domingo, octubre 31, 2010

Paul Valéry / "El cementerio marino" en castellano e inglés





El cementerio marino


          ¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal,
          pero agota toda la extensión de lo posible!

                                              Pindaro, Píticas III

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.

Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.

¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.

A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!... Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!

Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa...
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia...
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.

¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante...
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.

En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.

Agudo gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa, ¡
la sagrada impaciencia también muere!

¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que matemal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

Deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!

¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol... ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!

¡No! ¡No!... ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma... ¡Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!

¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!


The Graveyard By The Sea

This quiet roof, where dove-sails saunter by,
Between the pines, the tombs, throbs visibly.
Impartial noon patterns the sea in flame --
That sea forever starting and re-starting.
When thought has had its hour, oh how rewarding
Are the long vistas of celestial calm!

What grace of light, what pure toil goes to form
The manifold diamond of the elusive foam!
What peace I feel begotten at that source!
When sunlight rests upon a profound sea,
Time's air is sparkling, dream is certainty --
Pure artifice both of an eternal Cause.

Sure treasure, simple shrine to intelligence,
Palpable calm, visible reticence,
Proud-lidded water, Eye wherein there wells
Under a film of fire such depth of sleep --
O silence! . . . Mansion in my soul, you slope
Of gold, roof of a myriad golden tiles.

Temple of time, within a brief sigh bounded,
To this rare height inured I climb, surrounded
By the horizons of a sea-girt eye.
And, like my supreme offering to the gods,
That peaceful coruscation only breeds
A loftier indifference on the sky.

Even as a fruit's absorbed in the enjoying,
Even as within the mouth its body dying
Changes into delight through dissolution,
So to my melted soul the heavens declare
All bounds transfigured into a boundless air,
And I breathe now my future's emanation.

Beautiful heaven, true heaven, look how I change!
After such arrogance, after so much strange
Idleness -- strange, yet full of potency --
I am all open to these shining spaces;
Over the homes of the dead my shadow passes,
Ghosting along -- a ghost subduing me.

My soul laid bare to your midsummer fire,
O just, impartial light whom I admire,
Whose arms are merciless, you have I stayed
And give back, pure, to your original place.
Look at yourself . . . But to give light implies
No less a somber moiety of shade.

Oh, for myself alone, mine, deep within
At the heart's quick, the poem's fount, between
The void and its pure issue, I beseech
The intimations of my secret power.
O bitter, dark, and echoing reservoir
Speaking of depths always beyond my reach.

But know you -- feigning prisoner of the boughs,
Gulf which cats up their slender prison-bars,
Secret which dazzles though mine eyes are closed --
What body drags me to its lingering end,
What mind draws it to this bone-peopled ground?
A star broods there on all that I have lost.

Closed, hallowed, full of insubstantial fire,
Morsel of earth to heaven's light given o'er --
This plot, ruled by its flambeaux, pleases me --
A place all gold, stone, and dark wood, where shudders
So much marble above so many shadows:
And on my tombs, asleep, the faithful sea.

Keep off the idolaters, bright watch-dog, while --
A solitary with the shepherd's smile --
I pasture long my sheep, my mysteries,
My snow-white flock of undisturbed graves!
Drive far away from here the careful doves,
The vain daydreams, the angels' questioning eyes!

Now present here, the future takes its time.
The brittle insect scrapes at the dry loam;
All is burnt up, used up, drawn up in air
To some ineffably rarefied solution . . .
Life is enlarged, drunk with annihilation,
And bitterness is sweet, and the spirit clear.

The dead lie easy, hidden in earth where they
Are warmed and have their mysteries burnt away.
Motionless noon, noon aloft in the blue
Broods on itself -- a self-sufficient theme.
O rounded dome and perfect diadem,
I am what's changing secretly in you.

I am the only medium for your fears.
My penitence, my doubts, my baulked desires --
These are the flaw within your diamond pride . . .
But in their heavy night, cumbered with marble,
Under the roots of trees a shadow people
Has slowly now come over to your side.

To an impervious nothingness they're thinned,
For the red clay has swallowed the white kind;
Into the flowers that gift of life has passed.
Where are the dead? -- their homely turns of speech,
The personal grace, the soul informing each?
Grubs thread their way where tears were once composed.

The bird-sharp cries of girls whom love is teasing,
The eyes, the teeth, the eyelids moistly closing,
The pretty breast that gambles with the flame,
The crimson blood shining when lips are yielded,
The last gift, and the fingers that would shield it --
All go to earth, go back into the game.

And you, great soul, is there yet hope in you
To find some dream without the lying hue
That gold or wave offers to fleshly eyes?
Will you be singing still when you're thin air?
All perishes. A thing of flesh and pore
Am I. Divine impatience also dies.

Lean immortality, all crêpe and gold,
Laurelled consoler frightening to behold,
Death is a womb, a mother's breast, you feign
The fine illusion, oh the pious trick!
Who does not know them, and is not made sick
That empty skull, that everlasting grin?

Ancestors deep down there, O derelict heads
Whom such a weight of spaded earth o'erspreads,
Who are the earth, in whom our steps are lost,
The real flesh-eater, worm unanswerable
Is not for you that sleep under the table:
Life is his meat, and I am still his host.

'Love,' shall we call him? 'Hatred of self,' maybe?
His secret tooth is so intimate with me
That any name would suit him well enough,
Enough that he can see, will, daydream, touch --
My flesh delights him, even upon my couch
I live but as a morsel of his life.

Zeno, Zeno, cruel philosopher Zeno,
Have you then pierced me with your feathered arrow
That hums and flies, yet does not fly! The sounding
Shaft gives me life, the arrow kills. Oh, sun! --
Oh, what a tortoise-shadow to outrun
My soul, Achilles' giant stride left standing!

No, no! Arise! The future years unfold.
Shatter, O body, meditation's mould!
And, O my breast, drink in the wind's reviving!
A freshness, exhalation of the sea,
Restores my soul . . . Salt-breathing potency!
Let's run at the waves and be hurled back to living!

Yes, mighty sea with such wild frenzies gifted
(The panther skin and the rent chlamys), sifted
All over with sun-images that glisten,
Creature supreme, drunk on your own blue flesh,
Who in a tumult like the deepest hush
Bite at your sequin-glittering tail -- yes, listen!

The wind is rising! . . . We must try to live!
The huge air opens and shuts my book: the wave
Dares to explode out of the rocks in reeking
Spray. Fly away, my sun-bewildered pages!
Break, waves! Break up with your rejoicing surges
This quiet roof where sails like doves were pecking.

Paul Valéry (Sète,  Francia, 1871-París, 1945), Charmes, 1922

Versiones: Javier Sologuren (Lima, 1921-2004) La Máquina del Tiempo
Cecil Day Lewis (Ballintogher, 1904-Hadley Wood, 1972) Seamus Cooney/Western Michigan University

Foto: Paúl Valéry, 1938 Estudio Harcourt/ Ministère de la Culture de France


Le cimetière marin

          Μή, φίλα ψυχά, βίον ἀθάνατον
          σπεῦδε, τὰν δ' ἔμπρακτον ἄντλει μαχανάν.
                                       PÍNDARO, Píticas, III

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer, toujours recommencee
O récompense après une pensée
Qu'un long regard sur le calme des dieux!

Quel pur travail de fins éclairs consume
Maint diamant d'imperceptible écume,
Et quelle paix semble se concevoir!
Quand sur l'abîme un soleil se repose,
Ouvrages purs d'une éternelle cause,
Le temps scintille et le songe est savoir.

Stable trésor, temple simple à Minerve,
Masse de calme, et visible réserve,
Eau sourcilleuse, Oeil qui gardes en toi
Tant de sommeil sous une voile de flamme,
O mon silence! . . . Édifice dans l'ame,
Mais comble d'or aux mille tuiles, Toit!

Temple du Temps, qu'un seul soupir résume,
À ce point pur je monte et m'accoutume,
Tout entouré de mon regard marin;
Et comme aux dieux mon offrande suprême,
La scintillation sereine sème
Sur l'altitude un dédain souverain.

Comme le fruit se fond en jouissance,
Comme en délice il change son absence
Dans une bouche où sa forme se meurt,
Je hume ici ma future fumée,
Et le ciel chante à l'âme consumée
Le changement des rives en rumeur.

Beau ciel, vrai ciel, regarde-moi qui change!
Après tant d'orgueil, après tant d'étrange
Oisiveté, mais pleine de pouvoir,
Je m'abandonne à ce brillant espace,
Sur les maisons des morts mon ombre passe
Qui m'apprivoise à son frêle mouvoir.

L'âme exposée aux torches du solstice,
Je te soutiens, admirable justice
De la lumière aux armes sans pitié!
Je te tends pure à ta place première,
Regarde-toi! . . . Mais rendre la lumière
Suppose d'ombre une morne moitié.

O pour moi seul, à moi seul, en moi-même,
Auprès d'un coeur, aux sources du poème,
Entre le vide et l'événement pur,
J'attends l'écho de ma grandeur interne,
Amère, sombre, et sonore citerne,
Sonnant dans l'âme un creux toujours futur!

Sais-tu, fausse captive des feuillages,
Golfe mangeur de ces maigres grillages,
Sur mes yeux clos, secrets éblouissants,
Quel corps me traîne à sa fin paresseuse,
Quel front l'attire à cette terre osseuse?
Une étincelle y pense à mes absents.

Fermé, sacré, plein d'un feu sans matière,
Fragment terrestre offert à la lumière,
Ce lieu me plaît, dominé de flambeaux,
Composé d'or, de pierre et d'arbres sombres,
Où tant de marbre est tremblant sur tant d'ombres;
La mer fidèle y dort sur mes tombeaux!

Chienne splendide, écarte l'idolâtre!
Quand solitaire au sourire de pâtre,
Je pais longtemps, moutons mystérieux,
Le blanc troupeau de mes tranquilles tombes,
Éloignes-en les prudentes colombes,
Les songes vains, les anges curieux!

Ici venu, l'avenir est paresse.
L'insecte net gratte la sécheresse;
Tout est brûlé, défait, reçu dans l'air
A je ne sais quelle sévère essence . . .
La vie est vaste, étant ivre d'absence,
Et l'amertume est douce, et l'esprit clair.

Les morts cachés sont bien dans cette terre
Qui les réchauffe et sèche leur mystère.
Midi là-haut, Midi sans mouvement
En soi se pense et convient à soi-même
Tête complète et parfait diadème,
Je suis en toi le secret changement.

Tu n'as que moi pour contenir tes craintes!
Mes repentirs, mes doutes, mes contraintes
Sont le défaut de ton grand diamant! . . .
Mais dans leur nuit toute lourde de marbres,
Un peuple vague aux racines des arbres
A pris déjà ton parti lentement.

Ils ont fondu dans une absence épaisse,
L'argile rouge a bu la blanche espèce,
Le don de vivre a passé dans les fleurs!
Où sont des morts les phrases familières,
L'art personnel, les âmes singulières?
La larve file où se formaient les pleurs.

Les cris aigus des filles chatouillées,
Les yeux, les dents, les paupières mouillées,
Le sein charmant qui joue avec le feu,
Le sang qui brille aux lèvres qui se rendent,
Les derniers dons, les doigts qui les défendent,
Tout va sous terre et rentre dans le jeu!

Et vous, grande âme, espérez-vous un songe
Qui n'aura plus ces couleurs de mensonge
Qu'aux yeux de chair l'onde et l'or font ici?
Chanterez-vous quand serez vaporeuse?
Allez! Tout fuit! Ma présence est poreuse,
La sainte impatience meurt aussi!

Maigre immortalité noire et dorée,
Consolatrice affreusement laurée,
Qui de la mort fais un sein maternel,
Le beau mensonge et la pieuse ruse!
Qui ne connaît, et qui ne les refuse,
Ce crâne vide et ce rire éternel!

Pères profonds, têtes inhabitées,
Qui sous le poids de tant de pelletées,
Êtes la terre et confondez nos pas,
Le vrai rongeur, le ver irréfutable
N'est point pour vous qui dormez sous la table,
Il vit de vie, il ne me quitte pas!

Amour, peut-être, ou de moi-même haine?
Sa dent secrète est de moi si prochaine
Que tous les noms lui peuvent convenir!
Qu'importe! Il voit, il veut, il songe, il touche!
Ma chair lui plaît, et jusque sur ma couche,
À ce vivant je vis d'appartenir!

Zénon! Cruel Zénon! Zénon d'Êlée!
M'as-tu percé de cette flèche ailée
Qui vibre, vole, et qui ne vole pas!
Le son m'enfante et la flèche me tue!
Ah! le soleil . . . Quelle ombre de tortue
Pour l'âme, Achille immobile à grands pas!

Non, non! . . . Debout! Dans l'ère successive!
Brisez, mon corps, cette forme pensive!
Buvez, mon sein, la naissance du vent!
Une fraîcheur, de la mer exhalée,
Me rend mon âme . . . O puissance salée!
Courons à l'onde en rejaillir vivant.

Oui! grande mer de delires douée,
Peau de panthère et chlamyde trouée,
De mille et mille idoles du soleil,
Hydre absolue, ivre de ta chair bleue,
Qui te remords l'étincelante queue
Dans un tumulte au silence pareil

Le vent se lève! . . . il faut tenter de vivre!
L'air immense ouvre et referme mon livre,
La vague en poudre ose jaillir des rocs!
Envolez-vous, pages tout éblouies!
Rompez, vagues! Rompez d'eaux rejouies
Ce toit tranquille où picoraient des focs!

sábado, octubre 30, 2010

Pablo Neruda / El fantasma del buque de carga

El fantasma del buque de carga

Distancia refugiada sobre tubos de espuma,
sal en rituales olas y órdenes definidos,
y un olor y rumor de buque viejo,
de podridas maderas y hierros averiados,
y fatigadas máquinas que aúllan y lloran
empujando la proa, pateando los costados,
mascando lamentos, tragando y tragando distancias,
haciendo un ruido de agrias aguas sobre las agrias aguas,
moviendo el viejo buque sobre las viejas aguas.

Bodegas interiores, túneles crepusculares
que el día intermitente de los puertos visita:
sacos, sacos que un dios sombrío ha acumulado
como animales grises, redondos y sin ojos,
con dulces orejas grises,
y vientres estimables llenos de trigo o copra,
sensitivas barrigas de mujeres encinta,
pobremente vestidas de gris, pacientemente
esperando en la sombra de un doloroso cine.

Las aguas exteriores de repente
se oyen pasar, corriendo como un caballo opaco,
con un ruido de pies de caballo en el agua,
rápidas, sumergiéndose otra vez en las aguas.
Nada más hay entonces que el tiempo en las cabinas:
el tiempo en el desventurado comedor solitario,
inmóvil y visible como una gran desgracia.
Olor de cuero y tela densamente gastados,
y cebollas, y aceite, y aún más,
olor de alguien flotando en los rincones del buque,
olor de alguien sin nombre
que baja como una ola de aire las escalas,
y cruza corredores con su cuerpo ausente,
y observa con sus ojos que la muerte preserva.

Observa con sus ojos sin color, sin mirada,
lento, y pasa temblando, sin presencia ni sombra:
los sonidos lo arrugan, las cosas lo traspasan,
su transparencia hace brillar las sillas sucias.
Quién es ese fantasma sin cuerpo de fantasma,
con sus pasos livianos como harina nocturna
y su voz que sólo las cosas patrocinan?
Los muebles viajan llenos de su ser silencioso
como pequeños barcos dentro del viejo barco,
cargados de su ser desvanecido y vago:
los roperos, las verdes carpetas de las mesas,
el color de las cortinas y del suelo,
todo ha sufrido el lento vacío de sus manos,
y su respiración ha gastado las cosas.

Se desliza y resbala, desciende, transparente,
aire en el aire frío que corre sobre el buque,
con sus manos ocultas se apoya en las barandas
y mira el mar amargo que huye detrás del buque.
Solamente las aguas rechazan su influencia,
su color y su olor de olvidado fantasma,
y frescas y profundas desarrollan su baile
como vidas de fuego, como sangre o perfume,
nuevas y fuertes surgen, unidas y reunidas.

Sin gastarse las aguas, sin costumbre ni tiempo,
verdes de cantidad, eficaces y frías,
tocan el negro estómago del buque y su materia
lavan, sus costras rotas, sus arrugas de hierro:
roen las aguas vivas la cáscara del buque,
traficando sus largas banderas de espuma
y sus dientes de sal volando en gotas.

Mira el mar el fantasma con su rostro sin ojos:
el círculo del día, la tos del buque, un pájaro
en la ecuación redonda y sola del espacio,
y desciende de nuevo a la vida del buque
cayendo sobre el tiempo muerto y la madera,
resbalando en las negras cocinas y cabinas,
lento de aire y atmósfera y desolado espacio.

[1925-1931]

Pablo Neruda (Parral, 1904-Santiago de Chile, 1973), Residencia en la tierra, Editorial Losada, Buenos Aires, 1969

Foto: Neruda, s/d Neruda/Universidad de Chile

viernes, octubre 29, 2010

Jude Nutter / El curador del silencio




El curador del silencio

Hail to thee, blithe Spirit!
Bird thou never wert,
That from heaven, or near it,
Pourest thy full heart
In profuse strains of unpremeditated art.

—P. B. Shelley

En súbita explosión creativa se inclinan sobre sus escritorios,
la corona de cada cabeza brilla como piedra húmeda, enamorada

del poeta, del pájaro que permanece oculto, como un poeta,
a la luz del pensamiento. Y qué
difícil, cuando la única lengua que tienen

está en los cortos y gordos dedos de los doce
crayones que tienen delante; y qué
bello es que se nieguen a que su visión del mundo

se limite a aquello que está al alcance de sus manos o no;
que lleguen, uno a uno
hasta el frente del cuarto con sus grandes visiones—

escaleras de canciones, grandes melodías y tramos de canto
y los diminutos cuerpos de las alondras
ascendiendo, y Shelley, concentrado en su trabajo, con una blanca

frase de encaje en sus muñecas; y alguien,
cautivado con el modo en que una canción
se libera del guante del cuerpo, ha interpretado

este momento como el momento en que el badajo
y enorme campana cuelgan ingrávidos y una larga
resonancia se agita en libertad. Y después

de que todas hayan avanzado ella se levanta
de atrás de la fortaleza de su escritorio, con su fotografía
alzada frente a ella, como un escudo, su piel

tan pálida que pensarías que es la luz misma
escapando, lentamente, como el aire, desde su interior. Aquí,
ella dice, está la canción que el pájaro quiere cantar

pero no puede. Y en lugar de ausencia, y en lugar del
silencio que esperamos, ella ha dibujado
un aro de amarillo resplandeciente. Como el aliento

que del que el cuerpo se desnuda y abandona.
Como la quimera de un nombre que escapa, libre
de la cubierta de lo que significa.

No se trata de la muerte: la muerte
es un actor secundario. Allí cerca, la brillante
cera amarilla de la canción que el pájaro no puede cantar

es tan gruesa que se frunce y se levanta como una cicatriz
y mi pensamiento se desplaza sobre ella como la luz
sobre el agua mientras ella se queda allí — una pequeña

soledad, llena de riqueza, el cuarto radiante
ahora con una carencia de canto. A través de la ventana,
en el viento, las hojas de las lilas discuten

como lenguas, pero estas son las únicas
lecciones que necesitarán aprender: que la vida
no es un artefacto, pero sí una abertura — un entrar

y un caerse, que cantar es levantarse
de la tumba del cuerpo. Y aún así
decir menos que nada.


Jude Nutter, nacida en North Yorkshire, Inglaterra, vive en los Estados Unidos desde 1980, The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión de Silvia Camerotto

The curator of silence

Hail to thee, blithe Spirit!/ Bird thou never wert,/That from heaven, or near it,/Pourest thy full heart/In profuse strains of unpremeditated art./—P. B. Shelley
Over their desks they curve in a burst of sudden creation,/the crown of each head glossy as wet stone, in love //with the poet, with the bird that is hidden, like a poet, /in the light of thought. And how /difficult, when the only language they are given //is in the short, fat fingers of the twelve /waxy crayons before them; and how /beautiful that they refuse to let their visions//of the world be limited by whatever is, or is not, /on hand; that they come, one by one, /to the front of the room with their great visions—//ladders of song, great strains and stretches of singing /and the tiny bodies of the skylarks /ascending, and Shelley, hard at work, with a white //exclamation of lace at his wrists; and someone, /enthralled with how a song /peels free from the glove of a body, has rendered //this moment as the moment when the clapper /and the cup of the great bell both hang weightless and a long /resonance floats free. And after //they have all come forward she rises /up behind the fortress of her desk, her picture /held out before her like a shield, her skin //so pale you’d think it was light itself /escaping, slowly, like air, from inside her. Here, /she says, is the song the bird wants to sing //but cannot. And instead of absence, and instead /of the blankness we expect, she’s drawn /a hoop of resplendent yellow. Like the breath //undressed from and abandoned by a body. /Like the chimera of a name slipped free /from the sheath of its meaning. //This is not about death: death /is a minor player. Up close, the bright /yellow wax of the song that the bird cannot sing //is so thick it is puckered and raised like a scar /and my mind moves over it like light /over water while she stands there —a small //loneliness, full of riches, the room radiant /now with a lack of singing. Through the window, /in the wind, the leaves of the lilac haggle //like tongues, but these are the only /lessons they will ever need to learn: that life /is not artifact, but aperture —a stepping into //and a falling away; that to sing is to rise /from the grave of the body. And still /say less than nothing.


Ilustración: El tocador de laúd (detalle), 1595, Caravaggio

miércoles, octubre 27, 2010

Héctor Viel Temperley / David




David

David me aprieta el brazo
como un bondadoso pastor negro
y me pregunta qué quiero
escuchar esta noche
en su trompeta.

Siempre quiero esuchar lo mismo, David,
siempre creo en el mismo Jesucristo,
todas las semanas cometo los mismos pecados,
sigo crucificado en el mismo y destemplado aire.

(De Plaza Batallón 40)


Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933-1987), Mario Campaña, Antología de poesía argentina de hoy, Editorial Bruguera, Barcelona, 2010

Ilustración: Eight Poles, 1987, Miquel Barceló

martes, octubre 26, 2010

Roberto Juarroz / Una vida paralela...




3

Una vida paralela a la otra,
jugando de nuevo las partidas perdidas,
reviviendo a la inversa cada alternativa,
sosteniendo con los pies lo que antes sostuvimos con las manos,
reconociendo en las treguas del agua
la solidez que no supimos encontrar.

Una vida paralela a lo que no fue,
al ciervo que no encontró el bosque,
al itinerario descartado de un verano,
a las manos de una mujer interrumpida,
al señuelo de morir en la alta noche
en que todo parecía una torre de reconocimientos.

Una vida paralela al retroceso real o hipotético de la vida,
para explicarnos la caída que nunca llegó al suelo,
para tocar el punto hacia el cual regresan los abrazos,
para acostumbrarnos a la espalda de las palabras,
para aprender a abrir los ojos sin mirar,
para ubicar el signo del que se cuelgan las llaves
que no entran en ninguna cerradura.

Una vida paralela a la copia de la vida,
al hecho radicalmente autónomo de lo que no vive,
a la imprudente enredadera de los pensamientos interrumpidos,
a la congestión desconcertada de las ventanas de la tierra,
al hecho público y lamentable de tener que vivir,
junto al largo cansancio de tener que morir.

O ya que no existe nada que no sea paralelo de algo,
una vida simple y sencillamente paralela,
aunque no sepamos de qué.

(De Quinta poesía vertical)

Roberto Juarroz (Coronel Dorrego, 1925-Temperley, 1995), Mario Campaña, Antología de poesía argentina de hoy, Editorial Bruguera, Barcelona, 2010

Foto: Juarroz Laura Cerrato/Página oficial de Roberto Juarroz

Pier Paolo Pasolini / 1945


Anochecer

Es la hora muerta y arcana en que el anochecer
renueva la lluvia
en el aire oscuro, y los campos
reposan infinitos.
Ya sonó el Angelus,
han gritado los chicos.
Ahora un breve silencio
precede al inmenso de la noche;
un silencio que encierra
las voces bajo los techos,
en el rubor de un fuego,
y deja apenas, por una puerta entreabierta,
paso a un cálido canto.
Con la lluvia ligera,
ese canto parece cercano;
y es en cambio infinito
en el tiempo que he pasado en esta tierra,
con estas vidas alrededor, y esta luz
de la luna que nace.

Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), "Raccolte minori e inedite. Poesie (1945)", Tutte le poesie, Mondadori, Milán, 2003
Versión: Jorge Aulicino (in memorian P.P.P., muerto hace casi 35 años)


La sera

È l'ora morta e arcana in cui la sera
rinnovella la pioggia
per l'aria oscura, e i campi
riposano infiniti.
È già suonata l'Ave,
han gridato i fanciulli.
Ora un breve silenzio
precede quello immenso della notte;
un silenzio che chiude
le voci sotto i tetti,
al rossore di un fuoco,
e lascia appena, da una porta schiusa,
il varco ad un caldo canto.
Con la pioggia leggera
quel canto par vicino;
ed è invece infinito
nel tempo che ho passato in questa terra
con queste vite intorno, e questa luce
della luna che nasce.

Ilustración: Soir: paysage avec un aqueduc, 1818, Jean-Louis-André-Théodore Géricault

domingo, octubre 24, 2010

Giordano Bruno / de "La expulsión de la bestia triunfante"




Deja las sombras, abraza lo cierto.

Deja las sombras, abraza lo cierto.
No cambies el presente por futuro.
Eres el lebrel que a correr se lanza,
tras la sombra de lo que está en su panza.
No fue dogma de sabio iluminado
perder un bien por otro más preciado.
¿A qué te mueves por lejano aviso
si llevas en ti mismo el paraíso?
Aquel que pierde un bien en este mundo,
no espere, tras la muerte, mejor bien:
el cielo no concederá el segundo
a quien, el otro, no ha querido bien.
Crees subir, pero dirás "me hundo";
a tormento caminas, no al edén:
restando placer, con engaño eterno,
queriendo el cielo estás en el infierno.

Giordano Bruno (Nola, Italia, 1548-Roma, 1600), Lo spaccio della bestia trionfante, "Dialogo Terzo", 1584, texto armado por Bruno con distintos versos del Il vendemmiatore, de Luigi Tansillo (1510-1568)
Versión: Jorge Aulicino

Nota: La expulsión de la bestia triunfante imagina un reordenamiento del cielo astrológico, en el que Júpiter decide que los males sean arrojados de cada casa estelar, dejando en su lugar a las virtudes. Comparecen los supuestos vicios para asumir su defensa ante las supuestas virtudes. La acción es narrada a través de distintos diálogos. El Ocio acude denostando a la Fatiga o Diligencia y defendiendo su posición en el cielo de Júpiter, en el nombre de la "edad dorada", cuando la especie humana no conocía el esfuerzo. Antes de exponer su defensa en versos, alega en prosa (versión de este editor): "Ésta (la Diligencia), envidiosa de la calma y la beatitud, o bien sombra de placer que en nuestro ser podamos tomar, habiendo puesto ley al coito, al alimento, al dormir, para que no sólo menos nos podamos deleitar, sino para que más a menudo nos aflijamos y atormentemos, hace que sea hurto aquel don de la naturaleza, y quiere que se desprecie lo bello, lo dulce, lo bueno, y del mal, amargo y ruin, hagamos estima. Ésta seduce al mundo a dejar el cierto y presente bien que aquello tiene, y ocuparse y ponerse en todo tormento por la sombra de futura gloria. Yo a aquél que con tantos espejos, cuantas son las estrellas en el cielo, la verdad demuestra, y a aquél que con tantas voces y lenguas, cuantos son los bellos objetos, la naturaleza exterior entona, vengo de todos los sitios del interno edificio a exhortarlo".



Lascia l'ombre ed abbraccia il vero.
Non cangiare il presente col futuro.
Tu sei il veltro che nel rio trabocca,
mentre l'ombra desia di quel c'ha in bocca.
Aviso non fu mai di saggio o scaltro
perdere un bene per acquistarne un altro.
A che cerchi si lungi diviso
se in te stesso trovi il paradiso?
Anzi, chi perde l'un mentre e' nel mondo,
non speri dopo morto l'altro bene.
Perche' si sdegna il ciel dare il secondo
a chi il primiero don caro non tenne;
cosi', credendo alzarti, vai a fondo;
ed ai piacer togliendoti, a le pene
ti condanni; e con inganno eterno,
bramando il ciel, stai ne l'inferno.

Letteratura Italiana.net

Ilustración: Monumento a Bruno en Campo de' Fiori, Roma, donde fue quemado por la Inquisición

sábado, octubre 23, 2010

Coral Bracho / ¿Dónde está el sujeto que propicia...?















Voltea los signos por su revés

¿Dónde está el sujeto que propicia
y que nombra?
Detrás de la puerta blanca. Habla
al oído
y en la sombra, al amanecer, o tarde
en el imán del miedo
que siempre está. En la mesa,
en la contraesquina. Voltea los signos
por su revés, los guantes, el filo de A
a B. Lo hostil,
el riesgo de A
a B; de B a A, junto al ropero,
al fondo; o en la casa contigua.

Coral Bracho (Ciudad de México, 1951), El Poeta y su Trabajo, 35, Invierno 2010, México

Foto: Coral Bracho El Espectador

actualizado nov. 2019

viernes, octubre 22, 2010

Juan Manuel Inchauspe / Dos poemas




Azaleas, begonias..

Azaleas, begonias
helechos moros
sandalias de hojas caladas y palmiformes conviven
en una armonía espontánea en el patio de esta pensión.
Las paredes blancas proyectan el silencioso contraste.
Verde sobre blanco.
La trepadora conduce la mirada a los altos de la vieja casa.
La hora o la deshora del día dominical apaga y tritura
los ruidos de la ciudad.
¿Y qué hace este hombre detrás de la ventana?
¿Pensará que la armonía exterior es aparente?
¿Real?



Había estado…

Había estado
buscando una casa, un lugar
donde poder vivir,
paredes alquiladas
cualquier cosa.

Al volver
desde el centro de una plaza vacía
alcancé a ver ese frío y lejano sol
que siempre se apaga detrás de la grandes ciudades.

Juan Manuel Inchauspe (Santa Fe, 1940-1991), "Poemas inéditos", Trabajo nocturno. Poemas completos, :e(m)r; y Ediciones UNL, 2010

Ilustración: Patio de una casa en Delft, 1658, Pieter de Hooch

jueves, octubre 21, 2010

Roberto Malatesta / Un hombre escribe...




Un hombre escribe la palabra amanecer

Un hombre escribe la palabra amanecer,
una voz pura para su cuaderno raído,
y el peso de una vida gravitando en su espalda.
¿Qué nos quieren decir este hombre y su palabra?
No parece enmarcar un tiempo culminante,
no luce ropas nuevas, siquiera se ha afeitado,
ningún indicio externo, tan solo ante él, la hoja última
en la cual se destaca: amanecer.
¿Cuáles son las razones que impulsaron
la fe de este hombre viejo a un sonido
que al parecer ya no le viene al uso?
¿Quizás un amuleto palpable en su pecho?
¿Un signo más allá de sus propias palabras
escrito cuando todo parece derrumbarse?

Roberto Malatesta (Santa Fe, 1961), La nada que nos viste, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2010

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Ilustración: Pennsylvania Coal Town, 1947, Edward Hopper

Estela Figueroa / La mosca



Primero fue como la intromisión de una mosca en invierno.
Algo tan raro. Los ojos siguen el vuelo.
El oído trata de percibir el zumbido.
La mosca se detiene en la mesa
en la bombilla de luz. Desconcierta.

Después -esto se sabe-
una mosca en invierno puede anunciar tormenta.
Es peligro. Es
como un frío repentino en el pecho.
-Voy a enfermarme -se piensa.

Y el primer trueno es un escándalo.
No queda un vidrio sano. No hay
espejo donde mirarse.

Hay que cerrar la casa como cuando llega la noche.
Que sentarse como para abrir una carta.
Que acostarse como para recibir una enfermedad.
Que levantarse como para ir hacia la puerta
como si se hubiera escuchado que golpean.

Estela Figueroa (Santa Fe, 1946 - 2022), Máscaras sueltas. A capella, Universidad Nacional del Litorial, Santa Fe, 2009

Ilustración: Nocturn matinal, 1970 Antoni Tàpies
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Act. 2022

miércoles, octubre 20, 2010

Alfonso Gatto / Tres poemas




Invierno en Roma

Los chicos que piensan en los ojos
tienen el invierno, el largo invierno. Solos,
se apoyan en las rodillas para ver
en la mirada iluminarse el sol.
Más allá de ellos, en el cielo, las chicas
en los hilos luminosos de la lluvia
se tocan los cabellos, caminan solas,
riendo con los labios agrietados.
Han pasado con los siglos palabras
de amor y de piedad, pero las chicas
apretando el chalcito, caminan solas
solas en el cielo y en la lluvia. El techo
gotea sobre los pajaros desde el alero.


Hostería flegrea *

¡Qué constante de nada a la nada absorta
la luz en el polvo! La puerta
al verde oscila, la imprevista llama
del soplo es breve.

Mira fijo el búho
la envidia de la vida,
el despreocupado que bebe
en el emparrado azul en su lava
y al sereno de la muerte invita.


El Dios pobre

El Dios pobre en el ala de la noche
al impetuoso grito alzaba el rostro,
al pensamiento remoto que lo llama.
Y sonriendo creyéndose sutil
sin rumor con su paso igual
en la dulzura de ser creía.
Parecía de sí mismo enamorado, bueno,
por amar con palabras que las manos
acompañan largamente, las palabras
comunes que no parecen nunca dichas.
Pobre Dios de los pobres de Milán.

Alfonso Gatto (Salerno, 1909–Orbetello, 1976), Osteria flegrea, Mondadori, Milán, 1962
Versiones de Jorge Aulicino

* De Campi Flegrei, zona de origen volcánico al noroeste de Nápoles (N. del Ad.)


Inverno a Roma

I bambini che pensano negli occhi
hanno l' inverno, il lungo inverno. Soli
s' appoggiano ai ginocchi per vedere
dentro lo sguardo illuminarsi il sole.
Di là da sé, nel cielo, le bambine
ai fili luminosi della pioggia
si toccano i capelli, vanno sole
ridendo con le labbra screpolate.
Son passate nei secoli parole
d' amore e di pietà, ma le bambine
stringendo lo scialletto vanno sole
sole nel cielo e nella pioggia. Il tetto
gocciola sugli uccelli della gronda.


Osteria Flegrea

Come assidua di nulla al nulla assorta
la luce della polvere! La porta
al verde oscilla, l' improvvisa vampa
del soffio è breve.

Fissa il gufo
l' invidia della vita,
l' immemore che beve
nella pergola azzurra del suo tufo
ed al sereno della morte invita.


Il Dio povero

Il Dio povero all’ala della sera
al rapinoso grido alzava il volto,
al pensiero remoto che lo chiama.
E sorridendo a credersi sottile
senza rumore col suo passo eguale
alla dolcezza d’essere credeva.
Parve a se stesso innamorato, buono,
da amare con parole che le mani
accompagnano a lungo, le parole
comuni che non sembrano mai dette.
Povero Dio dei poveri a Milano.


Imagen: Océano, 1911, Piet Mondrian