La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo -el pelo que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo-el que permanecía en mi memoria-
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
"No te vayas -supliqué- no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia."
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: "Lo lejano, sólo lo más lejano, perdura."
Horacio Castillo (Ensenada, Argentina, 1934 - La Plata, Argentina, 2010), Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993
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Foto: Gentileza de Horacio Castillo (h)
EL primer poema que leì de H.Castillo me lo dio Pablo Anadón: "Para ser recitado en la barca de Caronte". Le he repetido mis gracias varias veces. Tuve el honor de que me recibiera en su casa de La Plata y creo que fue el mismo año de su muerte. Leyendo sus poemas nunca sentí que èl hubiera tenido " ...(esa) moneda de hierro entre los dientes" su boca siempre cantarà para mì. Gracias por traerlo aquí.
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