Canta la calandria...
Canta la calandria... canta...
Toda criatura canta, no es cierto? canta para "ser" aún en el misterio
en el extrañamiento de sí...
Canta la calandria, y de repente parece que halló
la deidad del "silencio"...
Excedió el pajarillo, pues, el hálito
de las ocho,
al no encontrar la respuesta
cerca,
y perdérsele en el gris las otras frases del minuto?
Por qué calló entonces?
Alguien sufre...
Nada asegura que la melodía
pasó a "ser", allá, allá, donde las perlas se disolverían y de donde, a la vez,
se desprenderían las perlas...
Pero vuelve...
y con qué dulzura vuelve... es la melancolía
que vuelve?
Oh amor de diciembre,
amor:
dale el eco de una rama de ahí, o, si lo prefieres, del confín,
para que no "sea" en ese "allá"
antes de "ser" su "resonancia", en el intervalo de "aquí",
aunque el aire deba sufrir, asimismo, porque nadie, nadie,
pueda herirlo así...
y quede en una suerte de molicie
que se ilumina
hasta arder en las cigarras y medir, intermitentemente, con ellas,
los espacios, ya, de un arcángel...
Juan L. Ortiz (Puerto Ruíz, 1896-Paraná, 1978), La orilla que se abisma, Editorial Losada, Buenos Aires, 2011 (primera edición: 1970, en En el aura del sauce)
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Ilustración: Landscape with clouds, c.1821-22, John Constable
Para inclinarse. Gracias, Irene
ResponderBorrarMaestro de los maestros, el gran poeta entrerriano, el gran poeta universal, el poeta que unió occcidente con oriente antes que nadie, el poeta de la naturaleza fulgurante. Gracias Jorge.
ResponderBorrarCoincido con los comentarios.
ResponderBorrarAhora, este poema sigue, es, una esencializaciòn del momento en el que se escucha el canto de la calandria. Y luego hay tantos momentos encadenados que merecerìan: ¿què?. Escapa a mis posibilidades. Visualizo una experiencia mìstica; maravilla doble al pasar de lo "mudo" a semejante expresión poética. Yo me he quedado enamorada en el intervalo del "aquí".