sábado, agosto 06, 2022

Cesare Pavese / La vieja borracha



Le gusta también a la vieja tenderse al sol
y estirar los brazos. El resplandor
abruma el pequeño rostro como abruma la tierra.

De las cosas que arden no queda más que el sol.
El hombre y el vino traicionaron y consumieron esos huesos
tendidos, oscuros, bajo el vestido, pero la tierra agrietada
zumba como una llama. No hacen falta palabras,
no hace falta lamento. Vuelve el día vibrante
en que el cuerpo era aún joven, más ardiente que el sol.

En el recuerdo aparecen las grandes colinas,
vivas y jóvenes como el cuerpo; y la mirada del hombre
y la aspereza del vino se vuelven ansioso
deseo: un resplandor se encendía en la sangre,
como el verde en la hierba. Por viñas y senderos
se hace carne el recuerdo. La vieja, los ojos cerrados,
goza inmóvil el cielo con su cuerpo de entonces.

En la tierra agrietada bate un corazón más sano,
como el pecho robusto de un padre o de un hombre:
contra él aprieta la mejilla rugosa. También el padre,
también el hombre, murieron traicionados. La carne
se consumió también en ellos. Ni el calor de las caderas
ni la aspereza del vino los despiertan ya más.
Por las viñas tranquilas, la voz del sol,
áspera y dulce, susurra en el diáfano incendio,
como si el aire temblase. Tiembla alrededor la hierba.
La hierba es joven como el resplandor del sol.
Son jóvenes los muertos en el vívido recuerdo.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908- Turín, Italia, 1950), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino

Imagen: Cesare Pavese en una foto de la serie tomada en los años 40, probablemente en una zona rural del Piamonte.

La vecchia ubriaca

Piace pure alla vecchia distendersi al sole
e allargare le braccia. La vampa pesante
schiaccia il picolo volto come schiaccia la terra.

Delle cose che bruciano non rimane che il sole.
L'uomo e il vino han tradito e consunto quelle ossa
stese brune nell'abito, ma la terra spaccata
ronza come una fiamma. Non occorre parola
non occorre rimpianto. Torna il giorno vibrante
che anche il corpo era giovane, piú rovente del sole.

Nel ricordo compaiano le grandi colline
vive e giovane come quel corpo, e lo sguardo dell'uomo
e l'asprezza del vino ritornano ansioso
desiderio: una vampa guizzava nel sangue
come il verde nell'erba. Per vigne e sentieri
si fa carne il ricordo. La vecchia, occhi chiusi,
gode immobile il cielo col suo corpo d'allora.

Nella terra spaccata batte un cuore piú sano
come il petto robusto di un padre o di un uomo:
vi si stringe la guancia aggrinzita. Anche il padre,
anche l'uomo, son morti traditi. La carne
si è consunta anche in quelli. Né il calore dei fianchi
né l'asprezza del vino non li sveglia mai piú.
Per le vigne distese la voce del sole
aspra e dolce susurra nel diafano incendio,
come l'aria tremasse. Trema l'erba d'intorno.
L'erba è giovane come la vampa del sole.
Sono giovani i morti nel vivace ricordo.

esie, Mondadori, Milán, 1969

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