motores de juveniles toros de coraje, respiraciones juntas, cartas,
azucenas, caballos, telegramas y jefes y cebollas.
Esto que fue nadie hubiera creído, es la muerte que ha pasado su arado,
que ha sacudido la dormida, reseca, casi rosada tierra
¡y qué capacidad de violencia! Qué mundo nuevo nace sobre el escombro removido,
sobre los monumentos que recobran un sentido de pronto
y se adelantan al encuentro del tiempo que se viene, oh miliciano.
Vosotros que habéis hecho tanto daño mirad la levantada ruina recobrada,
el contenido de la ruina salvada, al ritmo vital de pie sobre el espanto.
Mirad consustanciados paisajes, hombres, cosas, juntos ahora
en marcha hacia reconstrucciones y justicia, banderas, familiares muertes.
¡Esta necesidad de dar un grito entre la soledad de paredes oscuras
que ayer tuvimos cuando todavía los vientos de la pólvora yacían en el sótano!
y ahora el campamento, la poblada ruina donde vosotros dejaréis los huesos
-que esos tampoco rechazará la tierra que de nosotros toma sus jugos mejores-.
Esta ceniza ardiente, capas, capas y capas hasta dar con la sangre,
hasta dar con el tiempo acabado, hasta dar con el fuego, hasta dar con la historia,
con el mandato, con el decreto, con la necesidad de hacer de nuevo el mundo.
Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974), "La muerte en Madrid" (1939), La muerte en Madrid. Las puertas del fuego. 8 documentos de hoy, Beatriz Viterbo Editora, Buenos Aires, 2011
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