viernes, enero 20, 2023

Luisa Futoransky / De "Los años peregrinos"




Israel revisited

Aquí los huesos de los gépidos
las polillas engordadas con maderamen
y sebo rancio de templarios
los gatos, salvajes, angurrientos
todos
los hunos
y los otros
ven las estrellas


Parténope

En Nápoles las calles caen como racimos de uva negra o moscatel sobre el golfo, de bruces al Mediterráneo. Las carnes palidecen de deseo, y por las imágenes de madera o escayola, corre el fuego aguachento del milagro.
Después de Jerusalén es el lugar más indicado para discutir en voz alta con Dios; Dios, a quien tanto agradan los productos perfumados de la tierra y los cantos corales melopeicos y estridentes.


Ervinio de Venecia

La rosa profunda y oculta de San Marco
borroneada hasta el infinito desprestigio
se desdobla en interminables llaveros de latón, tarjetas desteñidas
pasos que se arrastran, sobacos que huelen podredumbre
y se maquillan de Chanel número 5

La boda fugaz era en Torcello
cada dama recibió su ramo níveo y tan fresco
que dado el centro riguroso del invierno, jazmines y gardenias
parecían más bien obras debidas a prodigio
que a fatiga vulgar de los mortales

Los novios fueron celebrados con salvas de arroz y campanadas
las lámparas se adormilaron y la cera fundida de las velas
guardó lo lagañoso de sus cabos para recomponer anhelos 
de puro inconfesables
musitados en sordina

Las ligas de la esposa se salpicaron de coágulos verdastros
Y un pescador controlaba el orden longilíneo de sus redes

Multicolores, las paredes de Burano
acogían los ojos fatigados de las últimas encajeras
el rumor de los motores se confundía
con el delirio manifiesto de esas manos
que acarician órbitas, cejas peladas
de un nombre desaparecido en los vapores linfáticos
del cementerio Arcangelo Michele

Después de tanta urdimbre y congoja a la deriva
¡cómo no entrar subrepticia entonces en un sitio de plegarias 
     llamado San Felice!
Sorteaban una lotería en el oficio
y el cura repetía micrófono en mano
que el niño Ervinio había ganado un helado
el muchachito de domingo no conseguía arrancarse
su máscara antigua de arrebol, detalle cuanto más elocuente
dada la proverbial palidez de los nativos

Nunca sabré ya cuáles fueron los sabores preferidos por el niño
ni apreciaré con la frunción de un entomólogo
las venillas azulencas del reverso goloso de su lengua
antes de que, como a la mayoría de los ejemplares
de esta especie, se le vuelva escamosa
inerte y bífida
hasta la resurrección de la carne
y olvido para siempre del escarnio.

Funesto el roce impío del adiós, Ervinio

Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939), "Cortezas y fulgores", 1997

Los años peregrinos
(1976-1997),
prólogo y edición de 
Mariano Rolando Andrade, 
Leviatán,
Buenos Aires, 2022









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