Yo no puedo llorar la caída
amarilla de los azahares
Cuando el paso de tardíos bueyes
llega y dispersa alguna alegre congregación de pájaros,
yo no puedo llorar la caída amarilla de los azahares,
porque distantes acordeones vienen, y silbidos lejanos
Yo he visto al ceibo añoso ofrecer su coral
al apretado corazón de los montes
y he visto un pájaro —fugitivo de las ramas—
tender con su canto el claro mantel de la mañana
Sobre la tierra ardida la espiga se deshace
Pero yo he visto un sauce
inclinado verter sus verdes lágrimas sobre un río que pasa
agua abajo, de onda en onda atravesado de estrellas
Nada más que por eso
yo no puedo llorar la caída amarilla de los azahares
Hermanas
La siesta colonial ha terminado
Nosotras, dibujamos un gesto
—la perfumada atmósfera,
caen sutiles encajes
de nuestras manos forecidas—
La caricia, es un rayo bruñido
jugando en los cristales
—la risa de los niños
sabe de nuestro amparo oh hermanas—
Las palabras, lo nuevo
son palomas que acuden
a la ventana resplandeciente
donde inclinadas, despedimos la tarde
Un fuego alegre baila
El vapor silba en la pava
—nosotras conocemos esa antigua canción—
Un fuego alegre baila
Y el zuequito esquía por los patios
Las palabras, lo nuevo
acuden a la ventana resplandeciente
Bienvenidas, familiares posturas
—nosotras dibujamos el gesto oh hermanas,
un hidroavión romántico en el corazón
fortaleza de acero
de nuestra triunfal delicadeza
De "La ventana":
El ángulo azul elevado por la irradiación naranja como una
bandeja de esplendor define la tarde cotidiana
La vecindad de los timbres y del agua cayendo ideal sobre
la oculta bañista asciende el color verde frío en la pileta de
porcelana. La máquina doméstica acelera su intermitencia
de hilo en tensión. Esas manos de invierno para un aluminio
decoroso iluminan la cocina en la llama dentada
Pero en la frontera de la luz natural las cortinas desvean
la intimidad de la penumbra recogida densa e imprecisa
retrocediendo hacia su ancla. Es allí donde todo color es
violento en su inmovilidad de tiempo alucinado. El perfl
desciende a su humildad recóndita a su nivel de dolor que es
una postura hacia el ocaso hacia la roja moneda que cae con
la tarde
El silencio entonces abre sus brazos de pasión para que
todo latido sea escuchado
Existe un puerto en la bruma
Y levantamos
este collar salino que el amor arrojara
en su desdén. El tiempo abre su pecho
de vehementes tatuajes, su túnica boreal
Oh símbolo sombrío! Al pie de las banderas
los crepúsculos caen, y levemente,
tan helada rozando un silencio de aspas
iza la guerra su violáceo esplendor
Detrás de los espejos la niebla empuja barcos,
inasibles partidas, detrás de su fulgor
Y persistimos
Beatriz Vallejos (Santa Fe, Argentina, 1922 – Rosario, Argentina, 2007), Cerca pasa el río [1952]; prólogo, notas y cronología de Gabriela Schuhmacher; Ediciones Universidad Nacional del Litoral (UNL), Santa Fe, 2024
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Foto: Beatriz Vallejos c.1949 en la portada de Cerca pasa el río, UNL, 2024
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