Siempre amé a los que amaban la tierra. Por ejemplo,
a los cazadores de jirafas del desierto de Kalahari, que ven
en las manchas del pelaje las de la luna, y en la carrera atroz
frente a las lanzas la estampida de la propia muerte.
Siempre admiré las raíces de los árboles, pero más
admiré las ramas, y más aún las hojas y la flor perecedera.
Lo que se va y no queda
más que en el ojo de la mente
o en el alma, según la religión.
Teresa Arijón (Buenos Aires, 1960), Poemas y animales sueltos, pato-en-la-cara, Buenos Aires, 2005
Foto: Teresa Arijón, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, agosto 2007. Vocal -Revista para escuchar
este poema me arrancó agüita de ojos.
ResponderBorrarQuizás el mismo sentimiento, que jamás será una letra tan exquisita.