domingo, febrero 14, 2010

William Bronk / Dos poemas





La sonrisa en el rostro de un Kouros *

Este chico, por supuesto, estaba muerto, con lo que eso
signifique. Y noblemente muerto. Deberíamos creer
que murió noblemente. Tal vez cayó en batalla,
y esta piedra tallada lo recuerda
no como fue, quizás, sino delineando acaso
la virtud desnuda de que la piedra lo inviste.
Un pie adelantado, los ojos atentos, los brazos
a los costados, las manos por debajo de la delgada cintura
colgando a los lados, con serena plenitud, junto a los flancos macizos.
El chico estaba muerto, y en su muerte la piedra sonríe
iluminando los labios satisfechos con el placer de algo logrado:
un fin. Llegar un fin. Llegar a la muerte
como un fin. Y al llegar, llevar allí intacto, todo el peso
de su fuerza y su virtud, la recompensa con que se
llenan sus manos vacías. Nada de eso perdido,
a salvo en casa, y la sonrisa alcanzada al final.
Ahora la muerte, de la que aún—o jamás — se sabe nada,
nos deja a solas para que pensemos de ella lo que querramos,
y acepta nuestra elección, que moldea la vida hasta la muerte.
¿Deseamos un final? Eso nos da; y toma lo que damos
y lo guarda; y el fin, de esta manera, tiene en la vida misma,
una especie de casa del tesoro de forma bella
alcanzada y abandonada con la muerte,
donde permanecer, eternamente hermoso e intacto, como si
desear demasiado la forma perfecta, indemne,
fuera lo mismo que desear la muerte, como elegir la otra opción
para la muerte. Hay otras maneras; nosotros sabemos elegir
otra opción para la muerte: informes o rotos, no del todo plenos, perplejos,
vivimos en un mundo sin forma. Eternos, no esperamos ningún fin.
Te digo muerte, no esperes una sonrisa de orgullo
de mi parte. No traigo nada para ti en mis manos vacías.


* Estatua de un varón joven.



No mi soledad, sino la nuestra

La mayoría de los hombres son demasiado yo mismo,
mis rasgos externos perecederos, como las heces, el cabello, la piel,
la ropa desechada, inútiles para mí y muertos.
Desde la unidad, ¿qué deberíamos decir que no hayamos dicho
antes juntos? Nada que decirles,
nada que decir. Lo que ellos a mí, así debo
parecerles yo a ellos. La soledad humana
es la infinita unidad del hombre. El hombre es uno;
está solo en su mundo. Somos ese uno,
incluso nosotros, que ahora susurramos juntos,
íntimamente, como si fuéramos dos, como hacen los niños,
sabiendo tanto como nosotros y haciéndonos creer,
igual que creemos nosotros, que hay otro allí.


William Bronk (Fort Edward, 1918- Hudson Falls, 1999), Selected poems, Introduction by Henr Weinfeld, New Directions Publishing Corporation, Nueva York, 1995

Versiones de Silvia Camerotto



The Smile on the Face of a Kouros
This boy, of course, was dead, whatever that /might mean. And nobly dead. I think we should feel /he was nobly dead. He fell in battle, perhaps, /and this carved stone remembers him /not as he may have looked, but as if to define /the naked virtue the stone describes as his. /One foot is forward, the eyes look out, the arms /drop downward past the narrow waist to hands /hanging in burdenless fullness by the heavy flanks. /The boy was dead, and the stone smiles in his death /lightening the lips with the pleasure of something achieved: /an end. To come to an end. To come to death /as an end. And coming, bring there intact, the full /weight of his strength and virtue, the prize with which /his empty hands are full. None of it lost, /safe home, and smile at the end achieved. /Now death, of which nothing as yet — or ever — is known, /leaves us alone to think as we want of it, /and accepts our choice, shaping the life to the death. /Do we want an end? It gives us; and takes what we give /and keeps it; and has, this way, in life itself, /a kind of treasure house of comely form /achieved and left with death to stay and be /forever beautiful and whole, as if /to want too much the perfect, unbroken form /were the same as wanting death, as choosing death /for an end. There are other ways; we know the way /to make the other choice for death: unformed /or broken, less than whole, puzzled, we live /in a formless world. Endless, we hope for no end. /I tell you death, expect no smile of pride /from me. I bring you nothing in my empty hands.

Not My Loneliness, But Ours
The most of men are all too much myself, /my shed externals, as feces, hair, skin, /discarded clothes, useless to me and dead. /From oneness, what should we say we hadn’t said /before together? Nothing to say to them, /nothing to say. As they to me, so must /I seem to them. The human loneliness /is the endless oneness of man. Man is one; /man is alone in his world. We are the one, /even we, who whisper together now /closely, as though we were two, as children do, /knowing as much as we, and making believe, /even as we believe, that another is there.


Ilustración: Estudio para un retrato de George Dyer en un espejo (detalle), 1968, Francis Bacon

De Bronk en este blog:
Metonimia como una aproximación a un mundo real

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