Aún hacía falta mucha luz para que amaneciera. Sin embargo, yo
No acepté la derrota. Veía ahora
Cuántos tesoros ocultos debía salvar
Cuántas fuentes de agua conservar en medio de las llamas.
Hablad, mostrad heridas desquiciadas en las calles
El pánico que estrangula vuestro corazón como bandera
clavadlo a los balcones, cargad con prisa el cargamento
Vuestro pronóstico infalible: caerá la ciudad.
Allí, atentamente, en un rincón, recojo en orden,
Sensatamente cerco mi último refugio
Cuelgo manos cortadas en los muros, adorno
con los cráneos cortados las ventanas, tejo
con cabellos cortados mi red y espero.
De pie y solo, como entonces, espero.
Manolis Anagnostakis (Salónica, Grecia, 1925-Atenas, 2005), El Navegante. Revista de Humanidades, Universidad del Desarrollo, Instituto de Humanidades, Santiago de Chile, 2016
Traducción de Pedro Ignacio Vicuña
Envío de Jonio González
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Foto: Altazor
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