Fabulaciones del aire de otros reynos, 2002:
Atardecer en Capri
El crepúsculo arde en su marea
atestiguando la finitud de las catástrofes.
Como garganta estocada por vientos de Tunicia
ninguna raíz crece más allá de todas estas ruinas.
Es que ninguna voz nos pertenece
cuando el humo de las ráfagas se inclina
ante los muros acechantes, ninguna voz
que sea símil creíble de la misericordia,
ninguna que pueda igualar la ebriedad
derramada en febriles noches de agosto.
El rumor del mundo se aleja como un perfume azul
pero en rara creencia a nuestro lado aún está la copa:
perlas, languidez, el pecho surcado en un vuelo mágico.
Desear y huir: curiosa conjunción que puede más
con nuestros párpados que la misma sed,
esa sed que después del sueño
va suave por la densidad de las columnas carcomidas.
Sí, ninguna raíz crece más allá de todas estas ruinas.
Con nosotros, Tiberio apura el vino,
rehuyendo la mirada de las náyades.
Constantino Céfalas redacta la Antología
para Cristian Gómez
En el palacio vacío las palabras no bastan.
A veces un rumor llega lejano
y se agita entre pasillos:
dagas, incienso,
mantos púrpura, lanzas
con sangre fresca.
Casi ciego sabe que la bella violencia del mundo
sólo es un espejo de arquitectura demasiado frágil.
Sabe que un puñado de palabras
dibujan lo que se teme perder
y resisten la caída de cualquier imperio.
Vendramin, 2014:
Citerea
C’est lá que j’ai vécu dans les voluptes calmes
Charles Baudelaire
Tal vez un día festivo, a fines de septiembre, al inicio de la cruel primavera
cuando lo que nos resta es un trato indiferente
que va más allá de un listado de cosas relevantes:
la ilusión de la ganancia, la fantasía igualitaria del trabajo bien hecho
o simplemente la felicidad doméstica de la borrachera semanal.
Entregados a una aparente estética del ocio
hemos doblado, según Lord Byron, los treinta y seis años
con su importuno, pero bello cielo arrasado.
Por eso, cuando vayas a dormir a solas y muy tarde,
la nostalgia sucederá a la envidia y el deseo.
Nostalgia de una edad del corazón y de otra edad del cuerpo,
para, de noche, imaginar playas, espejismos
o espaciosos pórticos que viejos soles marinos
iluminan con mil fuegos, balanceando una imagen celeste
que mezcla, gracias al vaivén de las olas,
una música solemne y casi mística.
De esa forma, la vida se filtra en la oscuridad
y los días requieren de nosotros una entrega más allá del fracaso,
una imago mundi por la cual autocerciorarnos de toda aprehensión
para desterrar de este privilegiado clima mediterráneo
esa mitad nuestra entregada al cadalso de lo indistinto.
Hoy, con la nave a punto de partir con su seductora monotonía,
los colores de un mar de ceniza advierten sobre la posible frontera
que ni un sueño de piedra pudo verificar más que como simple expectativa
teñida de decadence o dulce hastío decimonónico.
Ciertamente la veracidad de cualquier promesa
o lo verosímil de esa gallardía iconoclasta que en un lenguaje de décadas
inundó de contradicción toda posibilidad,
podría, quizás, deletrear la fantasía necesaria a este extraño silencio.
En definitiva, siempre ha habido muchas esperanzas,
aunque, al parecer, ninguna nos ha sido destinada:
basta cerrar el libro, entregarse a esos curiosos ritos bizantinos
y poner en el altavoz del jardín un melancólico lied de Hugo Wolf.
Por lo demás, ya estoy cansado de imaginar.
Ismael Gavilán (Valparaíso, Chile, 1973), Mundo visible. Poesía reunida 1995-2020, Ediciones Altazor, Viña del Mar, 2021
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Foto: Página web Ismael Gavilán
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