Un Luis
Bismuto bígamo biliar,
sembrador de discordias,
refinador de llantos,
desanudando el nudo familiar
tuvo su foto.
Se sentaba a la mesa ceño en mano,
mordía testamentos,
pasaba por mal tipo en las cocinas,
se reía de viejos afrailados o judíos
y lo vivificaban las palabras feas.
A la hora del té prendía un cigarrillo.
Cuando partía el pan partía un cigarrillo.
Cuando hacía finanzas, cigarrillo.
Cuando dormía incluso cigarrillo.
Bismuto bígamo biliar terminó loco.
Cierto, de a poco.
Emulaba su luis de fumador,
miraba a sus hermanas.
Dejó, apenas,
una sonrisa leve que tenía para uso personal
en hora de oropéndola.
El sillón
Mañana gris y nadie quiere recogerte.
Junto al cordón de la vereda,
tu bordadura de años, tus escombros.
¿Quién descansó allí?
¿Qué fatiga encorvada de horno y pala?
¿Qué romántico amor caridolente
en tus primeras lunas de folletín y arpa?
¿Mi madre, con su rostro de hortensia entre las nubes?
(En las horas de siesta le gustaba
quedarse en una sala con retratos).
¿Mi abuelo? ¿O el primer gringo amigo de mi abuelo,
aquel que ahorraba moneditas para comprar postales?
Y en las veladas de peinetón y polca,
¿qué tornadizo azul torneado
coqueteó en tu estrechez de nido de abanicos?
¿Y qué cosas tuviste cerca tuyo?
¿Qué reloj de cucú, qué mirlo en jaula,
qué pecíolo rojo, que digno piano?
¿Qué reliquia clavada en la pared
te miró tanto tiempo con los ojos sonánbulos?
¿Qué torreones de sueños se veían
desde tu sitio? ¿Qué pesares borrados?
Mi madre no desconoció tu historia.
Cuando yo te llevé, se sonreía.
Una sonrisa llena de pasado.
Mañana gris y nadie quiere recogerte.
Todo tu tiempo ha terminado.
Yuri Gagarin
Mientras en Tokio un niño trinaba en un triciclo
y en Berlín un burdel lamentaba sus puertas
y en Chicago un negrito lustraba los zapatos
y otro negrito en Londres se moría de pena,
Yuri Gagarin todo con sus ojos desnudos
daba vuelta a la tierra.
Y mientras en Sevilla una muchacha
sangraba perfumada de miedo y de alhucema
y en México se enlazaba un toro al sol caliente
y en Paraguay un cabo requisaba conciencias,
Yuri Gagarin -que no estaba solo-
daba vuelta a la tierra.
Y en tanto sucedía el repunte del dólar,
la caja de caudales violada, la inocencia
del árbol, la moral católica, el zapato en perdón,
el humo, la ceniza, la lujuria industrial, la quema
del amor, el monopolio del hambre, los cuarteles
y tantas cosas más de esta tristona ciencia
de vivir, Yuri Gagarin, Jorge hasta nosotros,
daba vuelta a la tierra.
Este Yuri Gagarin tenía una mujer,
dos hijas, vecinos, una casa, una huerta,
acaso alguna pipa, acaso un sobrenombre,
era un muchacho azul como cualquiera.
Vivía en un país que en los mapas es verde.
Era un buen comunista. Porque en otoño
se emocionaba con las hojas secas.
Y este Yuri Gagarin se fue hasta el espacio.
Vio celeste a la tierra.
Casi la fue tocando con sus manos en molde.
Casi no comprendió su corazón de seda.
Y entretanto ocurría lo de siempre.
En Chicago un negrito lustraba los zapatos
y otro negrito en Londres se moría de pena.
Este Yuri Gagarin.
Este buen comunista. Este Jorge cualquiera.
Mario Jorge de Lellis (Buenos Aires, 1922-1966), Hombres del vino, del álbum y del corazón, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1962
Otra Iglesia Es Imposible - El Ortiba - El Poeta Ocasional - Poetas del Mundo - La Máquina de Escribir - Info Almagro - Isliada - Poetas Siglo XXI - Antonio Miranda - Página 12 - Fervor
Foto: Herederos de Lucina Álvarez/El Juguete Rabioso n° 2, Buenos Aires, 1972
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