Toda gran escritura brota de le dur désir de durer, la despiadada artimaña del espíritu contra la muerte, la esperanza de sobrepasar al tiempo con la fuerza de la creación.
George Steiner
Cuando, al seguir el texto, las palabras van hacia otro sitio, no exactamente al que uno creía adecuado, las palabras, generalmente, son las que tienen razón.
Jorge Aulicino
1. Literatura
A la hora de reflexionar acerca de la poesía se nos presentan al menos dos preguntas. La primera es si una indagación más o menos teórica acerca del lenguaje puede trasladar sin más sus conclusiones a la experiencia que, en suma, llamamos poesía. Señalar los rasgos característicos del lenguaje que emplea el poeta con relación al que utilizamos en la vida diaria, o bien al que es propio de la matemática, la filosofía, la música o la pintura, no es equivalente a explicitar el carácter distintivo de la poesía como "hecho de lenguaje". Porque la poesía es una experiencia, algo más que el lenguaje que la sustenta. La poesía es lo que se dice, y también lo que se calla. Es palabra, pero también silencio. Y no hay análisis lingüístico o metodología capaz de indagar discursivamente acerca del callar y del silencio. Por ello la pregunta por la poesía es, me parece, una doble pregunta. La primera se refiere al lenguaje poético como medio de superar la insuficiencia del habla cotidiana para acceder a niveles no inmediatos de la realidad. Podríamos decir: el lenguaje poético no es lógico, sino analógico; la palabra no denota, connota; el texto de un poema supone significación de la imagen y el ritmo. Todo esto y mucho más puede hallarse en los manuales, pero la poesía es otra cosa, y no se agota en la descripción del organismo verbal que la convoca. Y aquí viene entonces la segunda pregunta. ¿Qué rasgos específicos caracterizan a la poesía con respecto a otras experiencias? Yo no puedo contestar, y no creo que nadie pueda hacerlo. La experiencia poética convierte al lenguaje en identidad del poeta (y del lector). Tiene el carácter de una revelación o presentación fugaz que otorga sentido unitario a toda otra experiencia del mundo: nos dice qué somos. No creo que la lucidez de la poesía, su necesidad, su caridad o su potencia de expresar lo casi inexpresable, en suma, su misterio, sean reducibles a rasgos más o menos identificables y definibles del lenguaje . *
2. Lectores
Lo cual nos lleva al problema de la lectura del poema. Desde luego, existe una manera particular de leer la poesía. Uno lee sin mediaciones, sin apelar a recursos ajenos a la palabra misma, sin cánones discursivos. Pero aclaro que, a mi entender, en la experiencia de la lectura, importan poco la tradición, la forma, el género, el ismo. Si importasen, si la comprensión de un texto dependiese del conocimiento previo de parámetros históricos o literarios, entonces aquello que en un momento dado fue un poema ha dejado de serlo, al menos para nosotros. En tanto poema que fue, ya no está vivo. Será otra cosa, un documento histórico, un "hecho de lenguaje", un tema de enseñanza en un curso de literatura, pero no un poema. Será sólo literatura, probablemente. Algo similar ocurre con la música. No hay cánones para acceder al sentido profundo de A Love Supreme de John Coltrane o de los últimos cuartetos de Beethoven. Los cursos de apreciación (poética o musical) no llegan muy lejos. Por ello decía Roberto Juarroz:
La poesía es siempre una aventura a la intemperie, aquella "intemperie sin fin" de que nos habla Juan L. Ortiz, y que se vuelve más significativa y paradójica si consideramos que el hombre no es un "sin fin". Esa intemperie significa un gradual despojamiento a medida que el poeta se acerca a los límites, a su desnudez de todo allí. Para llegar a lo que el poeta logra configurar se necesita la misma actitud: para la creación no hay más acceso que la recreación, que es otra forma de la creación. De modo que no hay reglas de análisis o normas didácticas para entrar en la poesía, llámense estilística, estructuralismo, método simbólico o crítica impresionista. Son pretendidos sistemas para lo que no admite sistema. No hay resortes fáciles: estamos en el antisistema. Hay una única forma de entrar en la poesía: estar adentro. (Juarroz, 1980: 91-92.)
3. Escritura
Tal vez la narrativa, el ensayo o el teatro admitan ser escritos de acuerdo con planes formulados de antemano, pero no creo que con la poesía ocurra algo semejante. El origen de ciertas imágenes, líneas o palabras que de pronto se reúnen y adquieren una coherencia que les otorga sentido me parece absolutamente misterioso: de pronto están ahí, convocadas por experiencias cotidianas a veces muy sencillas, como puede ser, incluso, otro texto poético. Al ser colocadas en un papel, esas palabras parecen reclamar otras palabras, y de pronto se ha generado un texto. ¿Cuánto más puede decirse, discursivamente, acerca de esto? No hay modo de planificar la ocurrencia de tales episodios. Lo demás es artesanía, quitar palabras, reemplazar otras, proponerse diez o quince versiones, escoger una y abandonarla (Valéry dixit). Y así se han ido al canasto muchas noches de insomnio.
4. Temas
Se pregunta, a veces, cuáles son los temas de la poesía. Una poesía que tuviese temas (en el sentido en que, me parece, se formula esa pregunta) sería fragmentaria, y la poesía es precisamente un requerimiento de unidad de ese ser inacabado, acosado por la muerte, la soledad y la inmanencia que somos. La poesía surge de una experiencia que la necesidad convierte en palabras, y las formas verbales del poema concurren a su vez en otra experiencia (de escritura o lectura) de carácter re-ligante, totalizador, en la cual a veces creemos hallar un sentido de la existencia y el mundo. Pero, ¿cuáles serán las circunstancias particulares de esa experiencia? ¿Se tratará del sentimiento de la muerte, del tiempo, de la fugacidad del amor, de la incompletitud del hombre? ¿Será su rebelión ante la ignominia, la crueldad, las muestras de extrema inhumanidad que arrumban en el desván de los trastos inútiles las nociones más elementales de lo que llamábamos ética o justicia? ¿Será el dolor, la alegría, la plenitud, el olvido? Será cualquiera de esas experiencias a condición de que la palabra que resulte de ellas ilumine los parámetros que sitúan al hombre con relación a sus límites y no mero discurso, lamento, alegato, efusión sentimental, vaguedad elegíaca o narración de circunstancias externas o inmediatas. No hay "poemas de amor", sino poemas que revelan una visión del mundo tal como la vislumbra un hombre enamorado. ¿Qué amor es solo amor, a secas, sin desamor, dolor y goce, vida y muerte, amor con otros, sin otros, en otros, por otros? El tema del poeta es único, o bien todo es tema. Entonces: no hay temas en poesía. Si es así, el poeta es un hombre abierto a todas las dimensiones que le otorgan identidad con relación al contexto ontológico, histórico, cultural o social en el que le toca vivir. No creo, sin embargo, que sea ése el entorno al que atienden muchos escritores, sino al que resulta de una suerte de fetichismo que convierte al arte y la literatura en espectáculo, promoción mediática, complicidad con las reglas de juego de una sociedad que es la negación misma de la poesía. No existe relación alguna entre calidad, éxito de público y ese siniestro malentendido llamado consagración. Pues, ¿quiénes pueden volver sagrado a un hombre? **
5. Límites
Señalaba Juarroz que no hay poesía si el poeta no se instala en los límites de todo orden que sirven de frontera a la condición humana. Y que ellos no son necesariamente metafísicos sino que pueden estar originados en ciertas urgencias y desigualdades sociales, en injusticias, en ignominias, en formas de inhumanidad: a la poesía nada le es ajeno, si tiene que ver con el hombre. Pero que es necesario renunciar a lo que podríamos llamar formas de un "pragmatismo sociopoético", que consistiría en la búsqueda de efectos semejantes a soluciones concretas a necesidades, desniveles o privaciones de carácter social, soluciones que requieren, por caso, la acción política. (Juarroz, 1980, 124.) Me parece que, en algunos casos, la llamada "poesía social" ha confundido la capacidad de iluminación y rebelión de la poesía con una facultad que la poesía no tiene, cual es la de ofrecer soluciones pragmáticas a problemas inmediatos que derivan, por caso, de un orden social injusto.
6. Crítica
Con respecto a las diversas modalidades de la crítica interpretativa, antepondría el quién al cómo: me importa más el ser humano llamado "crítico" que su andamiaje, sea éste formal, filosófico, sociológico, psicoanalítico o cualquier otro. Me importa esa suerte de refracción del texto en una sensibilidad critica, que admite la presencia, en el poema, de un elemento último e irreducible a parámetros extraliterarios y que, en esencia, constituye el "misterio" de la poesía. Sería quizás esa cualidad de intensificar la vida que señala Bernard Berenson y que reconocemos en toda obra de arte pero que difícilmente podamos explicar. Pues ninguna indagación teórica acerca del lenguaje y sus circunstancias puede trasladar sin más sus conclusiones a esa experiencia que, en suma, llamamos poesía. Señalábamos que la poesía es palabra, pero también silencio, y el silencio es componente esencial de la poesía moderna. Lo saben los grandes escritores pero también los grandes músicos y cineastas, y aquí pensamos en Debussy, Bartók, Bergman o Tarkovski. Como escribe Ivonne Bordelois:
La cultura contemporánea destruye el silencio, que es la condición primera y fundamental de la palabra genuina, la que viene de lo necesario y lo íntimo y no es simple resorte de respuesta mecánica. […] Lo vociferante de nuestras ciudades, los decibeles de una música deleznable que de continuo aturde y ensordece, desafiando e impidiendo toda forma de comunicación, son modos patentes de una violencia cada vez más invasora que sólo se sacia con la obstrucción de la conciencia, en particular de la conciencia que se alimenta de los poderes del diálogo sosegadamente nacido en el silencio. (Bordelois, 2003: 33-34.)
Por ello importa la crítica capaz de acompañar al lector hasta el borde del poema (para lo cual, como pedía Machado, no teme "contaminarse de poesía") y sabe callar allí donde se agotan las posibilidades del discurso lógico, es decir, en el momento preciso en que el lector ha de jugar sin intermediación alguna su diálogo con el poeta. Es, esencialmente, la reflexión crítica de autor: Eliot, Valéry, Machado, Octavio Paz. En ella subyace la certeza de que el canto que escuchamos detrás de lo que dicen las palabras no admite partitura y por tanto análisis conceptual. A lo sumo (y no es poco) este género de crítica nos ayudará a escucharlo con mayor intensidad.
7. Pertenencias
Nadie escribe en el vacío, es cierto, sino formando parte de una trama de interacciones culturales e históricas. Pero me importa más la poesía al aire libre que los encasillamientos habituales de la crítica, la historia o la sociología literarias. Además, me parece sospechosa esa curiosa necesidad de algunos escritores que dicen escribir desde el sostén que les presta una presunta continuidad o discontinuidad histórica o estética: herederos o herejes, asumen al mismo tiempo una cierta limitación, lo cual es mortal para el poeta. Debería bastarles el estar vivos, amar la vida, saber cómo impedir que las palabras mueran cuando lo abandonan para configurar un texto. Juan de Mairena lo decía de modo similar: un poeta es un pescador de pescados vivos, es decir, de peces que no mueren fuera del agua. El resto viene por añadidura: esa palabra viva será necesaria y podrá intensificar la vida, propia y ajena. En particular, ese escritor podrá reconocer sus propios límites y sabrá callar a tiempo o empezar de nuevo cuando advierta que solo pronuncia palabras muertas. En un mundo gobernado por la necrofilia, dar vida a las palabras es la función más importante de un escritor. Si lo logra, podrá escapar del gran cementerio de la literatura y convertirse en un contemporáneo de todos los hombres. Un ejemplo: César Vallejo, que cada día nos escribe sus poemas nuevamente.
8. Lecturas
Como puedo verlo ahora, una anárquica variedad de lecturas juveniles (de Bradbury y Sin novedad en el frente a Oesterheld-Pratt, de la revistas Más Allá y Minotauro a ese maestro de la divulgación científica que fue Bertand Russell) me permitió después, pese a recibir una educación formal en ciencias físicas, evitar esa mutilación de la experiencia que se origina en una férrea jerarquización de los valores y conlleva el menosprecio por ciertas disciplinas y actividades. (Por ejemplo: la poesía por el cientificista o el pensamiento científico y tecnológico por el humanista.) Dicho de otro modo: se puede ser a la vez físico y poeta porque en las teorías científicas hay una dimensión estética y en la poesía (tal como la concibo) el rigor del pensamiento científico. Hoy creo que tal mutilación está en el centro de una problemática capital de nuestra época: la existencia de una cultura mutante y escindida que no ha podido hallar todavía su identidad ética. Y si haber desarrollado esa actitud configura alguna clase de mérito, siento que se ha ido gestando a pesar de la educación sistemática, aquella que Einstein describió como una máquina destinada a matar la santa curiosidad de los niños. Pruebas al canto. En una publicación de la UNESCO (2005) se pide a 50 "poetas notables" (ninguno es argentino) recomendaciones para mejorar la enseñanza de la poesía en establecimientos de nivel medio. Algunos juicios de estos "notables" son los siguientes: "Como todo producto artístico, la poesía ofrece diversión y relajamiento del trabajo y demás fuentes de tensión"; "La poesía no existe, así como tampoco existe la música. Lo que sí existe son los géneros, los estilos y los gustos."; "Hay que hacerles ver [a los alumnos] que [leer poesía] es divertido". Y así vamos. Compárense estas ridículas afirmaciones con la siguiente reflexión de George Steiner:
En esa gran polémica con los muertos vivos que llamamos lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo más que fantaseo o un apetito indiferente emanado del tedio, la lectura es un modo de acción. Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimidad. Un gran poema, una novela clásica nos asedian: asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos. Los hombres que queman libros saben lo que hacen. (Steiner, 2000: 26.)
9. Ciberespacio
La aparición de blogs y foros de opinión en Internet ha ampliado notoriamente la oferta de poesía y de reflexiones sobre la poesía, ahora al alcance (potencial) de muchos lectores. Cabe celebrarlo. De hecho, mi único vínculo sistemático con la poesía reciente proviene, mayoritariamente, de blogs como los que bellamente editan algunos amigos (Irene Gruss, Jorge Aulicino). Sin embargo, me pregunto si esta proliferación de publicaciones en medios electrónicos es sinónimo de aumento del número de lectores de poesía. Cierto poeta sostiene que ya no tiene vigencia aquella tradición "marcada por una postura quejosa y demandante en relación al sistema literario" (y aquí me honra mencionando el texto La poesía no se vende / porque / la poesía no se vende, escrito por mí hace ya muchas décadas, en donde no se advierte queja ni demanda). Gracias a los nuevos espacios que las librerías destinan a los libros de poemas, a pequeñas editoriales, a ciclos de lecturas, a programas radiales, a la difusión en la Web, etc., prosigue este autor, ha llegado la hora, preanunciada por Lautréamont, de que la poesía sea hecha por todos. ¡Finalmente! Quedamos a la espera.
10. ¿Quién habla en el poema?
Hace tiempo escribí que la poesía es el intento de preguntarle a las palabras qué somos. Esto responde, quizás imprecisamente, a la pregunta acerca de quien habla en el poema: ante nuestros requerimientos, hablan palabras previamente resignificadas por el poeta. Todo poeta escribe, en primera instancia, para sí mismo; y, por añadidura, para el poeta que se sospecha hay en cada lector. La lectura de la poesía tiene rasgos distintivos, pues en ella no hay trama, argumento o tema. Uno se juega allí lo mejor que tiene sin apelar a recursos ajenos a la palabra misma: compromete todo su ser en ese acto. El lector re-crea, re-escríbe el poema; por consiguiente, en un mismo texto conviven tantos poemas como lectores-poetas: leer en profundidad es dar vida propia y singular a ese organismo que el poeta ha creado para que hable con nosotros. Y en ello reside la suprema fraternidad de la poesía: potencialmente, un mismo texto ofrece identidad a cada hombre en particular, es decir, a todos los hombres. Un poeta es alguien que, al escribir para sí, escribe para todos. Y ese producto, el poema, se halla allí, en la revista, el libro o la pantalla, a la espera del lector capaz de compartir aquella fraternidad. Pero no creo que al lector de poesía se lo pueda definir en términos de personalidad, posesión o carencia de una cultura formal, etcétera. (Recuérdese el caso de Porchia.) Nada tiene que ver, por otra parte, con ese arquetipo estadístico y previsible que la industria cultural llama lector medio, suerte de esponja que se impregna de palabras y al que las palabras abandonan cuando se lo aprieta. El poeta auténtico escribe para sí, y por ello escribe para todos. El escritor de consumo escribe para un arquetipo, y por eso no escribe para nadie.
Porque la poesía no es un discurso sino algo que nos sucede.
Guillermo Boido (Buenos Aires, 1941), ¿Quién habla en el poema?, Del Dock, 2013
Notas
* Si tuviese que remitirme a tradiciones poéticas diría que ésta, a la que adhiero, pertenece a lo que Santiago Sylvester llama "poesía de pensamiento", cuyo origen, en la Argentina, radicaría en el vanguardismo de Güiraldes, Macedonio Fernández y Borges (Sylvester, 2006: 68). Sin embargo, no es mi intención desempeñar en este trabajo el papel de crítico, teórico o historiador de la poesía, sencillamente porque no estoy capacitado para ello.
** Me gustaría destacar aquí la caracterización que hace Juarroz acerca de dos peligros que asechan a todo escritor: la enfermedad literaria, que remite a la obsesión por "lo que se dice" acerca de lo que se escribe, y la paraliteratura, que consiste en "dar vueltas" (sic) alrededor de la literatura. Los enfermos literarios y los paraliteratos pueden vivir de la literatura o del periodismo literario y obtener de sus actividades buenos dividendos, pero en ningún caso serán auténticos escritores. Véase Juarroz, 1980: 111-112.
Bibliografía
Bordelois, I., La palabra amenazada, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2003.
Juarroz, R., Poesía y creación. Diálogos con Guillermo Boido, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1980.
Sylvester, S., "Poesía de pensamiento", en J. Fondebrider (comp.), Tres décadas de poesía argentina 1976-2006, Buenos Aires, Libros del Rojas, Universidad de Buenos Aires, 2006: 65-73.
Steiner, G., Lenguaje y silencio, Barcelona, Gedisa, 2000.
UNESCO, Leer y escribir la poesía: las recomendaciones de poetas notables, procedentes de diversos horizontes, sobre la enseñanza de la poesía en establecimientos de nivel secundario, París, 2005. Disponible en http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001395/139551s.pdf
A la hora de reflexionar acerca de la poesía se nos presentan al menos dos preguntas. La primera es si una indagación más o menos teórica acerca del lenguaje puede trasladar sin más sus conclusiones a la experiencia que, en suma, llamamos poesía. Señalar los rasgos característicos del lenguaje que emplea el poeta con relación al que utilizamos en la vida diaria, o bien al que es propio de la matemática, la filosofía, la música o la pintura, no es equivalente a explicitar el carácter distintivo de la poesía como "hecho de lenguaje". Porque la poesía es una experiencia, algo más que el lenguaje que la sustenta. La poesía es lo que se dice, y también lo que se calla. Es palabra, pero también silencio. Y no hay análisis lingüístico o metodología capaz de indagar discursivamente acerca del callar y del silencio. Por ello la pregunta por la poesía es, me parece, una doble pregunta. La primera se refiere al lenguaje poético como medio de superar la insuficiencia del habla cotidiana para acceder a niveles no inmediatos de la realidad. Podríamos decir: el lenguaje poético no es lógico, sino analógico; la palabra no denota, connota; el texto de un poema supone significación de la imagen y el ritmo. Todo esto y mucho más puede hallarse en los manuales, pero la poesía es otra cosa, y no se agota en la descripción del organismo verbal que la convoca. Y aquí viene entonces la segunda pregunta. ¿Qué rasgos específicos caracterizan a la poesía con respecto a otras experiencias? Yo no puedo contestar, y no creo que nadie pueda hacerlo. La experiencia poética convierte al lenguaje en identidad del poeta (y del lector). Tiene el carácter de una revelación o presentación fugaz que otorga sentido unitario a toda otra experiencia del mundo: nos dice qué somos. No creo que la lucidez de la poesía, su necesidad, su caridad o su potencia de expresar lo casi inexpresable, en suma, su misterio, sean reducibles a rasgos más o menos identificables y definibles del lenguaje . *
2. Lectores
Lo cual nos lleva al problema de la lectura del poema. Desde luego, existe una manera particular de leer la poesía. Uno lee sin mediaciones, sin apelar a recursos ajenos a la palabra misma, sin cánones discursivos. Pero aclaro que, a mi entender, en la experiencia de la lectura, importan poco la tradición, la forma, el género, el ismo. Si importasen, si la comprensión de un texto dependiese del conocimiento previo de parámetros históricos o literarios, entonces aquello que en un momento dado fue un poema ha dejado de serlo, al menos para nosotros. En tanto poema que fue, ya no está vivo. Será otra cosa, un documento histórico, un "hecho de lenguaje", un tema de enseñanza en un curso de literatura, pero no un poema. Será sólo literatura, probablemente. Algo similar ocurre con la música. No hay cánones para acceder al sentido profundo de A Love Supreme de John Coltrane o de los últimos cuartetos de Beethoven. Los cursos de apreciación (poética o musical) no llegan muy lejos. Por ello decía Roberto Juarroz:
La poesía es siempre una aventura a la intemperie, aquella "intemperie sin fin" de que nos habla Juan L. Ortiz, y que se vuelve más significativa y paradójica si consideramos que el hombre no es un "sin fin". Esa intemperie significa un gradual despojamiento a medida que el poeta se acerca a los límites, a su desnudez de todo allí. Para llegar a lo que el poeta logra configurar se necesita la misma actitud: para la creación no hay más acceso que la recreación, que es otra forma de la creación. De modo que no hay reglas de análisis o normas didácticas para entrar en la poesía, llámense estilística, estructuralismo, método simbólico o crítica impresionista. Son pretendidos sistemas para lo que no admite sistema. No hay resortes fáciles: estamos en el antisistema. Hay una única forma de entrar en la poesía: estar adentro. (Juarroz, 1980: 91-92.)
3. Escritura
Tal vez la narrativa, el ensayo o el teatro admitan ser escritos de acuerdo con planes formulados de antemano, pero no creo que con la poesía ocurra algo semejante. El origen de ciertas imágenes, líneas o palabras que de pronto se reúnen y adquieren una coherencia que les otorga sentido me parece absolutamente misterioso: de pronto están ahí, convocadas por experiencias cotidianas a veces muy sencillas, como puede ser, incluso, otro texto poético. Al ser colocadas en un papel, esas palabras parecen reclamar otras palabras, y de pronto se ha generado un texto. ¿Cuánto más puede decirse, discursivamente, acerca de esto? No hay modo de planificar la ocurrencia de tales episodios. Lo demás es artesanía, quitar palabras, reemplazar otras, proponerse diez o quince versiones, escoger una y abandonarla (Valéry dixit). Y así se han ido al canasto muchas noches de insomnio.
4. Temas
Se pregunta, a veces, cuáles son los temas de la poesía. Una poesía que tuviese temas (en el sentido en que, me parece, se formula esa pregunta) sería fragmentaria, y la poesía es precisamente un requerimiento de unidad de ese ser inacabado, acosado por la muerte, la soledad y la inmanencia que somos. La poesía surge de una experiencia que la necesidad convierte en palabras, y las formas verbales del poema concurren a su vez en otra experiencia (de escritura o lectura) de carácter re-ligante, totalizador, en la cual a veces creemos hallar un sentido de la existencia y el mundo. Pero, ¿cuáles serán las circunstancias particulares de esa experiencia? ¿Se tratará del sentimiento de la muerte, del tiempo, de la fugacidad del amor, de la incompletitud del hombre? ¿Será su rebelión ante la ignominia, la crueldad, las muestras de extrema inhumanidad que arrumban en el desván de los trastos inútiles las nociones más elementales de lo que llamábamos ética o justicia? ¿Será el dolor, la alegría, la plenitud, el olvido? Será cualquiera de esas experiencias a condición de que la palabra que resulte de ellas ilumine los parámetros que sitúan al hombre con relación a sus límites y no mero discurso, lamento, alegato, efusión sentimental, vaguedad elegíaca o narración de circunstancias externas o inmediatas. No hay "poemas de amor", sino poemas que revelan una visión del mundo tal como la vislumbra un hombre enamorado. ¿Qué amor es solo amor, a secas, sin desamor, dolor y goce, vida y muerte, amor con otros, sin otros, en otros, por otros? El tema del poeta es único, o bien todo es tema. Entonces: no hay temas en poesía. Si es así, el poeta es un hombre abierto a todas las dimensiones que le otorgan identidad con relación al contexto ontológico, histórico, cultural o social en el que le toca vivir. No creo, sin embargo, que sea ése el entorno al que atienden muchos escritores, sino al que resulta de una suerte de fetichismo que convierte al arte y la literatura en espectáculo, promoción mediática, complicidad con las reglas de juego de una sociedad que es la negación misma de la poesía. No existe relación alguna entre calidad, éxito de público y ese siniestro malentendido llamado consagración. Pues, ¿quiénes pueden volver sagrado a un hombre? **
5. Límites
Señalaba Juarroz que no hay poesía si el poeta no se instala en los límites de todo orden que sirven de frontera a la condición humana. Y que ellos no son necesariamente metafísicos sino que pueden estar originados en ciertas urgencias y desigualdades sociales, en injusticias, en ignominias, en formas de inhumanidad: a la poesía nada le es ajeno, si tiene que ver con el hombre. Pero que es necesario renunciar a lo que podríamos llamar formas de un "pragmatismo sociopoético", que consistiría en la búsqueda de efectos semejantes a soluciones concretas a necesidades, desniveles o privaciones de carácter social, soluciones que requieren, por caso, la acción política. (Juarroz, 1980, 124.) Me parece que, en algunos casos, la llamada "poesía social" ha confundido la capacidad de iluminación y rebelión de la poesía con una facultad que la poesía no tiene, cual es la de ofrecer soluciones pragmáticas a problemas inmediatos que derivan, por caso, de un orden social injusto.
6. Crítica
Con respecto a las diversas modalidades de la crítica interpretativa, antepondría el quién al cómo: me importa más el ser humano llamado "crítico" que su andamiaje, sea éste formal, filosófico, sociológico, psicoanalítico o cualquier otro. Me importa esa suerte de refracción del texto en una sensibilidad critica, que admite la presencia, en el poema, de un elemento último e irreducible a parámetros extraliterarios y que, en esencia, constituye el "misterio" de la poesía. Sería quizás esa cualidad de intensificar la vida que señala Bernard Berenson y que reconocemos en toda obra de arte pero que difícilmente podamos explicar. Pues ninguna indagación teórica acerca del lenguaje y sus circunstancias puede trasladar sin más sus conclusiones a esa experiencia que, en suma, llamamos poesía. Señalábamos que la poesía es palabra, pero también silencio, y el silencio es componente esencial de la poesía moderna. Lo saben los grandes escritores pero también los grandes músicos y cineastas, y aquí pensamos en Debussy, Bartók, Bergman o Tarkovski. Como escribe Ivonne Bordelois:
La cultura contemporánea destruye el silencio, que es la condición primera y fundamental de la palabra genuina, la que viene de lo necesario y lo íntimo y no es simple resorte de respuesta mecánica. […] Lo vociferante de nuestras ciudades, los decibeles de una música deleznable que de continuo aturde y ensordece, desafiando e impidiendo toda forma de comunicación, son modos patentes de una violencia cada vez más invasora que sólo se sacia con la obstrucción de la conciencia, en particular de la conciencia que se alimenta de los poderes del diálogo sosegadamente nacido en el silencio. (Bordelois, 2003: 33-34.)
Por ello importa la crítica capaz de acompañar al lector hasta el borde del poema (para lo cual, como pedía Machado, no teme "contaminarse de poesía") y sabe callar allí donde se agotan las posibilidades del discurso lógico, es decir, en el momento preciso en que el lector ha de jugar sin intermediación alguna su diálogo con el poeta. Es, esencialmente, la reflexión crítica de autor: Eliot, Valéry, Machado, Octavio Paz. En ella subyace la certeza de que el canto que escuchamos detrás de lo que dicen las palabras no admite partitura y por tanto análisis conceptual. A lo sumo (y no es poco) este género de crítica nos ayudará a escucharlo con mayor intensidad.
7. Pertenencias
Nadie escribe en el vacío, es cierto, sino formando parte de una trama de interacciones culturales e históricas. Pero me importa más la poesía al aire libre que los encasillamientos habituales de la crítica, la historia o la sociología literarias. Además, me parece sospechosa esa curiosa necesidad de algunos escritores que dicen escribir desde el sostén que les presta una presunta continuidad o discontinuidad histórica o estética: herederos o herejes, asumen al mismo tiempo una cierta limitación, lo cual es mortal para el poeta. Debería bastarles el estar vivos, amar la vida, saber cómo impedir que las palabras mueran cuando lo abandonan para configurar un texto. Juan de Mairena lo decía de modo similar: un poeta es un pescador de pescados vivos, es decir, de peces que no mueren fuera del agua. El resto viene por añadidura: esa palabra viva será necesaria y podrá intensificar la vida, propia y ajena. En particular, ese escritor podrá reconocer sus propios límites y sabrá callar a tiempo o empezar de nuevo cuando advierta que solo pronuncia palabras muertas. En un mundo gobernado por la necrofilia, dar vida a las palabras es la función más importante de un escritor. Si lo logra, podrá escapar del gran cementerio de la literatura y convertirse en un contemporáneo de todos los hombres. Un ejemplo: César Vallejo, que cada día nos escribe sus poemas nuevamente.
8. Lecturas
Como puedo verlo ahora, una anárquica variedad de lecturas juveniles (de Bradbury y Sin novedad en el frente a Oesterheld-Pratt, de la revistas Más Allá y Minotauro a ese maestro de la divulgación científica que fue Bertand Russell) me permitió después, pese a recibir una educación formal en ciencias físicas, evitar esa mutilación de la experiencia que se origina en una férrea jerarquización de los valores y conlleva el menosprecio por ciertas disciplinas y actividades. (Por ejemplo: la poesía por el cientificista o el pensamiento científico y tecnológico por el humanista.) Dicho de otro modo: se puede ser a la vez físico y poeta porque en las teorías científicas hay una dimensión estética y en la poesía (tal como la concibo) el rigor del pensamiento científico. Hoy creo que tal mutilación está en el centro de una problemática capital de nuestra época: la existencia de una cultura mutante y escindida que no ha podido hallar todavía su identidad ética. Y si haber desarrollado esa actitud configura alguna clase de mérito, siento que se ha ido gestando a pesar de la educación sistemática, aquella que Einstein describió como una máquina destinada a matar la santa curiosidad de los niños. Pruebas al canto. En una publicación de la UNESCO (2005) se pide a 50 "poetas notables" (ninguno es argentino) recomendaciones para mejorar la enseñanza de la poesía en establecimientos de nivel medio. Algunos juicios de estos "notables" son los siguientes: "Como todo producto artístico, la poesía ofrece diversión y relajamiento del trabajo y demás fuentes de tensión"; "La poesía no existe, así como tampoco existe la música. Lo que sí existe son los géneros, los estilos y los gustos."; "Hay que hacerles ver [a los alumnos] que [leer poesía] es divertido". Y así vamos. Compárense estas ridículas afirmaciones con la siguiente reflexión de George Steiner:
En esa gran polémica con los muertos vivos que llamamos lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo más que fantaseo o un apetito indiferente emanado del tedio, la lectura es un modo de acción. Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimidad. Un gran poema, una novela clásica nos asedian: asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos. Los hombres que queman libros saben lo que hacen. (Steiner, 2000: 26.)
9. Ciberespacio
La aparición de blogs y foros de opinión en Internet ha ampliado notoriamente la oferta de poesía y de reflexiones sobre la poesía, ahora al alcance (potencial) de muchos lectores. Cabe celebrarlo. De hecho, mi único vínculo sistemático con la poesía reciente proviene, mayoritariamente, de blogs como los que bellamente editan algunos amigos (Irene Gruss, Jorge Aulicino). Sin embargo, me pregunto si esta proliferación de publicaciones en medios electrónicos es sinónimo de aumento del número de lectores de poesía. Cierto poeta sostiene que ya no tiene vigencia aquella tradición "marcada por una postura quejosa y demandante en relación al sistema literario" (y aquí me honra mencionando el texto La poesía no se vende / porque / la poesía no se vende, escrito por mí hace ya muchas décadas, en donde no se advierte queja ni demanda). Gracias a los nuevos espacios que las librerías destinan a los libros de poemas, a pequeñas editoriales, a ciclos de lecturas, a programas radiales, a la difusión en la Web, etc., prosigue este autor, ha llegado la hora, preanunciada por Lautréamont, de que la poesía sea hecha por todos. ¡Finalmente! Quedamos a la espera.
10. ¿Quién habla en el poema?
Hace tiempo escribí que la poesía es el intento de preguntarle a las palabras qué somos. Esto responde, quizás imprecisamente, a la pregunta acerca de quien habla en el poema: ante nuestros requerimientos, hablan palabras previamente resignificadas por el poeta. Todo poeta escribe, en primera instancia, para sí mismo; y, por añadidura, para el poeta que se sospecha hay en cada lector. La lectura de la poesía tiene rasgos distintivos, pues en ella no hay trama, argumento o tema. Uno se juega allí lo mejor que tiene sin apelar a recursos ajenos a la palabra misma: compromete todo su ser en ese acto. El lector re-crea, re-escríbe el poema; por consiguiente, en un mismo texto conviven tantos poemas como lectores-poetas: leer en profundidad es dar vida propia y singular a ese organismo que el poeta ha creado para que hable con nosotros. Y en ello reside la suprema fraternidad de la poesía: potencialmente, un mismo texto ofrece identidad a cada hombre en particular, es decir, a todos los hombres. Un poeta es alguien que, al escribir para sí, escribe para todos. Y ese producto, el poema, se halla allí, en la revista, el libro o la pantalla, a la espera del lector capaz de compartir aquella fraternidad. Pero no creo que al lector de poesía se lo pueda definir en términos de personalidad, posesión o carencia de una cultura formal, etcétera. (Recuérdese el caso de Porchia.) Nada tiene que ver, por otra parte, con ese arquetipo estadístico y previsible que la industria cultural llama lector medio, suerte de esponja que se impregna de palabras y al que las palabras abandonan cuando se lo aprieta. El poeta auténtico escribe para sí, y por ello escribe para todos. El escritor de consumo escribe para un arquetipo, y por eso no escribe para nadie.
Porque la poesía no es un discurso sino algo que nos sucede.
Guillermo Boido (Buenos Aires, 1941), ¿Quién habla en el poema?, Del Dock, 2013
Notas
* Si tuviese que remitirme a tradiciones poéticas diría que ésta, a la que adhiero, pertenece a lo que Santiago Sylvester llama "poesía de pensamiento", cuyo origen, en la Argentina, radicaría en el vanguardismo de Güiraldes, Macedonio Fernández y Borges (Sylvester, 2006: 68). Sin embargo, no es mi intención desempeñar en este trabajo el papel de crítico, teórico o historiador de la poesía, sencillamente porque no estoy capacitado para ello.
** Me gustaría destacar aquí la caracterización que hace Juarroz acerca de dos peligros que asechan a todo escritor: la enfermedad literaria, que remite a la obsesión por "lo que se dice" acerca de lo que se escribe, y la paraliteratura, que consiste en "dar vueltas" (sic) alrededor de la literatura. Los enfermos literarios y los paraliteratos pueden vivir de la literatura o del periodismo literario y obtener de sus actividades buenos dividendos, pero en ningún caso serán auténticos escritores. Véase Juarroz, 1980: 111-112.
Bibliografía
Bordelois, I., La palabra amenazada, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2003.
Juarroz, R., Poesía y creación. Diálogos con Guillermo Boido, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1980.
Sylvester, S., "Poesía de pensamiento", en J. Fondebrider (comp.), Tres décadas de poesía argentina 1976-2006, Buenos Aires, Libros del Rojas, Universidad de Buenos Aires, 2006: 65-73.
Steiner, G., Lenguaje y silencio, Barcelona, Gedisa, 2000.
UNESCO, Leer y escribir la poesía: las recomendaciones de poetas notables, procedentes de diversos horizontes, sobre la enseñanza de la poesía en establecimientos de nivel secundario, París, 2005. Disponible en http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001395/139551s.pdf
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