sábado, diciembre 31, 2016

Alberto Girri / De "Quien habla no está muerto", 5











Aflojar las tensiones

Labor
que se centra en la boca,
                        de ordinario
en el labio superior latiendo descontrolado,
y al que habrá que aquietar, con intensidad
pensar en dormirlo, tornarle
casi imperceptible la transpiración,
                                   anular
su autonomía para absorciones, balbuceos,
desoyendo protestas, mandatos,
                             díscolo.


Dado este paso, lo demás
se avendrá con mansedumbre,
                        a los párpados
no les urge apelar a la mano para distenderse,
cerrados o abiertos,
                   y la lengua se suelta, puede
reconocer la base de la nariz
sin perturbarla,
               y la nariz, meditativa,
logrado el alivio de que el peso
de la frente ahora sea de aire.


Y bastará,
          supuesto que la operación
tenga el carácter de una gimnasia
en donde cada rasgo consigue recobrar
su tono virgen, en armonía con el resto
y sin dejar de verse fielmente a sí mismo,
                  o que deba ser acreditada
como particular recurso, deleite,
que los ociosos se inventan
para jugar con sus rostros, recreándose
en modelar sus partes como naturalezas muertas.
                  ¿A qué indagarlo?, nunca
averiguaríamos por qué vínculo, airado, carente de razón,
las fatigas de la boca, ojo,
nariz, comisuras, superciliares,
son ecos del modo como la realidad
satura la mente, la va provocando
para que la persiga, trate de expulsarla.

Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991), "Quien habla no está muerto", 1975, Obra poética III, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980

Foto: Alberto Girri por Tito La Penna (detalle), 1985

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