sábado, junio 25, 2022

Inés Aráoz / Tres poemas




Humo negro en el cañaveral de Juana

¿Qué son esos globos negros?
¿Qué son esos globos NEGROS?
Es lo ardiente, el fuego vivo (Juana, en la hoguera). Ya
nada queda, salvo lo ardido y el humo es ya cenizo. No
hay cuerpo, sólo lo ardido
Y esas lenguas sorprendidas, sorprendentes
Brotando de la nada, ¡no! De un globo negro
Retorcidas, aventadas espiras del dolor del fuego
Cómo no ver en ellas, ¡oh, dolor! El enrulado nervio
De la ola, las gotas de fuego-agua (agua de sangre)
Hostigando la tersa membrana de lo negro
¿Qué las traga?
Oh, dolor, desaparecida agua
Misterio de agua, diosa molecular
De lo vivo, de la semilla-esfera que florece
De lo que estalla, del crepitar
La que no compite con el fuego
(Tampoco los caballos -la poesía- huyen del fuego)
¿Cómo no ver, entonces, en el incendio
La tierna (pavorosa) unión del agua con el fuego?

                                       (Dedicado a Nicolás Aráoz)


El canto del gallo

El mundo para mí es decirlo:
El gallo ha cantado
Dónde estaré yo una vez dicho
Dónde estará el gallo
Nunca seré yo una vez dicho
Nunca será el gallo


La quema

II

Sólo por el fuego ha de hacerse aéreo el estratificado pozo de la memoria.
Pozo de memoria, ojos de vida, cazadores, acumulados  restos de la mirada, escorzos de luz.
¿Será el fuego su etérea nave?
Y del ojo mismo, desprendimientos
Hay cosas elementales: el fuego, el ojo, el corazón, guardadoras las aguas y como es sabido, del fuego guardianas, las que la mirada avivan y mandan en el corazón
Y del ojo mismo, no, no sean legañas, los desprendimientos han de filtrarse como alimañas en las hendijas, guiños de la memoria, palabras, libros
Cada palabra extendida queda sustrato
Y las que dejé caer, por el desasosegado aliento impulsadas o por la impaciencia de mis dedos
Extendíanse como un manto leguminoso y consigo se traían quioscos y botaduras y calamidades que allí encontraban adecuado cuerpo, hubiérase dicho pozo de las desdichas, o lastre, pero esto no era así porque como se cuelan en las hendijas las alimañas para salvar sus crías, la luz se colaba y prestaba a la razón forma, color y entendimiento.
Y vendrían luego las llamas a abrazarlo todo, y sus crepitaciones y el más santo de los espíritus de lenguas nos colmaría, de las muchas lenguas, las más, las de Tsvjetaieva en el paraíso.
Oh, no! Y es más simple todavía
Aún así el fuego
O sus guardadoras aguas
-¡Oh, palabras!- son nombres y no trastos, tras tus nombres caerían trastos, oscuro era el pozo, un verdadero ojo moreno transido en sus luces. Los nombres ya sellados, restituidos al bosque de libros, maderas de pura altura trozando los cielos.
Humo blanco. Silencio. También las manos
he de entregar al silencio.
Y sonreiré.

Inés Aráoz (San Miguel de Tucumán, Argentina, 1945), Vía Gilgamesh/Facebook

En la Casa Barco.
Obra Reunida.,
Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán, EDUNT, 
Tucumán, Argentina, 2019









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