Los técnicos de equipaje caminan erguidos, a cámara
lenta, con la figura desdibujada por el calor de los
motores. Llevan cascos amarillos para aislarse de un
estruendo que tampoco se escucha dentro del avión:
película muda a ambos lados de la ventanilla.
Los técnicos de equipaje vienen de Bolivia, Marruecos,
Zambia. Cargan, descargan maletas que han hecho tantos
kilómetros como ellos pero mucho más rápido. Las
maletas no necesitan pasaportes, visados, asilo: tienen
pegatinas.
Los técnicos de equipaje se fajan la cintura como un luchador
de sumo antes de salir al ring. Son hermosos como eran
hermosos los proletarios de Pasolini, que los imaginó
hedonistas con un clasismo a su manera. Pasolini
al que escupieron, violaron, lincharon, Pasolini que
también era hermoso a su manera.
Los técnicos de equipaje visten monos azules aunque la
empresa que los contrata cultiva el respeto a la diferencia.
Cuando salen llevan todos los mismos vaqueros,
zapatillas, camisetas estampadas. El capitalismo es un
uniforme.
Los técnicos de equipaje son muy feos porque lo perdieron
todo y viajaron para comer basura, para cargar, descargar
maletas hasta volverse feos. Miran a los pasajeros
que los miran a través de la ventanilla y piensan: qué
hermosos, qué feos son mientras trasladan nuestras
maletas con souvenires procedentes de Bolivia,
Marruecos, Zambia, donde fuimos a hacer juegos de
supervivencia.
Los técnicos de equipaje saben que cuatro maletas pesan
igual que el cuerpo de un técnico de equipaje.
Erika Martínez (Jaen, 1979), El falso techo, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2013
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