"Durante un tiempo, no he podido asociar la capacidad guerrera de nuestros antepasados con el conservadurismo; un conquistador no puede querer conservar lo que aún no conoce", dijo Garbeld. Un viejo lord que solía amoscarse a menudo con Garbeld, le dijo: "¿Entonces reduce usted la flor y nata de nuestra tradición a un labriego de mente impasible cuya vida se limita a cosechar nabiza en la estación indicada y cumplir con entierros y bautizos hasta el fin de nuestros días? Ese hombre no es un conservador". "Por cierto", dijo Garbeld, "Guillermo el Conquistador no plantaba nabos; en cuantos a los bautizos y entierros, desconozco cuál era su posición". "Le daré una lección gratuita -dijo el lord-. El Conquistador y todos los hombres genuinos de nuestra raza fueron conservadores en el mejor estilo de la palabra." "¿Qué queda para el revolucionario?", preguntó Garbeld. "¿Plantar nabiza?". "El revolucionario, en fin...", vaciló el lord. "No da usted con la tecla porque no quiere reconocer la paradoja", le espetó Garbeld. "El conservadurismo de los grandes guerreros de nuestro imperio no estaba en sus actos, de resultados inciertos y muy poco conservadores; estaba en su espíritu, en su capacidad de resistencia, en su estrechez de miras. Sólo ponían por delante el interés del imperio o su ambición. Y se entrenaban espiritualmente para salir del brete; para conservar, estimado señor, su vida y acrecentar sus posesiones, a las que debían defender aumentándolas sin parar. ¿Sabe usted?, habían descubierto la ley de la entropía, a más energía, más desorganización. Respondían de modo rudimentario conservando la energía en forma de capital. Ahí tiene usted la resolución de este enigma: conservar era para ellos aumentar; resistir, era crecer. Estaban altamente capacitados para mantenerse vivos; precisamente, para conservar su existencia." "Me ha dejado usted con un palmo de narices... Creo entender lo que dice -dijo el lord-, pero aún me pica la pregunta sobre el revolucionario..." "El revolucionario es la entropía, el demonio que los agita y al que quieren sosegar", dijo Garbeld.
Gustav Who, Aporías en cuanto al declive, Reno, 1986.
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