La respuesta de la tierra
Era un poeta lírico, grandioso y sibilino
Que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
Frente a una posada y al volver de un camino:
-Oh madre, oh tierra! -díjole-, en tu girar eterno
Nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
Sufrimos o gozamos en nuestras breves horas,
E indiferente y muda tú, madre sin entrañas,
De acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
Que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿No son como conciencias fantásticas y extrañas
Que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? -Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
En estas soledades aguardo la respuesta.
La tierra, como siempre, displicente y callada,
Al gran poeta lírico no le contestó nada.
Egalité
Juan Lanas, el mozo de esquina,
es absolutamente igual
al Emperador de la China:
los dos son el mismo animal.
Juan Lanas cubre su pelaje
con nuestra manta nacional;
el gran magnate lleva un traje
de seda verde excepcional.
Del uno cuidan cien dragones
de porcelana y de cristal;
Juan Lanas carga maldiciones
y gruesos fardos por un real,
pero si alguna mandarina
siguiendo el instinto sexual
al Emperador se avecina
en el traje tradicional
que tenía nuestra madre Eva
en aquella tarde fatal
en que se comieron la breva
del árbol del Bien y del Mal,
y si al mismo Juan una Juana
se entrega por modo brutal
y palpita la bestia humana
en un solo espasmo sexual,
Juan Lanas, el mozo de esquina,
es absolutamente igual
al Emperador de la China:
los dos son el mismo animal.
El mal del siglo
El paciente:
Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
El mal del siglo... el mismo mal de Werther,
De Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
Desprecio por lo humano... un incesante
Renegar de lo vil de la existencia
Digno de mi maestro Schopenhauer;
Un malestar profundo que se aumenta
Con todas las torturas del análisis...
El médico:
-Eso es cuestión de régimen: camine
De mañanita; duerma largo; báñese;
Beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre...!
José Asunción Silva (Bogotá,1865-1896), Obra completa, Fondo de Cultura Económica, México, 1997
Ilustración: retrato popular de Silva la coctelera
Era un poeta lírico, grandioso y sibilino
Que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
Frente a una posada y al volver de un camino:
-Oh madre, oh tierra! -díjole-, en tu girar eterno
Nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
Sufrimos o gozamos en nuestras breves horas,
E indiferente y muda tú, madre sin entrañas,
De acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
Que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿No son como conciencias fantásticas y extrañas
Que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? -Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
En estas soledades aguardo la respuesta.
La tierra, como siempre, displicente y callada,
Al gran poeta lírico no le contestó nada.
Egalité
Juan Lanas, el mozo de esquina,
es absolutamente igual
al Emperador de la China:
los dos son el mismo animal.
Juan Lanas cubre su pelaje
con nuestra manta nacional;
el gran magnate lleva un traje
de seda verde excepcional.
Del uno cuidan cien dragones
de porcelana y de cristal;
Juan Lanas carga maldiciones
y gruesos fardos por un real,
pero si alguna mandarina
siguiendo el instinto sexual
al Emperador se avecina
en el traje tradicional
que tenía nuestra madre Eva
en aquella tarde fatal
en que se comieron la breva
del árbol del Bien y del Mal,
y si al mismo Juan una Juana
se entrega por modo brutal
y palpita la bestia humana
en un solo espasmo sexual,
Juan Lanas, el mozo de esquina,
es absolutamente igual
al Emperador de la China:
los dos son el mismo animal.
El mal del siglo
El paciente:
Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
El mal del siglo... el mismo mal de Werther,
De Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
Desprecio por lo humano... un incesante
Renegar de lo vil de la existencia
Digno de mi maestro Schopenhauer;
Un malestar profundo que se aumenta
Con todas las torturas del análisis...
El médico:
-Eso es cuestión de régimen: camine
De mañanita; duerma largo; báñese;
Beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre...!
José Asunción Silva (Bogotá,1865-1896), Obra completa, Fondo de Cultura Económica, México, 1997
Ilustración: retrato popular de Silva la coctelera
"La tierra, como siempre, displicente y callada,
ResponderBorrarAl gran poeta lírico no le contestó nada."
He aquí la verité. Irene
Nada que ver con el célebre Nocturno:
ResponderBorrar"Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,..."
en estos poemas, José Asunción incorpora el humor y la ironía, tan extraños a la lírica, no? Muy buenas elecciones, Jorge.