La perplejidad hizo presa de Garbeld no bien llegó en su viejo auto a su ciudad natal. Había vivido demasiado tiempo en la metrópolis. Esperaba que poco y nada hubiese cambiado, pero todo había cambiado de manera sustancial. -No veo tales cambios -dijo su chofer cuando Garbeld le comunicó su asombro. Garbeld insistió. Y el chofer dijo, de modo algo insolente: -Señáleme usted los cambios. -¿Cómo he de señalarle lo que usted no ve? -respondió Garbeld-. Usted no ha dejado de vivir en esta ciudad y yo estuve mucho tiempo ausente. Si yo le dijera: fíjese, donde había dos tabernas hay ahora dos cinematógrafos, usted me diría que allí siempre estuvo lo que está. Debería pensar entonces que alucino. Y yo no estoy alucinando. De modo que le respondería que usted no es lo suficientemente perceptivo. Usted me diría que cada mañana viaja a la metrópolis para realizar su trabajo, pero vuelve aquí cada tarde. Es usted un hombre de costumbres y nada altera su visión. Nuestra discusión podría encenderse hasta enemistarnos. El chofer meneó la cabeza y dijo: -Estas salas de cinematógrafo están de hecho en desuso y pobladas de telarañas. Habría que demolerlas. Garbeld dijo: -Es verdad. Es absolutamente cierto. Estoy en pleno acuerdo con usted: no debería haber allí salas de cine. El chofer sonrió satisfecho mientras Garbeld anotaba en su libreta: "Sólo los conservadores observamos los cambios. Esto me irrita sobremanera".
Gustav Who. Ultimos apuntes de Lawrence Garbeld, Liverpool, 1966
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