"Me llama poderosamente la atención"
por Jorge Aulicino
(Quizá algunos verbos de esta nota, publicada hace 4 años, habría que conjugarlos en pasado. Quizá.)
Mangieri. Luisito. El loco Mangieri. El de la Rosa Blindada. Así oí hablar de Mangieri hace más de 30 años. Lo mencionaban de esa manera hombres de su generación. Lo crucé en algunas presentaciones de libros en los primeros setenta y no volví a verlo hasta muy avanzado el alfonsinismo. Estaba rodeado de muchachos: el grupo de poetas que en aquella época se reunió alrededor de la revista 18 Whiskys. Casas, Villa, Durand, Desiderio, Rojo. Esos muchachos lo llamaban Cauli. Cauli era un personaje de una serie policial de los setenta. Cauli era el jefe. Cauli ayudó a los muchachos a encontrar financiación para el primer número de aquella revista, de la que sólo salieron dos. Mangieri encajaba. Era arcaico pero no un gliptodonte. Era una leyenda y una sátira. Era el tipo de la revolución, de la disidencia “china” del PC, el editor de Giap, el amigo de Gelman y del Tata Cedrón. Y era el divertido Cauli, el querido Cauli, personaje de un comic: el que protagonizaban él y sus secuaces, “muchachos de la droga y el rock”.
El imbatible Mangieri. Contaba historias de imprentas legales y clandestinas. Decía las mayores atrocidades sobre los chicos a los que amparaba. Y de otros, chicos o grandes, a quienes no amparaba. De todos los que quería y de los que despreciaba o se apiadaba. Imposible no reír con su sarcasmo natural. Los chicos remedaban su voz aguda y sus giros de jerga partidaria: “Me llama poderosamente la atención...”
Llegué a llorar de risa con sus historias, la narración de bromas y situaciones increíbles, nunca se sabe si reales o inventadas, pero seguramente pasadas al estilo Mangieri. En un bolichón de San Telmo en el que solía citarnos contó que a cierta imprenta, hace muchos años, mandaron a un tipo que se hizo pasar por inspector municipal y fingió que estaba dispuesto a desmontar las máquinas con un destornillador de bolsillo si no se pagaban los impuestos atrasados. Y el patrón, shockeado, le creyó. Y además creyó posible que pudiera hacerlo con aquella herramienta ínfima.
El loco Mangieri es un gran tipo, toda su malicia no alcanza a provocar urticaria. Un estado de gracia, un aura, una falta absoluta de mala leche, lo convierten en un diablo de barrio enviado por los dioses, más para provocar la necesaria irreverencia que para avinagrar o destruir el espíritu de nadie.
Pienso que Mangieri no se propone llegar a nada. No conocí tipo que se la crea menos.
No sé si por su problema en una rodilla, que lo fatiga, o porque es así, suele caminar tomándote del brazo. Me sentí muy bien haciendo algunas cuadras con él de esta manera. Cosa de otra época o cosa de su rodilla.
¿Será cierto que la poesía es una forma de resistencia, como él suele decir? No lo sé. A veces me lo parece. Resistencia al achicamiento de la realidad. Resistencia al peso invisible de la muerte.
Mangieri tiene en todo caso un compromiso consecuente con ese credo. Porque no ha dejado de editar nunca libros de poesía. Son años. Y son centenares de libros. La fe encarnada de este hombre me libera de las montañas de desperdicios de horas quemadas en maldecir gobernantes, en padecer las obviedades y la incapacidad de autocrítica, la grisura y el tedio de los pensamientos de prohombres y promujeres, ahora hasta mediáticos; las horas gastadas en buscar un gramo de interés en las toneladas de palabra escrita que pasa por sabia. Un almuerzo de diez pesos con Mangieri me ha resultado siempre más fructífero y vital que la lectura de los libros firmados por algunos de los pensadores que este país ha consagrado, que cuestan el doble.
Mangieri es una crónica irrespetuosa de la intelectualidad de izquierda, de su cocina, agachadas, incluso de sus gestos de nobleza. Su candor esencial reconcilia con el candor primitivo de palabras devaluadas, de ideas que no debieron quizá realizarse nunca, de hogueras que ya no son. Contrasta con el desconcierto, cuando no miserable impavidez, de los héroes de antaño.
Es rigurosamente cierto, Libros del Rojas, Buenos Aires, 2004
José Luis Mangieri nació en Buenos Aires en 1924 y murió en la misma ciudad el 1° de noviembre de 2008.
usando las palabras del propio mangieri: con pasión hizo más de lo posible. mucho más. éso es 'estado de gracia'.
ResponderBorrarEl Caballero Don Quijote, también, sobre todo es y fue eso. Audaz y vivo, vivaracho, arriesgó y publicó en esos tiempos un número imprevisible (pero que él vio) de poetas mujeres, permítame agregar también esto, a las que tomaba del brazo, no sólo por su rodilla, al cruzar la calle, atento, no sólo paternal, preocupado siempre por la vida y obra de cada una. "¿Tenés trabajo?, ¿andás solari?, ¿tus chicos?, ¿qué andás escribiendo? Te dejo un paquete de libros en...", y sacaba otros tantos de un bolsito di merda, creo que el único que le vimos. La última vez que tomamos una cerveza, y la primera y única que habló de sí mismo, fue apenas se sentó en el taxi: "Ando flojo, ¿sabés que me dejó, no?, y qué va a hacer. ¿Vos bien, no? Te llamo y te venís a un asado. Gracias, querida, gracias". Irene Gruss
ResponderBorrarMe quedé encantada de leer sobre esta forma de ser, alguien sin dudas increíble el que nos acercas como si fuera que pude conocerlo por esta misma lectura.
ResponderBorrarGracias y muy feliz de poder descubrir este espacio.
cariños
Es cierto: El candor está devaluado. La ética, también. Me hubiera gustado conocerlo a Mangieri. Tu crónica, Jorge, es tan humana como emotiva. Y está muy bien que esos verbos estén en presente y, sobre todo, que la hayas escrito mucho antes de que se fuera. Pudiste evitar la necrofilia y los homenajes post-mortem característicos de nuestro país, tan expulsivo con sus artistas.
ResponderBorrarMangieri no se murió, se fue a tomar unas ginebras por ahí, a llevar cajas con libros a los marcianos, a descubrir nuevos poetas, a visitar a amigos.
ResponderBorrarJosé Luis Mangieri, un grande de verdad, un tipo digno.
Anduvo con el bolsito que menciona Irene, por Sierra de la Ventana por el 96´(cuando había unos 2000 habitantes), vino a apadrinar el Primer y único encuentro de titiriteros que se hizo, llenó de poesía la biblioteca popular, visitó la escuela...
Al poco tiempo, nos recibió en su casa de Bs. As. a amigos y a mí, y nos cargaba porque éramos del interior y decía que nos teníamos que avivar, y nos llenó de libros. Una vez lo llamé para ver cómo estaba, cuando empecé a estudiar periodismo en La Plata, y me dijo: -venite la semana que viene a entrevistar a Gelman, viene a parar a casa. Le dije que no, que lo admiraba tanto que no iba a poder articular ni un hola. Y se me cagó de la risa, y decía:-nena, dejate de joder, no seas paisana...
También decía que quería presentarme a "sus chicos poetas", porque quería ser celestino jajaja.
Y recuerdo una frase irónica que repetía seguido: "uds., las mujeres que usan lentes son peligrosas..." mientras lavaba los platos, de obstinado, nomás, luego de un asado acá. No quiero nostalgiar, quiero recordar ese humor "tan Mangieri", que habla tanto de la resistencia.
Ya lo dijiste todo vos, Jorge,en tu crónica. Que no tiene verbos en pasado, porque Mangieri no se murió, repito, se fue a tomar unas ginebras.
Un abrazo
Ah! no pude poner nada en mi blog, porque cuando estaba por publicar poema, foto y algunas palabras acerca de Mangieri, un robot de blogger declaró a mi blog spam o de contenido dudoso y ofensivo.
ResponderBorrarDespués un humano de blogger (creo) me pidió disculpas por el "positivo falso" del robot, pero no desbloqueó y no puedo postear.
Un papelón, resulta que ahora la poesía es spam, dudosa y ofensiva...
Bravo por esta crónica. A él le hubiera emocionado, seguro, como a mí mismo, que no le conocía de nada y ya estoy poniendo los medios para remediarlo.
ResponderBorrarAbrazos.
Hasta pronto.
Realmente muy vívido -valga el oximoron- el retrato de José Luis, ese personaje que llenaba dos premisas, la urondiana, de que lo mejor de la poesìa es la amistad y la de mi experiencia: un amigo es alguien con quien uno se puede pelear màs de una vez. Fue èl editor de mis dos primeros libros en Argentina y del último. En el medio hubo un montón de tiempo en que no me dio bola hasta que hice ponerle Raúl González Tuñòn a la placita de Hipólito Yrigoyen y 24 de noviembre y ahí volvimos a ser amigos como antes. Vaya aquì mi homenaje a este amigo, a este poeta que dejó su propia poesìa para ser el impulsor de otros. Si realmente hay un mundo para los que se piantan, como dirìa Centeya, ahora estará discutiendo de libros, de política, de minas y todas esas cosas. Ana Sebastián
ResponderBorrarMuy emotivo... gracias Jorge.
ResponderBorrarLeí por primera vez a Mangieri hace relativamente poco (lo cual lamento). Como en mi blog no publico poesia que no sea mía, traté de escribir algo para homenajearlo... no me sentí digna de plasmar palabra alguna.
Un silencio respetuoso para honrar al genio y su obra... un silencio entre el llanto de sus musas.
Saludos
La descripción no podría ser mejor; a uno le parece verlo y escucharlo. También yo fui beneficiario de sus cajas de libros y de su amistad. Aunque me olvidaba cada vez que no nos veíamos por unos meses, cuando le refrescaba la memoria me decía "Ya sé quien sos pibe ¿O te creés que estoy gagá?" realmente un tipazo, un eterno adolescente encerrado en un cuerpo maduro.
ResponderBorrarVaya para el mi recuerdo más afectuoso.
Alejandro Mendez Casariego
natalia, tampoco es para tanto
ResponderBorrarJosé Luis fue y siempre será único. Un hombre a quien le importaba la gente, la verdad, la justicia verdadera, fue generoso con su tiempo y con sus ideas. Siempre listo para ayudar a quien lo necesitara, José Luis tenía ese "je ne sais qua" que lo hizo un gran hombre. Gozaba del humor y lo practicaba incansablemente. Discutía con pasión sobre la política (¡hasta llegó a estar de acuerdo consigo mismo una noche!--quienes conocen la anécdota recuerdan esto con una risa). Extrañámos su presencia, pero su espíritu está en cada uno/a que lo conocía. Conocerlo era quererlo. Intrañable hombre.
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