Segunda noche
Gritos del agua
Carlos empezó a hablar ni bien llegó:
Hay un lugar en el fondo del país
donde estamos esperando
sin esperanza y sin nombre
allá no hay tiempo hay silencio.
Somos fantasmas alaridos
flameando en un bosque líquido
como náufragos sin cielo y sin fondo
somos el agua de la ciudad
continuamente reciclada y siempre oscura
agitamos el río y forzamos las mareas pero
cada vez menos gente escucha los gritos del agua.
Sentí ganas de consolarlo. Se quedó mirando el resplandor rojizo de la ciudad en el cielo. Me contó que había estado más de un año y medio en cautiverio en la escuela militar.
Una noche por semana
nos reunían y leían una lista
quince o treinta
elegidos drogados casi muertos
en un avión que abre el buche y los vomita.
Vivíamos de a siete días.
Yo rezaba plegarias inventadas
apretado al rosario
que me había dado una compañera
pero un miércoles dijeron mi nombre.
Esperé en fila frente a una puerta blanca
como un consultorio
sabía pero no quería creer.
Me desperté desnudo
en un piso de metal
con el cuerpo en declive al río
en un ruido de engranajes rotos.
Vi uniformes de fajina
y puños que querían borrarme
sentí que me alzaban
me agarré a un borde
y se me rompieron los dedos.
Inmóvil en el aire
el agua voló hacia mí
abierta como una boca
y me envolvió en silencio.
Perdí el cuerpo.
Lo vi irse con los brazos abiertos
no era una cruz
era una flecha derivando
se disolvía en el río
buscando otros cuerpos en los poros del agua.
El río de la noche
tiene el lomo de una bestia
y galopa en el fondo barroso
con el sudor blanco de los caballos.
Quinta noche
Combate
[Fragmento]
Me adelanté y le leí algo que traía anotado:
Nuestra historia no tiene épica
antes de empezar habíamos perdido.
El sueño se nos hizo polvo y miedo
y ya no había más remedio ni sentido.
Él:
Yo decidí seguír.
Cumplía las órdenes.
Mi primera arma fue una '45
que había sido de la cana.
La vi esperando mi mano
sobre una mesa a campo abierto
una tarde en un polígono de tiro
traía el miedo de la muerte.
Apunté. A cada disparo se alzaba
quería soltarse
pero cuando cayó el sol
yo ya sabía sujetarla
y recuperar el blanco en la mira.
Ninguna otra arma que usé
fue tan íntima.
Con esa lo bajé al conscripto.
Yo:
Estoy anotando.
Él:
Hacete la imagen de un pueblo
a la hora de la siesta
suenan tiros
en las casas explota el aire
estancado en las piezas
y sólo queda el miedo vibrando.
Un criollito conscripto grita Viva la patria
despierta al regimiento
y ya no hay Victoria siempre
nos cagan a balazos.
Viva la patria carajo gritó el conscripto y tiraba.
Cambié la pistola de mano
(no tenía ángulo de tiro)
y le apunté a esa rabia;
la bala le entró en un ojo y le arrancó la oreja
el otro ojo quedó abierto de sorpresa.
Corrí entre planos de luz
iba en el aire
animal sin muerte
las balas me zumbaban
quebraban las hojas
me abrían camino.
Un compañero se me cruza.
José (era chofer de un ómnibus escolar)
sangra se va agarrando las ingles patina
en la grava cae me mira
con una pregunta en los ojos
que todavía no pude descifrar.
Héctor (abogado laboralista)
avanzó hacia el polvorín
con una granada en la mano
inexplicablemente llegó
estaba lleno de heridas
chocó contra una ventana
como un espejo que le mentía el cielo.
La granada le explotó en la mano
explotó el polvorín
y las llamas se tragaban el aire.
Elsa (criaba chinchillas
con su marido en una casa franca)
corrió hacia el casino de oficiales
iba derecho a una bala
como un pájaro que va a iniciar el vuelo así
juntó las clavículas
y cayó de boca con un agujero en el pecho.
Los milicos se animaron
eran una correntada
vi que iba a morir
y me quedé clavado en el piso.
Tuve que hacer mucha fuerza para salirme de eso.
El parte de guerra dice retirada
vos poné desbande.
Roberto Guareschi (Buenos Aires, 1945)
Ediciones del Dock,
Buenos Aires, 2022
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Foto: Roberto Guareschi/Facebook
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