Yo soy la tierra
las líneas repetidas del segundo hexagrama
la redondez compacta, el círculo de hormigas
el reptar de lombrices apretadas circundando mi ombligo.
Lo excipiente abona mis entrañas,
el resto del amor, lo que secreta el goce cuando llega a su fin
y el corazón se vuelve a su propio destino solitario.
Nada me saca el don de concebir y si estoy seca
voy a crear el llanto
nutrido de las sales del océano, las lágrimas: mis hijas.
Nada hay detrás de mí, pero al futuro
le antepongo un escudo que defiende con hierro a la iniciada.
Capaz de rapiñar, declarar guerras, matar para cuidarla
o proteger esta matriz que crece
debajo de mi vestido azul, como la noche. Esta matriz
que es molde
de la especie, de la raza imponiéndose a la raza.
Adentro mío, dios
hierve como una bruja en una olla, porque yo soy la tierra
y estoy para quemar su frío, el nombre hueco
la madera hecha cruz, el poder de su cielo disgregado.
Soy la concentración.
Estoy para que adentro
de mí se originen volcanes, la erupción insensata.
Y soy mi propia rajadura, por donde caigo
hermafrodita y llena, para gestarme.
Es mi poder de magma: el invencible.
Yo engendro los berridos y la materia que se multiplica
porque soy primavera
la exultante de todo florecer
y me opongo al vacío, a su árbol despojado
y al desierto.
Si la esterilidad gana esta guerra
si gana esa semilla híbrida, el no espacio,
lo que sigue es retorno. En mi vientre
albergo lo que sea, lo que quede, para otra vez crear
un movimiento de gusanos milenarios ovando entre los huesos
el aserrín de las generaciones, el olor hediondo de lo inmenso
convertido en pasado y desazón.
Yo soy la tierra y soy
los ojos ciegos húmedos
los ojos apretados contra el suelo, la puja
del cuerpo acuclillado a la orilla del río.
Miren los peces
salir de entre mis piernas, nadar
bajo el agua cristalina y rozarse uno al otro
para reproducir solo un destino, un futuro de espejos
que estallarían si
otra vez un Big Bang, pero inverso y centrifugo,
me tragara de pronto, atropellada
por sus siete jinetes de ceniza.
No lo dudo: después, suave como una brisa
volvería a ser brote de jarilla en la arena
micromundo escondido, la proteína
que alimenta a las raíces invisibles.
No se queden tranquilos.
Sientan mi aliento verde abriéndose al oxígeno,
tiene la fuerza total de las catástrofes.
Paula Jiménez España (Buenos Aires, 1969)
Caleta Olivia,
Buenos Aires, 2021
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