jueves, mayo 24, 2007

Eugenio Montale / Motetes


Motetes
de Eugenio Montale
Versiones de Jorge Aulicino


El balcón

Parecía fácil juego
convertir en nada el espacio
que me había abierto, en un tedio
incierto tu fuego verdadero.

Ahora en aquel vacío he concentrado
cada uno de mis tardíos motivos,
sobre la ardua nada se levanta
el ansia de esperarte vivo.

La vida que da vislumbres
es aquella que sólo tú distingues.
A ella te asomas desde esta
ventana que no se ilumina.


1

Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo.
Como un tiro preciso me subleva
cada obra, cada grito y también el soplo
salino que desborda
los muelles y hace la oscura primavera
de Sottoripa.

País de herrajes y arboladuras
selváticas en el polvo del atardecer.
Un zumbido largo llega de lo abierto,
raya como uña contra los vidrios. Busco el signo
perdido, el testimonio que sólo tuve en gracia
de ti.
Y el infierno es cierto.


2

Muchos años, y uno más duro sobre el lago
extranjero en el que arden los crepúsculos.
Después descendiste de los montes a traerme
San Jorge y el Dragón.

Imprimirlo podría sobre el pavés
que se agita con el azote del gregal
en el corazón...
Y por ti descender a un torbellino
de fidelidad, inmortal.


3

Escarcha sobre los vidrios; reunidos
siempre y siempre separados
los enfermos; y sobre las mesas
los largos soliloquios ante los naipes.

Fue tu exilio. Reconsidero
el mío: a la mañana
cuando oía entre las rocas crepitar
las bomba bailarina.

Y duraban mucho las nocturnas luces
de Bengala: como en una fiesta.

Ha pasado un ala ruda, te ha rozado las manos,
pero en vano: tu carta no es esta.


4

Hace mucho, estaba contigo cuando tu padre
entró en la sombra y te dejó su adiós.
¿Qué sabía hasta entonces? El desgaste
de antes me salvó sólo por esto:

que te ignoraba y no debía: a los golpes
hoy lo sé, si desde allá se abate
un soplo y me trae Cumerlotti
o Anghébeni –entre estallidos de espoletas
y los lamentos y el acudir de los escuadrones.


5

Adioses, soplidos en la sombra, señas, toses
y ventanillas bajas. Es la hora. Quizá
los autómatas tienen razón. ¡Como parejas
murallas a lo largo de los pasillos!
.........................................................................
-¿También tú prestas a la queda
letanía de tu rápido esta hórrida
y fiel cadencia de carioca?-


6

La esperanza de verte aún
me abandonaba;

y me pregunté si esto que me cierra
todo sentido de ti, pantalla de imágenes,
tiene los signos de la muerte o el pasado
es eso, distorsionado y lábil,
un resplandor tuyo:

(en Módena, entre los pórticos,
un criado con librea arrastraba
dos chacales con una traílla).


7

El ir y venir blanco y negro de los
vencejos desde el palo
de telégrafo hasta el mar
no conforta tus disgustos sobre el muelle
ni te devuelve adonde ya no estás.

Ya perfuma el saúco aferrado
a la explanada; el chubasco mengua.
Si la claridad es una tregua,
tu querida amenaza la consume.


8

He aquí la señal; se enerva
sobre el muro en que se dora:
una mata de palma
quemada por fulgores de la aurora.

El paso que proviene
del invernadero, tan leve,
no está afelpado por la nieve, es aún
tu vida, sangre tuya en mis venas.


9

El lagarto se dispara
bajo la gran canícula
hacia los rastrojos –

la vela cuando flota
y se abisma en el salto
de la roca –

el cañón del mediodía
más apagado que tu corazón
y el cronómetro
arranca sin ruido –

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿y entonces? Luz de relámpago

en vano puedo mudar en algo
rico y extraño. Otro era tu sello.


10

¿Por qué tardas? En el pino la ardilla
bate con su cola contra la corteza.
La medialuna desciende con su pico
en el sol que la apaga. El día está hecho.

De un soplo el lento humo se enrosca,
se detiene en el punto que te encierra.
Nada termina, o todo, si tu fulgor
deja la nube.


11

El alma que dispensa
furlana y rigodón en cada nueva
estación del camino se alimenta
de cerrada pasión, le reencuentra
en cada recodo más intensa.

Tu voz es esta alma dispersa.
Sobre hilos, sobre alas, al viento, al acaso,
con el favor de la musa o de una orden
regresa alegre o triste. Hablo de otro
y de otros que te ignoran y su esquema
es acá el que insiste: do re la sol sol...


12

Te limpio la frente de carámbanos
que recogiste atravesando las altas
nebulosas; tienes las plumas laceradas
de ciclones, despiertas en un sobresalto.

Mediodía: alarga en el recuadro el níspero
la sombra negra, se obstina en el cielo un sol
friolento; y las otras sombras que descantan
el callejón no saben que estás aquí.


13

La góndola que se desliza en un fuerte
resplandor de alquitrán y de amapolas,
la furtiva canción que se alzaba
desde las masas de cordajes, las altas puertas
cerradas sobre ti y risas de máscaras
que huían en bandadas –

¡una noche entre miles y mi noche
es más profunda! Se agita allá bajo
una pálida madeja que me reanima
a sacudones y me iguala a aquel absorto
pescador de anguilas en la ribera.


14

¿Arrecia sal o granizo? Hace estragos
de campánulas, arranca la cedrina.
Un tañido submarino se avecina
cuando tú lo despiertas, y se aleja.

La pianola de su infierno por sí misma
acelera los registros, sal en
las esferas del hielo ... – brilla como tú
cuando fingiste con tu timbre de aria
Lakmé en el Aria de las Campanillas.


15

En la primera claridad, cuando
súbitamente un rumor
de vía férrea me habla
de hombres cerrados en viaje
por el túnel de la piedra
iluminado a tajos
de cielo y agua mezclados;

en la primera oscuridad, cuando
el punzón que carcome
el escritorio redobla
su fervor y el paso
del guardián se detiene:
en la claridad y en la sombra,
estaciones todavía humanas
si tú en trenzarlas con tu hilo insistes.


16

La flor que se repite
a la orilla del barranco
no se olvida de mí,
no hay tinte más alegre ni más claro
que el espacio tendido entre tú y yo.

Un chirrido se descerraja, se aleja,
el azul obstinado no reaparece.
En el bochorno casi visible me transporta al opuesto
paradero el funicular.


17

La rana, antes de probar la cuerda
del estanque que sepulta
juncos y nubes, murmullos de algarrobos
abrazados donde enciende sus antorchas
un sol sin calor, tardo en las flores
zumbido de coleópteros que liban
todavía linfa, últimos sonidos, avara
vida de la campiña. Con un soplo
la hora se extingue: un cielo de pizarra
se prepara a un irrumpir de descarnados
caballos, a las chispas de los cascos.


18

No cortes, tijera, aquel rostro,
solo en la memoria que se dispersa,
no hagas de su gran rostro atento
mi niebla de siempre.

Un frío cala... Duro el golpe trunca.
Y la acacia herida se sacude
la cáscara de cigarra
en el primer fango de Noviembre.


19

La caña que despluma
blandamente su rojo
penacho en Primavera;
la senda en la zanja, sobre la negra
correntada sobrevolada de libélulas;
y el perro jadeante que regresa
con su fardo en la boca,

hoy aquí no me toca reconocer;
pero sí allá donde el reverbero quema más
y la polvareda se aplaca, más allá, sus
pupilas ya remotas, sólo dos
haces de luz cruzados.
Y el tiempo pasa.


20

... pero así sea. Un sonido de corneta
dialoga con los enjambres del robledal.
En la valva que el véspero refleja
un volcán pintado fuma contento.

La moneda incrustada en la lava
brilla también ella sobre la mesa
y retiene unas hojas. La vida que parecía
vasta es más breve que tu pañuelo.

Eugenio Montale (Génova, Italia, 1891 - Milán, Italia, 1981), Mottetti, edición de Dante Isella, Adelphi, Milán, 1992


Mottetti

Il balcone

Pareva facile giuoco
mutare in nulla lo spazio
che m'era aperto, in un tedio
malcerto il certo tuo fuoco.

Ora a quel vuoto ha congiunto
ogni mio tardo motivo,
sull'arduo nulla si spunta
l'ansia di attenderti vivo.

La vita che dà barlumi
è quella che sola tu scorgi.
A lei ti sporgi da questa
finestra che non s'illumina.


1
Lo sai: debbo riperderti e non posso.
Come un tiro aggiustato mi summuove
ogni opera, ogni grido e anche lo spiro
salino che straripa
dai moli e fa l'oscura primavera
di Sottoripa.

Paese di ferrame e alberature
a selva nella polvere del vespro.
Un ronzìo lungo viene dall'aperto,
strazia com'unghia ai vetri. Cerco il segno
smarrito, il pegno solo ch'ebbi in grazia
da te.

E l'inferno è certo.

2
Molti anni, e uno più duro sopra il lago
straniero su cui ardono i tramonti.
Poi scendesti dai monti a riportarmi
San Giorgio e il Drago.

Imprimerli potessi sul palvese
che s'agita alla frusta del grecale
in cuore … E per te scendere in un gorgo
di fedeltà, immortale.

3
Brina sui vetri; uniti
sempre e sempre in disparte
gl'infermi; e sopra i tavoli
i lunghi soliloqui sulle carte.

Fu il tuo esilio. Ripenso
anche al mio, alla mattina
quando udii tra gli scogli crepitare
la bomba ballerina.

E durarono a lungo i notturni giuochi
di Bengala: come in una festa.

È scorsa un'ala rude, t'ha sfiorato le mani,
ma invano: la tua carta non è questa.

4
Lontano, ero con te quando tuo padre
entrò nell'ombra e ti lasciò il suo addio.
Che seppi fino allora? Il logorìo
di prima mi salvò solo per questo:

che t'ignoravo e non dovevo: ai colpi
d'oggi lo so, se di laggiù s'inflette
un'ora e mi riporta Cumerlotti
o Anghébeni — tra scoppi di spolette
e i lamenti e l'accorrer delle squadre.


5
Addii, fischi nel buio, cenni, tosse
e sportelli abbassati. È l'ora. Forse
gli automi hanno ragione. Come appaiono
dai corridoi, murati!
. . . . . . . . . . . . . . . .

— Presti anche tu alla fioca
litania del tuo rapido quest'orrida
e fedele cadenza di carioca?—

6
La speranza di pure rivederti
m'abbandonava;

e mi chiesi se questo che mi chiude
ogni senso di te, schermo d'immagini,
ha i segni della morte o dal passato
è in esso, ma distorto e fatto labile,
in tuo barbaglio:

(a Modena, tra i portici,
un servo gallonato trascinava
due sciacalli al guinzaglio).

7
Il saliscendi bianco e nero dei
balestrucci dal palo
del telegrafo al mare
non conforta i tuoi crucci su lo scalo
né ti riporta dove più non sei.

Già profuma il sambuco fitto su
lo sterrato; il piovasco si dilegua.
Se il chiarore è un tregua
la tua cara minaccia la consuma.

8
Ecco il segno; s'innerva
sul muro che s'indora:
un frastaglio di palma
bruciato dai barbagli dell'aurora.

Il passo che proviene
dalla serra sì lieve,
non è felpato dalla neve, è ancora
tua vita, sangue tuo nelle mie vene.

9
Il ramarro, se scocca
sotto la grande fersa
dalle stoppie —

la vela, quando fiotta
e s'inabissa al salto
della rocca —

il connone di mezzodì
più fioco del tuo cuore
e il cronometro se
scatta senza rumore —

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

e poi? Luce di lampo

invano può mutarvi in alcunché
di ricco e strano. Altro era il tuo stampo.


10
Perché tardi? Nel pino lo scoiattolo
batte la coda a torcia sulla scorza.
La mezzaluna scende col suo picco
nel sole che la smorza. È giorno fatto.

A un soffio il pigro fumo trasalisce,
si difende nel punto che ti chiude.
Nulla finisce, o tutto, se tu fólgore
lasci la nube.

11
L'anima che dispensa
furlana e rigodone ad ogni nuova
stagione della strada, s'alimenta
della chiusa passione, la ritrova
a ogni angolo più intensa.

La tua voce è quest'anima diffusa.
Su fili, su ali, al vento, a caso, col
favore della musa o d'un ordegno,
ritorna lieta o triste. Parlo d'altro,
ad altri che t'ignora e il suo disegno
è là che insiste do re la sol sol . . .


12
Ti libero la fronte dai ghiaccioli
che raccogliesti traversando l'alte
nebulose; hai le penne lacerate
dai cicloni, ti desti a soprassalti.

Mezzodì: allunga nel riquadro il nespolo
l'ombra nera, s'ostina in cielo un sole
freddoloso; e l'altre ombre che scantonano
nel vicolo non sanno che sei qui.

13
La gondola che scivola in un forte
bagliore di catrame e di papaveri,
la subdola canzone che s'alzava
da masse di cordame, l'alte porte
rinchiuse su di te e risa di maschere
che fuggivano a frotte—

un sera tra mille e la mia notte
è più profunda! S'agita laggiù
uno smorto groviglio che m'avviva
a stratti e mi fa eguale a quell'assorto
pescatore d'anguille dalla riva.

14
Infuria sale o grandine? Fa strage
di campanule, svelle la cedrina.
Un rintocco subacqueo s'avvicina,
quale tu lo destavi, e s'allontana.

La pianola degl'inferi da sé
accelera i registri, sale nelle
sfere del gelo . . . — brilla come te
quando fingevi col tuo trillo d'aria
Lakmé nell'Aria delle Campanelle.


15
Al primo chiaro, quando
subitaneo un rumore
di ferrovia mi parla
di chiusi uomini in corsa
nel traforo del sasso
illuminato a tagli
da cieli ed acque misti;

al primo buio, quando
il bulino che tarla
la scrivanìa rafforza

16
Il fiore che ripete
dall'orlo del burrato
non scordarti di me,
non ha tinte più liete né più chiare
dello spazio gettato tra me e te.

Un cigolìo si sferra, ci discosta,
l'azzurro pervicace non ricompare.
Nell'afa quasi visibile mi riporta all'opposta
tappa, già buia, la funicolare.


17
La rana, prima a ritentar la corda
dallo stagno che affossa
giunchi e nubi, stormire dei carrubi
conserti dove spenge le sue fiaccole
un sole senza caldo, tardo ai fiori
ronzìo di coleotteri che suggono
ancora linfe, ultimi suoni, avara
vita della campagna. Con un soffio
l'ora s'estingue: un cielo di lavagna
si prepara a un irrompere di scarni
cavalli, alle scintille degli zoccoli.
il suo fervore e il passo
del guardiano s'accosta:
al chiaro e al buio, soste ancora umane
se tu a intrecciarle col tuo refe insisti.


18
Non recidere, forbice, quel volto,
solo nella memoria che si sfolla,
non far del grande suo viso in ascolto
la mia nebbia di sempre.

Un freddo cala . . . Duro il colpo svetta.
E l'acacia ferita da sé scrolla
il guscio de cicala
nella prima belletta di Novembre.


19
La canna che dispiuma
mollemente il suo rosso
flabello a primavera;
la rèdola nel fosso, su la nera
correntìa sorvolata di libellule;
e il cane trafelato che rincasa
col suo fardello in bocca,

oggi qui non mi tocca riconoscere;
ma là dove il riverbero più cuoce
e il nuvolo s'abbassa, oltre le sue
pupille ormai remote, solo due
fasci di luce in croce.
E il tempo passa.


20
. . . ma così sia. Un suono di cornetta
dialoga con gli sciami del querceto.
Nella valva che il vespero riflette
un volcano dipinto fuma lieto.

La moneta incassata nella lava
brilla anch'essa sul tavolo e trattiene
pochi fogli. La vita che sembrava
vasta è più breve del tuo fazzoletto.

2 comentarios:

  1. ¿Es posible que el poema Nº 7 sea una versión de éste o es otro?

    LUNGOMARE

    Il soffio crece, il buio è rotto a squarci,
    e l’ombra che tu mandi sulla fragile
    palizzata s’arriccia.
    Troppo tardi
    se vuoi esser te stessa ! Dalla palma
    tonfa il sorcio, il baleno è sulla miccia,
    sui lunghissimi cigli del tuo sguardo.

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