martes, octubre 08, 2013

James Schuyler / A diferencia de Joubert


De tarde, acostado en la cama
pero no “en déshabillé rosa”
en pijama rojo y una bata amarilla
–pijama de franela y bata de toalla–
y por un momento, por un tris desprendido
del momento, triunfo donde Joubert
fracasa: no pensar nada; pero
pensándolo bien, fracaso, porque no fue
con intención, ni es muy seguro que
haya habido siquiera el recorte
de un tris entre el pensamiento y
el siguiente pensamiento, que no haya habido
pensamiento entre ellos. Lo único
claro en este día sin sombra bajo
un cielo como sombra es que el primer
pensamiento fue gris, un azul-gris
áspero y brillante, un trozo de pizarra
coloreado en exceso, y el segundo fue gris
como son algunas rosas, o el pelo que se ve
que alguna vez fue rojo, un gris con el encanto
y el calor de un cuarto íntimo aunque no
exageradamente acogedor, con carpintería
de Pajou, o como el tapizado viejo, o
tu primer biplano. Tan diferente como
el día de la noche, y tan igual,
así como su conjunción  –la nada que
puede no haber sido– también fue un gris,
más cremoso, más claro, de mirada furtiva
como el cielo o un botón grande y chato
recortado de una concha marina, la cáscara
pulida de una ostra, tal vez:
sutiles días de invierno en los que el pensamiento
se hunde en presencia de una ausencia.

James Schuyler (Chicago, 1923-Nueva York, 1991), Una ciudad blanca, traducción de Laura Wittner, Ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2012



Unlike Joubert

Lying on the bed in the afternoon
but not “in a pink dressing gown”
in red pajamas and a yellow bathrobe
–flannel pajamas and a terry cloth bathrobe–
and for a moment, a flicked off bit
of a moment, succeeding where Joubert
failed: to think nothing; but on
second thought, failing, as it was not
by intention, nor is it certain that
there was even the shaved off edge
of a flick between the thought and
the next thought, that there had been
no thought between them. All that is
clear on this shadowless day under
a sky like a shadow is that the first
thought was gray, a harshly bright
blue-gray, a piece of too highly colored
slate, while the second was gray
as some roses are, a gray with the charm
and warmth to it of an intimate and
not overly cozy room, one with woodwork
by Pajou, or like worn upholstery, or
your first biplane. As different as
day from night, and as alike,
just as their connective –the nothing which
may not have been– was also gray,
creamier, lighter, and shifty-eyed
as the sky or a big flat button
cut out of a seashell, the polished
off husk of an oyster, perhaps:
subtle days in winter when thought
sinks down in the presence of an absence.

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